Soy un científico de Estados Unidos y co-fundador de Backyard Brains, una empresa que inventa y vende equipos para hacer experimentos de neurociencia.
La empresa la fundamos con Greg Gage cuando los dos estábamos a punto de terminar nuestros doctorados el 2008 (y sí, lo terminamos - no hicimos ese “school drop-out” que estaba tan de moda entre los fundadores de startups). Así que oficialmente la empresa nació el 2009.
El crecimiento, debido a lo difícil que es el mercado de educación ha sido lento pero sostenido: este año tenemos 15 personas trabajando con nosotros en EEUU, Brasil, Serbia, Alemania, y Corea del Sur, con más de 15,000 usuarios y 3000 instituciones en 99 países en el mundo.
Aunque suene cursi, me rompe el corazón que Chile no esté en la lista de arriba como parte del equipo internacional. Porque desde enero del 2012 hasta agosto de 2019, viví en Santiago y manejé nuestra oficina y operaciones en Providencia (primero en el Stgo MakerSpace en Av. Italia y luego nuestra propia oficina/laboratorio en Merced).
Estábamos muy motivados con la misión de intentar hacer crecer en Chile este negocio raro que mezclaba neurociencia y educación. Hicimos cosas increíbles como inventar un equipo muy barato para medir electroencefalografía en humanos, medir los impulsos eléctricos en una planta que se mueve de forma tímida con el tacto (mimosa púdica), incluso armamos un instrumento de música que tocaba distintas notas con la actividad eléctrica de los músculos...
Pero nos costó crecer en Chile a pesar de nuestros intentos quijotescos. Todavía le faltan herramientas al ambiente de Chile para poder nutrir startups de hardware. Así que con el corazón pesado, me fui en Agosto de 2019 para emprender un nuevo experimento económico en Seúl, Corea. Debido a la falta de recursos de la empresa, tristemente tuve que despedir con algunos meses de indemnización a mi colega que había trabajado conmigo casi cinco años. El 18 de Agosto del 2019 me subí al avión rumbo a Asia.
La experiencia en la península militarizada donde vivo ahora me abrió los ojos. Estoy a solo 35 km de distancia de Corea del Norte, y lo que solo era un experimento de vivir seis meses aquí se convirtió en una oficina exitosa que ya lleva dos años en Seúl.
Ahora que he tenido tiempo y distancia para reflexionarlo, veo que las razones de nuestro fracaso económico en Chile son complejas y hasta se podría hacer una tesis de doctorado si se analiza con detención el caso, pero he identificado tres puntos claves que nos afectaron:
- No tener acceso a servicios financieros de los bancos
- Demoras excesivas en encomiendas y tazas altas en aduanas (a veces 50%)
- Una cultura de negocios que hace que los clientes paguen bastante atrasados.
La misión de la tarjeta de crédito
En este breve reportaje solo voy a hablar de la primera categoría. Una tarjeta de crédito es clave para los gastos de una empresa “tech” que suele necesitar servicios básicos como DropBox, Google Suite, Amazon, y transporte como Uber. Solo necesitábamos una tarjeta de crédito con un límite muy bajo, como 500.000 pesos. Pero después de intentarlo durante cinco años en Chile nunca lo logramos.
Fuimos a muchos bancos, Banco de Chile, Santander, BCI, Banco Estado, etc. y pude percibir que en todos había una cultura muy penetrante de “¿quién eres tú?” y “no me importa qué hace tu empresa ni cómo le va”. Realmente era una comedia. Cada visita partía con “llena este papeleo de los bienes que tienes” y “te estaremos contactando en unos días.” Llenábamos los papeles, esperábamos, llamamos por teléfono para averiguar el estatus de nuestra postulación, pero los ejecutivos de los bancos estaban “muy ocupados”. Y nuestra empresa partió tan chica que no nos consideraban para nada.
Finalmente tuvimos una buena noticia cuando un amigo nos puso en contacto con una amiga suya del BCI. La ejecutiva me dijo que sería posible tener una tarjeta de crédito si dejaba 1.000.000 de pesos de garantía. Emocionado por finalmente lograr el desafío, fui al BCI con mis OTPs (one time password generadores) para hacer la transferencia en el banco.
Cuando llegué, nos dijeron que no era posible depositar el monto de la garantía a través de una transferencia, que había que llevarlo en efectivo. ¿Por qué no me había dicho antes, y por qué sólo sería posible con efectivo? No tenía sentido. Casi me puse a llorar, porque hay límites en los giros de los cajeros automáticos (en mi caso ese año era de 400.000), así que no podía sacar la plata ese día. Además, me pone muy nervioso andar con 1.000.000 CLP en efectivo en la mochila.
Ahora de lejos no parece la gran cosa, pero en ese momento estaba tan decepcionado que le dije al BCI “Gracias, pero no gracias” y seguí mis intentos con el Banco de Chile.
Mi ejecutivo del Chile siempre estaba ocupado pero por lo menos la relación que tenía con él era “buena”. Después de tres meses de papeleo y conversaciones, me dijo que podría conseguir una tarjeta de crédito. Me acuerdo que me dio las buenas noticias por teléfono y antes de colgar se me ocurrió preguntarle: “Una última cosa: ¿cómo pago la tarjeta de crédito de la empresa cada mes? ¿Hay una página web, una app?” y me contestó: “No es posible pagarla por internet. Cada vez que quieres pagar la tarjeta, me llamas y yo hago la transacción desde tu cuenta corriente de la empresa.”
