Hace tres semanas volví de una de las experiencias más desafiantes a las que me he enfrentado: ser la primera chilena en ascender el Lhotse sin oxígeno suplementario.
El Lhotse, de 8.516 metros, es la cuarta montaña más alta del mundo. Comparte gran parte de la ruta con la famosa montaña más alta del mundo, el Everest, con 8.848 metros de altitud.
El Lhotse se encuentra en Nepal, y el ascenso de montaña comienza una vez realizado el trekking de una semana al Campamento Base del Everest, a 5.364 metros.
Históricamente, subir uno de los catorce ochomiles (las montañas más altas del mundo) sin oxígeno se considera un hito. Es muy poco común: incluso se considera superdotados físicamente a aquellos que logran hacerlo, y mientras más alto es el ochomil, más difícil es luchar contra la falta de oxígeno, que llega a ser un 20% de lo que es a nivel del mar. Esto lo hace extremadamente peligroso, porque se incrementan mucho las probabilidades de tener un edema cerebral (desorientación, alucinaciones y/o muerte) o sufrir de frostbite (congelamiento de las extremidades, que puede terminar con amputaciones).
Para reducir las probabilidades de un edema cerebral y a su vez para sentirse mejor y más fuerte en altura, los escaladores realizan rotaciones: suben a campos altos y luego bajan a una menor altura.
El ascenso al Lhotse después del Campo Base del Everest consta de cuatro campamentos. Campo I (6.000msnm.), Campo II (6.500msnm.), Campo III (7.100msnm.) y Campo IV (7.700msnm.). Las rotaciones se realizan entre los tres primeros campamentos, el cuarto por lo general solo se pisa el día previo al intento de cumbre.
Lo ideal para alguien que quiere realizar un ascenso sin oxígeno, son dos rotaciones. Mejor aún si antes se puede escalar una cumbre de 6.000 metros como la del Island Peak (6.165msnm.), pero todo depende del tiempo que tenga el escalador y cómo se sienta físicamente.
Es clave monitorear el tiempo dos veces al día (es muy variable) y ver cuáles son las posibles ventanas de buen tiempo para atacar la cumbre, especialmente si se sube sin oxígeno, dado que el cuerpo se enfría mucho más rápido y la probabilidad de congelamiento es muchísimo mayor. Para la gran mayoría que sube con tanques de oxígeno, la ventana de buen tiempo no es tan estricta, y subir con -36° es aceptable si es que hay un viento no superior a los 30 kilómetros por hora.
Una vez se abandona el Campo Base del Everest: el último punto con acceso a wifi (200USD por 10GB), duchas calientes (con agua caliente en una bolsa de 20 litros) y un domo para comer y cargar dispositivos electrónicos, el escalador queda desprovisto de toda comodidad y conexión, por lo que algunos llevan un Inreach o teléfono satelital, que te sirve para comunicarte, ver el clima y pedir ayuda en caso de ser necesario.
Además, es esencial contar con un seguro de viaje, que cubra accidentes de montaña y también un rescate en helicóptero, o de lo contrario, en caso de usarse, el gasto puede superar los 20.000 USD.
En cuanto al nivel de entrenamiento, en mi caso, debido al poco tiempo entre que comencé a organizar el proyecto (a finales de enero de este año) y considerando que trabajo 45 horas a la semana, mi preparación fue correr en altura, subiendo un par de veces el Cerro El Plomo (5.424msnm.) y el Volcán San José (5.856msnm.) por el día. Este último se sube en 4 días por la mayoría de las personas. Si un escalador dispone de tiempo, sería ideal que además vaya a subir una montaña cercana a los 7.000 metros, como el Aconcagua u Ojos del Salado.
Siempre me he sentido muy bien en altura: hace dos años subí el Aconcagua (6.962msnm.), la montaña más alta de América, en solo 5 días, sin guía ni aclimatación, cuando la mayoría de las personas lo sube en 15 días.
Hace 7 años comencé a hacer montañismo, y de forma constante. Adicionalmente entreno running, trail running, ciclismo, natación y paso algunas horas entrenando en gimnasio antes de trabajar, y luego a la hora de almuerzo o después del horario laboral. Así que entreno todos los días dos veces al día, y los fines de semana trato de subir alguna montaña físicamente exigente y en el menor tiempo posible, esto es ideal para mantenerse siempre fuerte y también ir mejorando.
En cuanto al equipo de montaña, es primordial no dejar nada al azar, puesto que las bajas temperaturas de las montañas en el Himalaya no perdonan ese tipo de errores. Es necesario prepararse para temperaturas extremadamente bajas, con un saco de dormir de pluma de -40 grados celsius, botas triple, mitones y un downsuit para soportar las temperaturas en el ascenso sobre los 7.100 metros, remedios, entre muchas otras cosas.
El frío jamás ha sido un problema para mí, en general suelo sentir menos frío que el resto, pero esta vez me afectó enormemente en la garganta. Existe la llamada “Khumbu Cough”, es una tos que le da a prácticamente a todos los escaladores una vez que salen del Everest Base Camp, producto de que el aire es muy frío y seco, y no sé si es porque yo soy respiradora bucal, que aunque me protegía utilizando dos bandanas que cubrieran mi nariz y boca, fue inevitable que tuviera una tos que no paraba ni de día ni de noche. Esto provocó que el 17 de mayo, dos días antes de lo que sería mi ascenso desde el C2 a la cumbre, comenzara a sentir un fuerte dolor en las costillas izquierdas al toser, respirar y dormir.
