La primera vez que planté un pimentón lo miraba varias veces al día, todos los días. Si lo veía un poco seco, lo regaba. Y si estaba decaído, lo ponía más al sol.
Un mañana lo encontré seco, así que le puse más agua. En la tarde, como todavía seguía seco, me asusté y pensé: algo hice mal. Así que lo trasplanté a otro macetero y continué con la rutina.
Seguía mal hasta que se murió. Investigué y descubrí que nunca debí cambiarlo de macetero. Ni echarle tanta agua. Esas dos cosas hicieron que le diera una enfermedad llamada “la tristeza del pimentón”. Solo tenía que dejarlo estar en el tiempo y echarle una mirada si es que algo muy raro pasaba. Error de novata.
Lo mismo pasa la primera vez que inviertes. Muchas aplicaciones te hacen sentir como un verdadero inversionista de la bolsa, con gráficos y colores que suben y bajan. Y de la nada pasas de inversionista novato a jugar en un casino, donde ves con estrés cómo tu plata se mueve para arriba o para abajo.
Además, están las aplicaciones de redes sociales que fomentan las ganas de estar mirándolas a cada rato. Es difícil dejar de verlas, pero hay que pensar: ¿qué gano con seguir mirándolas? Así que ahora intento verlas menos, solo una vez a la semana, porque sé que ese tiempo lo puedo ocupar en otras cosas, como leer sobre plantas.
O aprender sobre cómo funciona la inversión pasiva: seguir al mercado y relajarse. Como sé que mis objetivos son a largo plazo, aprendí a no ver la App a cada rato y además así evito errores por pánico, como lo que me pasó con mi pimentón.
No se nace con mentalidad de largo plazo, pero se puede entrenar. Durante el camino te das cuenta de que tu capacidad de soportar los altibajos diarios es cada día mejor. Y cuando miras para atrás, ves todo lo que creció tu primera inversión.
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