En el mundo de las inversiones, la inacción puede ser una virtud. La filosofía es que, quien mucho se mueve, pierde; quien invierte y espera, gana gracias al soporte del interés compuesto. Pero hay una excepción a esta regla: cuando lo que tienes en el portafolio no es un activo que crece, sino un pasivo que te cobra renta diaria por destruirte.
En una conversación con el historiador y escritor Francisco Martín Moreno a propósito de su libro Los Tiempos Malditos (Alfaguara, 2025) y, entre una autopsia política y la queja nacional, surgió un dato que explica nuestra aversión a cortar pérdidas mejor que cualquier gráfico bursátil: 235 días.
Ese fue el tiempo que Moctezuma mantuvo a Hernán Cortés y a sus tropas viviendo gratis en el Palacio de Axayácatl. No fue una invasión relámpago; fue una suscripción premium al desastre que nadie se atrevió a cancelar.
Moctezuma no estaba practicando una “estrategia pasiva” inteligente; estaba subsidiando un costo de mantenimiento insostenible. Durante casi ocho meses, la sociedad mexicana financió su debacle. Alimentaron a los invasores, curaron a los heridos y toleraron el abuso sistemático, todo bajo la lógica de una hospitalidad suicida. "Nadie se movía", dice Francisco Martín Moreno, señalando esa parálisis como una pista de ADN nacional.
Martín Moreno lanza una tesis que, leída desde la economía del comportamiento, es devastadora: los mexicas del siglo XVI y los mexicanos del 2025 padecen el mismo sesgo cognitivo.
Dice Martín Moreno que hoy vemos cómo se desmantelan las instituciones, desaparece la división de poderes y se esfuma el presupuesto público en proyectos de dudosa rentabilidad social. ¿Y cuál es nuestra reacción? La misma que en 1519: seguir sirviendo la cena con una sonrisa estereotipada. Buscamos un co-gobierno con la ineficiencia, creyendo ingenuamente que si somos amables con la crisis, esta no nos va a pasar encima.
Hubo un momento en la charla donde aparece el único personaje que entendió el concepto de stop-loss: Cuitláhuac. Mientras Moctezuma se empeñaba en pactar una alianza imposible con quien venía a aniquilarlo, Cuitláhuac lanzó una advertencia que nadie quiso escuchar: "Si los dejas entrar, nunca los vas a sacar”.
Pero en México nos enamoramos del verdugo. Francisco Martín Moreno señala nuestra obsesión semántica por llamar "Noche Triste" a la única vez que ganamos; a la única noche en que decidimos dejar de tolerar a los invasores y echarlos fuera. Debería ser la "Noche de la Alegría", pero nos sentimos más cómodos con el papel de la víctima que pierde con honor, que en el del vencedor.
Al final, la cuenta quedó en ceros. No por una mala racha de mercado, sino por un factor externo crucial: la viruela. Un riesgo sistémico que encontró la sociedad debilitada por esos 235 días de desgaste. De la gran Tenochtitlán, no quedó nada.
Un aprendizaje de Los Tiempos Malditos es que la paciencia es oro cuando inviertes en creación de valor. Pero cuando tienes a un huésped que se devora tu capital y socava tus cimientos, esperar no es una estrategia de inversión; es simplemente financiar tu propia demolición.