“Esa nube parece que tiene forma de caballo... y mi café como que tiene forma de una cara”.
Vemos figuras, caras y patrones en todas partes. Incluso hasta en las inversiones. ¿Por qué sucede esto? Aquí te cuento un poco de la ciencia e historia de nuestra obsesión con los patrones.
Las personas somos buenas para encontrar patrones
Nuestro cerebro puede predecir que necesitaremos un paraguas al ver un día nublado. O que estamos en posible peligro cuando un animal gruñe y que es momento de retroceder. Es una máquina que detecta patrones.
Reconocerlos nos permite dar coherencia al mundo que vemos, ya que es parte de nuestro aprendizaje e inteligencia. Y la evolución nos ha hecho especialmente creyentes de los patrones.
Imagina que eres un cavernícola coexistiendo con los dinosaurios (en un mundo fantasioso). De repente escuchas un ruido fuerte entre los árboles y tienes 2 opciones:
- Relacionas el ruido con un depredador cerca y te pones a correr.
- No relacionas el ruido con nada y te quedas tranquilo viendo los pterodáctilos volar.
En el primer caso, lo peor que puede pasar es que corriste por las puras y te cansaste un poco. Pero en el segundo caso, si de verdad era un depredador, te comieron. Durante milenios la evolución favoreció a los que veían y confiaban más en los patrones.
Así llegamos hoy a verlos en todos lados.
Hay muchos ejemplos de cómo esta capacidad nos ha definido. Ver patrones en las estrellas nos ha llevado a crear las constelaciones. La magia y los chistes explotan nuestra dependencia en patrones para engañarnos o hacernos reír. La arquitectura y el diseño buscan algunos patrones que consideramos bellos, como la proporción áurea.
La psicología de los patrones
La escuela de la Gestalt propone que todo lo que percibimos se construye a través del contexto y no solo de lo que vemos directamente. Así, definieron varias leyes que definen cómo nuestra mente busca cerrar y completar patrones para entender su entorno.
Otro ejemplo típico de cómo la psicología estudia la relación por patrones es el test de Rorschach: al mirar manchas de tinta, vemos objetos, personas, animales o lo que sea. Esto daría luces de tu funcionamiento psíquico.
A veces estos patrones son solo ruido o se crean producto del azar y nos convencemos de cosas que no son reales. La psicología conoce este fenómeno como apofenia: nuestra mente se esfuerza al tratar encontrar un patrón racional donde no lo hay.
Y pasa también con las inversiones
Invertir basándonos en patrones que vemos en los gráficos se conoce como análisis técnico. Existe evidencia académica que la desacredita, por lo que se puede considerar una forma más de apofenia.
Muchos de los patrones típicos del análisis técnico se basan en nuestra tendencia a ver objetos. Por ejemplo, una figura de “Hombro-Cabeza-Hombro” es considerada negativa, mientras que una figura de “Taza y asa” es considerada positiva.
También hay elementos como las resistencias, que son niveles de precios donde se han repetido caídas o rebotes donde nuestra mente tiende a continuar el patrón y piensa que ese nivel de precios “bloquea” futuras alzas. Esto se puede entender como la ley de la continuidad de la Gestalt jugándonos una mala pasada.
Este gráfico apareció en una nota de mercado del Banco Alemán Deutsche Bank, donde el managing director Glenn Morgan refuta los dichos de la presidenta del Banco Central de los Estados Unidos sobre el riesgo de caída del mercado. Dice: “¿Ves lo que veo allí? Un Patricio Estrella dio paso a un medio-Batman y luego cedió a un Bart completo. Janet Yellen tiene razón: no hay ningún lugar adonde ir más que abajo desde aquí”.
Podemos concluir que el mundo y los mercados son caóticos y ruidosos. Por eso es natural que nuestra mente hambrienta de orden y sentido los mire en busca de patrones, incluso cuando puedan ser solo ilusiones. Lo importante es no apresurase, ser crítico de los patrones que vemos, buscar evidencia que los valide o descarte y aceptar que no todo tiene que calzar con nuestra racionalidad.
Como dijo el premio Nobel de Economía, Daniel Kahneman: “somos propensos a sobreestimar cuánto entendemos sobre el mundo y a subestimar el papel del azar en él”.
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