En Chile está en carteleras actualmente The Menu, una sátira que instala a un grupo de millonarios en un escenario absurdo: una experiencia por la que pagaron más de 1000 dólares para servirse una serie de platos diminutos y sofisticados en una isla reservada solo para un selecto grupo de personas. Esta premisa viene a reafirmar la presencia de una tendencia importante en el cine hoy en día: las películas Eat the rich. Solo estos últimos años, Glass Onion, Triangle of Sadness y las series The White Lotus, Succession y Squid Game son algunos ejemplos que representan esta moda.
¿Qué es el fenómeno "Eat the rich" y por qué nos obsesiona en una época como está?
El filósofo suizo Jean-Jacques Rousseau dijo en 1793 “cuando la gente no tenga qué comer, se comerán a los ricos”. Más de 200 años después, la revolución francesa acabó, pero la frase aún resuena en un mundo en que la desigualdad sigue siendo un problema.
Hemos pasado por diferentes fases históricas, pero la riqueza siempre se ha mostrado como un estandarte al cual aspirar. Es la imagen que nos mostraban monarquías, luego revistas y ahora influencers, el premio en cualquier concurso televisado y la razón por la que la lotería aún existe. En un mundo competitivo y desigual, se presenta como la respuesta que mágicamente soluciona nuestros problemas. No hace falta siquiera explicar el por qué.
Pero lo interesante es ver cómo el discurso va cambiando en los medios con el pasar del tiempo. Si hace un siglo el sueño americano era presentado como obtenible y al alcance de cualquiera que se esforzara lo suficiente, al decaer al final del siglo XX pareció instalarse otro mensaje: el dinero no compra la felicidad. Se nos llenó de historias que romantizaban la pobreza, instalándola como la catalizadora de los valores que de verdad importaba mantener: unión, familia, humildad.
Hoy en día somos más cínicos. Entendemos que hay un problema sistémico que impide que la brecha entre el 10% y el resto del mundo se estreche y que la forma de acumulación de riqueza es y seguirá siendo desigual. En un momento en que los millonarios hacen más alarde que nunca de su riqueza, con anuncios a viajes a marte y la compra pública de redes sociales, se añade un componente clave a esta mezcla que genera resentimiento: la pandemia.
Hace un par de años, cuando nos vimos afectados por la pandemia del COVID en su peor momento, parecíamos estar todos en la misma. Se perdieron empleos, se redujeron sueldos y familias y comunidades enteras vieron afectadas sus estructuras económicas. El problema es que no fue así para todo el mundo. Como una bofetada en la cara de la gente padeciendo la tragedia, se reportaba en distintos medios cómo los ricos se hacían más ricos durante este período. Los millonarios tenían más dinero que nunca antes en la historia y no era extraño que la gente empezara a cuestionarlo. Era tan difícil de entender lo grotesco de la acumulación de riqueza que la gente intentaba entender con granos de arroz (literalmente) cuánto dinero tiene Jeff Bezos.
"Eat the rich" en TiKTok
Y así, renació la idea de comerse a los ricos. El 2022 se hizo viral en TikTok el hashtag #EatTheRich, buscando exponer la crueldad e injusticia de aquella minoría que se beneficia a costa del resto. Más de 500 millones de visualizaciones acumularon aquellos jóvenes que cuestionaban a los millonarios que se salvaban de pagar impuestos y ya empezaban a comprar parcelas en búnkeres de lujo para cuando llegue un colapso climático que nos afectará a todos pero a ellos no.
Y así, volvemos al audiovisual que dio inicio a este artículo. El arte y el entretenimiento como reflejo de nuestros tiempos. No es raro que una de las últimas ganadoras a mejor película en los Oscars a haya sido Parasite, o que lo mismo haya pasado con el mayor galardón del festival de Cannes este año con Triangle of Sadness. Succession y The White Lotus son éxitos televisivos y ganaron también los premios más importantes de su industria. Lo que consideramos como importante o digno de celebrar en este momento parece ser la crítica a los millonarios. Nos parece fascinar la forma en que piensan y que operan y el mundo paralelo en el que viven. La diferencia entre ellos y nosotros.
Aparecen estas historias donde los ricos no son mostrados como malvados, sino como ignorantes, ingenuos y egocéntricos. Y los protagonistas son gente más astuta y moralmente correcta, que –si tiene suerte– se puede revolcar en el sufrimiento de la elite. En The Menu, por ejemplo, el chef que interpreta Ralph Fiennes culpa a los comensales por su agotamiento creativo y el desgaste de su equipo de cocineros, por lo que planea la muerte de estos invitados en un juego elaborado.
Esta narrativa genera una fantasía correctiva, donde los millonarios ya no nos generan envidia o las ganas de aspirar a imitarlos, sino que nos inundan de rabia ante las injusticias que perpetúan. Su derrota, en las películas que deciden presentarla, es una forma de darnos placer a través de adquirir la justicia a la que no accedemos en la vida real.
Es contradictorio que quienes hagan esta crítica sean festivales de cine opulentos, una industria poderosa como es Hollywood y directores y actores que bien podrían ser parte del problema. Es cierto que la revolución de clase que proponen muchos de estos productos suele ser fantasiosa y tibia, no lo suficientemente provocadora como para movilizar a nadie. Mucho del contenido Eat the rich peca de pasarlo demasiado bien retratando a estos monstruos o dándonos resoluciones simplistas que no pueden ser realmente transgresoras.
Pero dejando eso de lado, el diagnóstico está hecho. No son películas y series que van a cambiar el paradigma y alterar el status quo. Son intentos que dejan en claro a dónde estamos mirando, qué es lo que nos molesta y cuál es el problema al que nos enfrentamos. Es el rol de la gente el hacer algo con esa información, y lo que vemos en pantalla es un reflejo del cambio cultural que poco a poco empieza a cobrar fuerza.