Mi celular casi explotó en mi mano y en mi oído. Soy un adulto de 38 años de edad y ¿tengo que llamar a mi “padre” para que pague mi tarjeta de crédito? Qué perverso. Al final pensé: “No vale la pena, lo ideal sería contar con una tecnología que permita la menor cantidad de tiempo en gestiones con el banco, así que no”.
Así terminó la misión de conseguir una tarjeta de crédito para la empresa. Con esa misión ya había malgastado demasiadas horas en actividades que no agregaban nada de valor a Backyard Brains, tiempo que podría haber usado en investigación, ventas, producción o actividades educacionales. Por eso me rendí.
Pero al final logramos tener una tarjeta de crédito “para la empresa” de una manera que yo llamo “clandestina”: un día recibí una llamada de spam de Tarjeta CencoSud para ver si quería una tarjeta de crédito. Para la sorpresa de la vendedora ,dijé que “sí” en lugar de “Perdón no me interesa, estoy ocupado”. Me di cuenta que ella estaba muy emocionada porque por fin iba a cerrar una venta por teléfono, algo que no es muy común. Me pidió todos mis datos y al final me preguntó:
— Oye, tienes un acento raro, ¿eres chileno?
— No, está bien, sé que hablo raro, pero he vivido en Chile 5 años, tengo una empresa y todo, estoy postulando para tener nacionalidad chilena, pero no soy chileno aún —. Pude escuchar la decepción en su voz:
— Lo siento mucho, pero lamentablemente esta tarjeta solo es para chilenos.
Al final me despedí.
— Está bien, gracias por su disposición, estoy acostumbrado a que haya dificultades en asuntos de finanzas aquí en Chile.
Y colgamos.
Dos minutos después, recibí otra llamada y era ella. Me dijo que había hablado con sus supervisores y que podría hacer una excepción. Era obvio para mí (y no tenía nada de malo) que su equipo de verdad quería cerrar la venta. Una semana después ya tenía dos tarjetas de crédito: una para mí y una para mi colega Florencia. A estas tarjetas les decía “tarjetas clandestinas” porque en realidad estaban a mi nombre, no a nombre de la empresa pero al menos sirvieron para separar de forma ordenada las platas.
Mi empresa en Corea del Sur
Regresamos a hablar sobre Corea del Sur. No hablo coreano. En mi “vida previa” en Chile pensaba que el español era más difícil que el inglés porque tiene más tipos de verbos (subjuntivo, condicional, etc). Pero aprender un idioma asiático es otra cosa (si quieres meterte en un desafío cognitivo aprender un idioma asiático es una buena meta). Después de dos años en Corea, solo puedo decir algunas frases, tengo un vocabulario de ~300 palabras y todavía no puedo comunicarme bien en coreano. Así que cuando llegué a Corea, además del problema con el idioma estaba muy preocupado por los tres problemas claves que había tenido en Chile:
- Instrumentos de Finanzas
- El pago de impuestos y retención de importaciones en aduanas.
- El pago puntual de las Boletas y Facturas por parte de clientes.
¿Sabes qué? Sin hablar coreano y sin leer el idioma hermosamente diseñado (anda a Recoleta para ver ejemplos del alfabeto coreano), todos las cosas de arriba son fáciles acá después de tantos años de frustración. Los bienes los retienen en aduana un día (pagas el impuesto con una taza razonable de 10% y se liberan al día siguiente). Los clientes pagan casi inmediatamente después de que les envías la factura, sin la necesidad de estar pingponeando emails y llamando por teléfono para recordar los pagos.
Y por otro lado, ir a los bancos es un placer. Los ejecutivos tienen mucha paciencia con mis problemas con el idioma y se ríen con cariño cuando intento usar las pocas palabras que conozco.
Hace dos días, fui al banco para hacer una transferencia global como importador, y casi como por capricho, le pregunté a la ejecutiva si sería posible sacar una tarjeta de crédito para la empresa, para los gastos de los Kakao taxis que necesitan tarjetas de crédito. “Dejame ver, tienes tu pasaporte, tus sellos, y tus claves?”, me dijo. Le dije que sí, y ella se puso a llenar unos papeles por mí, todo en coreano.
Mientras ella estaba haciendo eso, me preguntó qué estaba haciendo yo en Corea. Le expliqué, y me dijo: “qué genial que científicos como ustedes estén trabajando con nosotros. Bienvenidos a Corea” con una sonrisa y ojos llenos de amistad. Me alegré y me decepcioné por razones complicadas. Ahora entiendo por qué hay empresas tan importantes como Samsung, Hyundai, y LG acá. Una semana después fui al banco y tenía la tarjeta en mi mano. ¿El tiempo que demoró para mí y mi ejecutiva?: 60 minutos y dos visitas.
Sin hablar coreano, sin tener un sitio web local, sin un equipo de producción (cosas que sí tenía en Chile), las ventas en un año en Corea han sido mejores que 7.5 años en la Franja tierra. Y sin sentirme orgulloso de eso, me da pena porque me enamoré de Chile. Hice amistades, experimenté aventuras, inventé un montón de herramientas e hice clases con alumnos a los que les tengo mucho cariño. Pero tener una empresa de tecnología y especialmente de hardware cuesta muchísimo.
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