Las zanahorias, como todo el mundo sabe, son de color naranjo, apetecidas por conejos y aconsejables para mantener una buena vista.
Pero para Hernán Cortés o Leonardo da Vinci ninguna de esas tres afirmaciones tendría sentido (y para un mapuche de entonces aún menos, porque la zanahoria llegó a Chile con Lord Cochrane, recién en el siglo XIX).
Primero, porque en aquel entonces las zanahorias todavía no eran de ese color. Fueron los neerlandeses quienes produjeron la variedad naranjo a lo largo del siglo XVII, bifurcada de la original de Asia Central, de color púrpura. Y es una posibilidad real que la motivación haya sido honrar el color de su casa real, el mismo que viste su selección de fútbol aun cuando brilla por su ausencia en la bandera. Bien podríamos hablar de “la zanahoria mecánica”.
Segundo, porque los conejos no exhiben debilidad alguna por esta raíz. No la comen en estado silvestre y no es aconsejable ofrecerlas regularmente a aquellos especímenes que pasan sus roedores días en condición de mascotas, a causa de su excesivo contenido de azúcar. Esa noción se origina en Bugs Bunny, que mastica zanahorias a toda velocidad. Ocurre que, su creador, Friz Freleng, era fan devoto de Sucedió una noche (1934), en la que Clark Gable hace exactamente eso. En esa misma película Oscar Shapely llama Doc al personaje de Gable, y se menciona un sujeto imaginario llamado “Bugs Dooley”. Es a causa de toda la magia del cine que niños a lo ancho del mundo demuestran su amor incondicional a sus conejitos ofreciéndoles un alimento para el cual su metabolismo no está preparado.
Tercero, porque las zanahorias carecen de todo superpoder en lo que a visión se refiere. O sea, contienen vitamina A, necesaria para que todo marche en orden, pero en concentraciones nada extraordinarias. Además, es trivial obtener la dosis mínima, y por sobre eso no aporta (y el exceso es derechamente dañino; los hígados de oso polar contienen tanta vitamina A que un décimo de gramo entrega la dosis diaria recomendada, y uno completo basta para matar a 52 adultos).
Sucede que durante la Segunda Guerra Mundial, los británicos, presionados por las incursiones de la Luftwaffe, lograron fabricar un sofisticado radar aerotransportado. Esto es, lo suficientemente liviano para equipar con ellos los aviones. Gracias a ese recurso, la tasa de derribos dio un salto.
Ahora, resultaba esencial evitar que el enemigo se enterara del motivo de este prodigio. Con ello en mente, el ministro del aire difundió la paparrucha de que el rendimiento de sus ases se explicaba por su extraordinaria agudeza visual, a su vez causada por las zanahorias de su dieta. Ello, sostenían, explicaba las hazañas de espadachines del aire como John Cunningham, apodado Ojos de Gato por su supuesta felina visión nocturna. Hasta sus propios ciudadanos comenzaron a comer zanahorias durante los frecuentes apagones para poder orientarse, y fue ese mismo uso ciudadano el que garantizó que la noción de los superpoderes oftalmológicos de la hortaliza se perpetuara en el tiempo.