Para esta expedición fui con una agencia, lo que ayudaba a que yo no me preocupara ni de la carpa ni la comida, y mis pertenencias me las llevaba yo. El grupo que iba con esta agencia estaba compuesto por alrededor de 11 personas, la mayoría iba al Everest y algunos pocos al Lhotse.
Dentro de los que íbamos al Lhotse estábamos Gabriel Tabara, de Rumania, y yo. Desde el primer día que nos conocimos, nos llevamos muy bien e hicimos todas las rotaciones juntos. Gabriel había subido el Manaslu (8.163msnm.) sin oxígeno y además el Dhaulagiri (8.167msnm.), una tremenda persona, muy alegre, apañador y fuerte.
Después de haber pasado tiempo el Everest Base Camp y haber hecho dos rotaciones hasta Campo 3 (7.100msnm.) sintiéndome muy bien con la altura, Gabriel me preguntó si subíamos el 17 de mayo para hacer cumbre el 19. Estábamos en Campo 2, llevábamos casi una semana ahí, mi plan inicialmente era hacer cumbre el 17 de mayo, pero el clima es tan variable, que el pronóstico del clima del 17 empeoró enormemente, y mi nueva opción era hacer cumbre el 21 de mayo: se esperaba tener una buena temperatura de -28 grados celsius.
Rechacé la propuesta de Gabriel, puesto que el 19 de mayo (día que él quería hacer cumbre, se pronosticaban -34 grados, lo que en mi opinión era al límite para mí que iba sin oxígeno, no así él). Nos dimos un muy fuerte abrazo, deseándonos lo mejor y sabiendo que nos íbamos a ver en Campo 3 cuando él viniera de vuelta de la cumbre.
Ese día que Gabriel partió hacia Campo 3 (17 de mayo), yo comencé a sentir un fuerte dolor en las costillas, del lado izquierdo, se lo comenté a uno de los escaladores con los que compartía y también a varios sherpas, todos me dijeron que debe ser por la tos y que debe ser muscular, no me preocupé demasiado pero sí quería tener en cuenta qué tanto iba aumentando ese dolor. El 19 de mayo que fue el día que subí a Campo 3, el dolor ya era mucho mayor, cada vez que tosía, dolía enormemente, y consideré bajar, para poder priorizar mi salud. Intuía que no se trataba solo de dolor muscular y existía la posibilidad que además tuviera un poco de líquido en los pulmones, como pasa algunas veces cuando se está tantos días en altura.
El 20 de mayo, ya con demasiado dolor, decidí que lamentablemente tenía que bajar. Fue una bajada muy dura, volví a Campo 2 y pedí un helicóptero, ya que no era capaz de bajar por mi cuenta. Al día siguiente en la mañana llegó el helicóptero que me llevó a Kathmandú. Nunca me topé con Gabriel ni en Campo 3 ni tampoco llegó a Campo 2.
Estuve cuatro días en un hospital en Kathmandú, donde me suministraron oxígeno, suero y otras cosas. El dueño de la agencia me fue a visitar y me comentó que Gabriel había fallecido en Campo 3: se había ido a dormir y nunca más despertó, yo había escuchado historias así antes, personas que habían fallecido durmiendo, pero jamás pensé que podía tocarme tan de cerca y menos a mi compañero más cercano de la expedición.
Creo que aprendí muchas cosas de esto: siempre me he sentido muy fuerte en la montaña y en las alturas, pero creo que nadie realmente dimensiona lo que es subir un ochomil hasta que estás allá. Al dormir una semana en Campo 2 a 6.500 de altura, tu cuerpo ya no es capaz de regenerarse, solo se deteriora. Mientras más tiempo pasas a esa altura o más arriba, es peor. Yo pensaba que a mi nunca me podía pasar nada, incluso el seguro lo pagué de mala gana pensando que jamás lo iba a usar, pero luego te das cuenta que las cosas sí pasan, por eso es tan importante prepararse en todo sentido, también emocionalmente. Pasar tantos días sintiendo como te deterioras es muy duro, así también escuchando de escaladores que fueron evacuados porque sufrieron de congelamiento en sus manos o pies incluso cuando iban con oxígeno, o que personas murieron más arriba, y a esas las dejan arriba, ya es muy costoso humanamente hablando, bajar a otra persona, porque cada uno está luchando para sobrevivir y solo se pueden ayudar a ellos mismos.
Este viaje también refuerza mi idea de que tenemos que vivir con intensidad, haciendo lo que nos hace felices, pero vivir y volver sanos y salvos, porque esa es la verdadera cumbre.
De vuelta en Chile y después de unos exámenes, vieron que tenía varias fracturas en las costillas y hemorragia en ambos ojos, debido a la tos, pero que no es nada grave y es solo cosa de varias semanas para estar bien. Así que me encuentro recuperándome para retomar el montañismo y los deportes que tanto me llenan de felicidad.
¿En cuanto a un próximo proyecto? Veremos qué nuevos desafíos se me ocurren y claro que no descarto la idea de en un futuro volver al Lhotse, reencontrarme con todos aquellos increíbles lugares que visité y lograr esa cumbre.