Hoy en día, las pinturas de Guaguin están entre las más caras de la historia. Debe estar entre los pintores más famosos de la historia, sin dudas. Su obra sentó las bases del arte moderno, Matisse y Picasso lo considerarían un maestro y un ejemplo de cómo vivir y pintar.
Lo increíble es que murió en un estado bordeando la indigencia en la Polinesia, sumido en el alcohol y con una botella de láudano pegada a su cadáver.
Por eso Gauguin es –tal vez junto con Van Gogh– el pintor maldito por antonomasia. Ese que redefine lo que se entiende por pintura en la época que viene justo después de su muerte, porque mientras vivía nadie supo apreciarlo.
La vida de Gauguin partió con drama incluso antes de su nacimiento. Su padre era un periodista antimonárquico del siglo XIX, y su madre era hija de Flora Tristán, feminista socialista, y parte de una familia muy influyente de Perú. Y aquí viene el chisme: muchos creen que Flora era hija del libertador Simón Bolívar, por lo que Gauguin podría ser bisnieto suyo.
Gauguin nació en París el año 1848, y al poco tiempo la familia partió a Lima producto del Golpe de Estado de Napoleón III. Su papá murió durante el viaje, y la familia tuvo que vivir con un tío de Paul.
Y en Lima tenemos el primer lugar que marcaría a Gauguin. Típicas son las imágenes de la momia peruana en sus cuadros.




Arriba a la izquierda, la momia peruana que lo obsesionaría. Después se la puede ver aparecer en distintas formas en sus pinturas.
A los 7 años se fueron de vuelta a Francia. Pero no a París, sino que a Orléans, un lugar mucho más rural que la metrópolis. Por ese entonces, el pequeño Paul todavía prefería hablar en español.
Pero todavía no descubría su vocación de pintor. Fue a la escuela naval y se inscribió como piloto en la marina mercante, con la que recorrería el mundo. Es cierto, todavía no pintaba, pero ya sus ojos se iban llenando de paisajes y lugares exóticos, como si los fuera guardando para algo importante en el futuro.
Volvió a París y gracias a su padrastro, se convirtió en agente de bolsa. Sí, Gauguin trabajó en finanzas once años, ganando más o menos unos 200 mil dólares al año. Nada mal. Todo parecía ir bien, hasta que la bolsa de París tuvo un derrumbe tremendo, dejando a Gauguin no en la ruina, pero con mucho menos patrimonio.
En esos once años de broker, Gauguin había participado mucho del mercado del arte. Así que pasado sus 30 años, decidió dedicarse a tiempo completo a la pintura. Logró exponer un par de cuadros, pero las reseñas eran terribles (irónico que hoy esas mismas pinturas valgan millones de dólares).

No le fue bien. Incluso algunos dicen que le fue mal directamente. Pudo exponer en algunos salones y galerías, pero los maestros de ese tiempo como Degás y Pisarro lo opacaban. Igual se hizo un lugar en la escuela para artistas de Pont-Aven. De esa época y lugar vienen muchas de sus pinturas del primer periodo.




Arriba, Pont-Aven, campiña francesa. Abajo, algunos de sus cuadros de aquella época.
Pero los cuadros de esa época nos revelan algo: Gauguin todavía no era el Gauguin que conocemos hoy. Por suerte, se le ocurrió irse de viaje a Panamá y Martinica, donde absorbería más colores y lugares exóticos.
De esos años, y producto de la influencia del japonismo, Gauguin se pasó al cloisonismo: básicamente, una técnica de pintar los bordes de las figuras con líneas negras y áreas planas con colores. Este Cristo es uno de los mejores ejemplos de aquella época.

Ya nos vamos acercando al Gauguin más típico.
Por esos años, el Estado francés tenía una política peculiar: cualquier ciudadano francés que se encontrara varado y en la ruina en una colonia francesa, tenía la chance de pedir un pasaje de retorno a la patria. Así que Gauguin aprovechó esto para pasarse unos 6 meses en Martinica.


Martinica hoy - Martinica por Gauguin
Gauguin vivió en una choza y en contacto con los nativos de la isla. Su vida y su obra empezaban a fusionarse, y su estilo particular empezaba a florecer. Pero mientras mejor pintaba, más precaria era su vida, teniendo que luchar contra la malaria y la disentería.
Cuando volvió se encontró con un nuevo amigo, que admiraba tanto su obra que insistió en conocerlo: Vincent Van Gogh. Theo, hermano de Vincent y pasante de arte, compró varias de sus pinturas y las expuso a clientes ricos, tratando de echarle una mano a Paul. Gauguin incluso pasó una temporada pintando con Van Gogh en Arlés.
Pero claro, la relación entre dos pintores medio acabados y medio locos no podía terminar bien. Y dice la historia que Van Gogh un día que andaba medio psicótico lo confrontó con una navaja de afeitar y que más tarde esa noche se cortaría la oreja para pasársela a una prostituta. Todo muy en la onda de pintores de vanguardia.

Después de su temporada con Vincent, Gauguin tuvo un leve éxito comercial gracias a Eduard Degás y una crítica favorable de Octave Mirbeau. Con el dinero recaudado se fue a vivir a su próximo destino: Tahití.
Primero vivió en Papeete, la capital de la colonia, que ya estaba muy europeizada. Al poco tiempo se mudó a un lugar más rural a vivir en una choza de bambú. Gauguin no se iba con medias tintas. De esta época provienen algunas de sus pinturas más valiosas y recordadas.


Gauguin sentía que su arte evolucionaba, y un par de exhibiciones de su obra en Europa lo alentaron a volver a París. Pero allí se encontró con lo mismo que había dejado atrás: un mercado del arte que no lo valoraba suficiente y una crítica artística que lo descuartizaba cada vez que podía.
Así que decidió volver a Tahití. Pero esta vez parecía algo diferente, motivado más bien por el rechazo europeo de sus pinturas. De hecho, al poco tiempo se fue a vivir a las Islas Marquesas, también en la Polinesia francesa, específicamente en Atuona.

Izquierda, una imagen de Atuona. A la derecha, una réplica de la casa de Gauguin
Las pinturas de esa época no difieren mucho de las de su tiempo en Tahití, pero sí nos dejó su último autorretrato.


Además de pintar, Gauguin se enfrascó en disputas con el obispo de la isla y con los inspectores del imperio francés. En otras palabras, se empezó a inmiscuir en la política de la isla. Mientras tanto, su salud se deterioraba día tras día, producto de una sífilis evidente que él, al parecer, se negaba a aceptar como tal.
El 8 de mayo de 1903 su vecino lo encontraría muerto. La fama de Gauguin ya había empezado a nacer en algunos círculos muy específicos, aunque solo después de su muerte y gracias al trabajo de otros pintores, recibiría el reconocimiento que tiene hoy en día.