¿Cuál es la forma más efectiva de mostrar el horror en pantalla?
Para el director Jonathan Glazer, la respuesta es simplemente no hacerlo. Las atrocidades cobran más fuerza si solo las podemos imaginar.
Por eso en La zona de interés, su retrato de la familia nazi que vivía en el borde de Auschwitz, el foco está en lo cotidiano. Lo que vemos es la domesticidad de unas personas que podrían ser cualquiera, pero se trata de los Höss, cuyo patriarca era el coronel encargado de supervisar las operaciones del exterminio de diez mil prisioneros por día para luego caminar unos metros y llegar a cenar a su casa.
Esta yuxtaposición es la genialidad de una película que propone una forma diferente de hacer cine sobre la Segunda Guerra Mundial. De forma menos espectacular, menos efectista y por lo mismo más poderosa.
La película que ves y la película que escuchas
La estrategia de La zona de interés es mirar, casi antropológicamente, la vida del matrimonio Höss y sus cinco hijos en su casa de dos pisos. Hedwig, la madre, la describe como un paraíso: tenían jardinero, niñera, cocinero, chofer y asesoras del hogar. Solo algunos de ellos eran prisioneros judíos.
Los muebles y la decoración de la casa muchas veces se obtenían de las pertenencias de prisioneros que eran llevados al campo de concentración. El patio extenso era la fuente de mayor orgullo de la mujer alemana, con una piscina pequeña, espacio para fiestas y flores de todos colores. Desde allí, al otro lado de la pandereta, estaban las celdas de los miles de prisioneros y el crematorio donde quemaban sus cuerpos.
Los crímenes del régimen nazi no pueden evitar colarse en la vida perfecta de los Höss. Un paseo por el campo termina con el hallazgo de un cadáver en el río, el humo de las chimeneas molesta incesantemente y, estés donde estés, no puedes evitar escuchar tiroteos y gritos. Con razón los huéspedes no quieren quedarse mucho tiempo.
Ese es el juego formal de Glazer, que intenta explicar poco y mostrar menos aún. Las imágenes muestran una historia y el sonido cuenta otra, relega el horror al fuera de campo y así se enfoca en el comportamiento de quienes lo perpetúan. Humanos que cocinan, se bañan y celebran su cumpleaños. Personas como tú y como yo.
Y por eso es que el término “la banalidad del mal”, de la teórica política Hannah Arendt, ha aparecido en tantas críticas, porque esta parece ser la película perfecta para representarlo. El concepto filosófico describe cómo la tiranía se hace posible cuando nos removemos emocionalmente de nuestros actos. Un trabajo es un trabajo, no hay que pensar en sus consecuencias mayores o sus implicaciones éticas. La tortura y la ejecución son parte del cumplimiento de órdenes de estamentos superiores, y requieren una ingeniería operacional compleja.
Así se llega a un examen muy específico de la maldad. La que caracteriza a sus perpetradores no por su capacidad excepcional para la crueldad o por su falta de empatía, sino por ser meros burócratas, operarios dentro de un sistema.
Y la manera distanciada de filmar de La zona de interés, con sus planos generales estáticos, como de cámaras de seguridad, parece querer demostrar esto. Enfocándose no en las emociones, sino en las acciones y el comportamiento de gente inserta en una red mayor, gente que no se considera malvada y que bien podrían ser nuestros vecinos.
Así es como la película nos hace sentir inseguros. Sin mostrar una sola bala, a ninguna víctima sufriendo y ni un cadáver.
La producción de La zona de interés
Los Höss fueron una familia real, por supuesto, y sus circunstancias peculiares eran tal como la película las muestra. Rudolf Höss fue un coronel que logró subir de rango pasando por distintos campos de concentración hasta encargarse del más grande de todos. Sus hijos sabían que era el “guardia de una prisión” y vivieron en la zona de interés hasta el fin de la guerra, cuando tuvieron que huir al norte de Alemania y vivir en el anonimato. Rudolf Höss fue encontrado y procesado, y en 1947 fue condenado a la horca junto al crematorio de Auschwitz.
La casa de la película no es la casa en la que vivieron los Höss (que sigue en pie), pero está bastante cerca. La producción de La zona de interés consideró importante usar las locaciones reales, por lo que construyeron una réplica de la casa y el rodaje se llevó a cabo en Auschwitz.
Se dispusieron hasta diez cámaras por toda la casa y se grabó simultáneamente. Cientos de horas fueron registradas. Gran Hermano en el campamento nazi. No había miembros del equipo en el set y los actores podían moverse con libertad. Algunas líneas de diálogo tenían que respetarse, otras podían improvisarse.
Se compiló un documento de 600 páginas con eventos ocurridos en el lugar entre el ‘40 y el ‘45 para sacar ideas de situaciones que podrían ocurrir y sonidos que se colarían. El diseñador sonoro creó una biblioteca de sonido durante un año a partir de investigación. Esta incluía el crematorio, las cámaras de gas, la artillería de la época, alaridos humanos y maquinaria del lugar.
Si alguna vez Spielberg fue acusado de “hacer entretenimiento con el Holocausto” tras La lista de Schindler, Jonathan Glazer parece haberse ido en la dirección contraria. Se evitó la iluminación artificial y la sobreestetización de la película. La banda sonora fue relegada a lo mínimo y con suerte parece haber corrección de color.
Si no es la manera definitiva de hacerlo, ciertamente es una nueva forma de proponer hablar del horror del que es capaz el ser humano. Con el menor artificio posible.
Nota de riesgo: Es una apuesta formal que parece estar hecha para alejarnos. Desde su estreno en Cannes en mayo del 2023, el público ha quedado afectado, describiéndola como una película de terror a la que no quieren volver a someterse. Muy arriesgada.