Era cuestión de tiempo para que Guillermo del Toro, con su fascinación por las criaturas y los cuentos góticos, se centrara en uno de los monstruos más famosos de la ficción. Después de todo, su última película, Pinocho, donde un muñeco inanimado se convertía en un niño de verdad, ¿no es acaso más o menos lo mismo?

Del Toro soñaba con llevar esta historia al cine desde hace 30 años, declarándolo por primera vez cuando, de niño, leyó la historia. Y ahora se juntaron todas las fuerzas para que así pasara y creó su propio Frankenstein: priorizando efectos prácticos sobre tecnología digital, con su típica gran escala a nivel de arte y producción, y poniéndose del lado del monstruo que no pidió nacer.
Como en cada una de las varias versiones cinematográficas, hay alteraciones de la novela de Mary Shelley, autora que la publicó en 1818, a los 19 años. Personajes secundarios se agregan (Christoph Waltz, cuya trama se siente innecesaria) y otros se alteran (Mia Goth es Elizabeth, que en esta versión no es la esposa del doctor), pero la pareja central es la misma: Victor Frankenstein (Oscar Isaac) y la Criatura (Jacob Elordi), que no, no se llama Frankenstein.
Y, al igual que en la novela que parece seguir obsesionándonos, Frankenstein es un alquimista obsesionado con encontrar una forma de desafiar la muerte. La película tiene y ostenta todo el dinero de una superproducción de Netflix, por lo que la visión de del Toro se plasma a rienda suelta, con sets complejos, miles de props originales y un mundo que se siente táctil y vivo. Esto ayuda a distraer de que al principio no pase mucho, ya que nos enfocamos en la vida de Frankenstein, quien en esta adaptación no es el personaje más interesante.

Y sentimos que del Toro ha hecho lo mismo que su protagonista: creó algo bello, pero vacío y sin vida, producto de la codicia. Pero, al igual que con su creación, vemos en el fondo que sí hay alma detrás del artificio.
La película agarra mucha fuerza desde que Elordi, cubierto de prótesis, aparece como este bebé confundido y cautivo, que del Toro se apresura a mostrar como un ser sensible, que piensa, siente y quiere amor.
La persecución que empieza entre ambos se puede volver melodramática y burda, pero dentro del escapismo nos recuerda que, cuando esta historia se revive bien, puede tocar temas profundos y existenciales. A la Criatura se le niega el amor y se le persigue constantemente al percibirse como amenaza. Pero en esta adaptación, del Toro lo hace inmortal, por lo que su condena pasa a ser su propia supervivencia.
Se nos muestra a una criatura que no pidió nacer y que no puede morir. Y esto permite responsabilizar a Victor por su ambición, ver al monstruo como víctima y complejizar el vínculo entre creador y creado, padre e hijo.
¿Cómo lo han tratado las versiones anteriores?
Lo curioso de las adaptaciones es como se modifican según los tiempos y los puntos de vista de los mismos directores.
En la novela, la Criatura se plantea como víctima al mismo tiempo que comete actos imperdonables. Incendia la casa de humanos que le mostraron compasión y mata a Elizabeth la noche de su boda.
Otra modificación de esta nueva adaptación es aquel personaje, que ahora Victor ni merece como esposa. De hecho, en la película de 1994 de Kenneth Branagh, Elizabeth moría y era revivida por Frankenstein, con resultados traumáticos:
Y es que desde la novela ha sido un personaje secundario, pasivo y trágico, pero aquí tiene más agencia y un rol clave, ya que es la primera en reconocer la humanidad de la Criatura. Si esto nos recuerda a La forma del agua, es porque del Toro no se empeña en esconder sus obsesiones.
Un personaje femenino que esta vez está ausente es la Novia de Frankenstein, que creámoslo o no, sí aparecía como concepto en la novela original, a pesar de que no llegaba a crearse. En ella, la Criatura le exige a Victor crear a otro ser para que lo acompañe, y a cambio de eso le ofrece retirarse de la civilización para siempre y dejar de atormentarlo. En el libro, Victor llega a juntar las partes para crear a una mujer, pero a último momento se arrepiente. En otras adaptaciones, como La Novia de Frankenstein, aquel ser incluso se convierte en un personaje.

Y ojo que se viene la película el próximo año.
La historia se ha ido complejizando, y quizás la mejor adaptación es la teatral que se puede ver gracias al National Theatre Live. En ella, protagonizada por Benedict Cumberbatch y Jonny Lee Miller (que cada noche alternaban de personaje en un acto de locura actoral), se explora qué significa ser humano y ambos son culpables y víctimas. Lo que genera el juego de los dos actores es que entendamos la dependencia entre ambos y cómo se presentan como dos caras de la misma manera. Se necesitan.

En la Era clásica de Hollywood (1930s–1950s), las adaptaciones tomaban partido y mostraban a la criatura como un villano más clásico. Las temáticas más existenciales estaban presentes pero todavía se jugaba al blanco y negro.
Pero de ahí en adelante se empezó a complejizar, y para ello se ensució más y más el personaje del creador. Y del Toro refuerza eso hasta llegar al cúlmine, el monstruo como protagonista trágico. Ha pasado gran parte de su carrera humanizando lo grotesco y algo hay en el momento cultural que vivimos que resuena con reivindicar lo oscuro o marginado.
Su Criatura merece compasión y no hace el mal. Solo es responsable de ataques para defenderse, y sufre injusticias producto de la crueldad humana. Empatizar con él es la tesis de la película.
Spoilers: Y, para apoyarla, esta también es la única adaptación en la que el monstruo no muere al final, sino que está condenado a seguir viviendo, lo que se le presenta como un regalo, como algo que agradecer. El mundo es cruel pero somos parte de él y, esta vez, está claro quién es el verdadero monstruo.
Nota de riesgo: moderada
