Los fans de La peor persona del mundo, esa comedia millennial que nos tranquilizaba si nos identificaba su título, estarán felices de saber que ya llegó al cine la nueva película de manos del mismo director, guionista y actriz protagonista. Incluso a quienes los instintos de Joachim Trier nunca le hayan convencido del todo, podrán encontrar en Valor Sentimental algo diferente, más sobrio y ambicioso, pero no por eso menos gracioso, tierno o efectivo.
En la familia de artistas que retrata hay algo para todos: dinámicas de hermanas, duelo, daddy issues, lo difícil que es perdonar a nuestros padres y hasta el poder de las películas para sanar traumas generacionales.
Desde que se estrenó en Cannes que viene haciendo ruido Valor Sentimental, y ahora está en todas las listas de lo mejor del año, con su elenco siendo elogiado y gente de todo el mundo conmoviéndose con todo lo que la película tiene que decir sobre las relaciones familiares y humanas.
Cuatro personas queriendo hacer las cosas bien y fracasando
La película no tiene uno, ni dos, sino tres inicios que prometen enganchar: en el primero de ellos, una secuencia que muestra la Casa Familiar (con mayúscula porque se tomaron en serio eso de que el espacio sea personaje) donde una voz en off nos relata la historia de los Borg por generaciones y cómo es que han ido habitando el hogar. Luego, Nora (Renate Reinsve, la peor persona), a punto de entrar en escena en su nueva obra, tiene un ataque de pánico que retrasa la función. Y por último, entendemos que la madre de la familia muere, lo que deja a Nora y su hermana Agnes (Inga Ibsdotter Lilleaas, el descubrimiento de la peli) a merced de su padre ausente que regresa.
Y así llega como si nada Gustav Borg (Stellan Skarsgård, lo has visto más veces de las que crees), aclamado director y patriarca narcisista que después de peleas alcohólicas y negligencia, abandonó a las hermanas cuando eran niñas. Ahora, a reconectar.
Todo es bastante imprudente. Agnes actuó en una película de su padre cuando era niña y lo consideró “el mejor momento de su vida” antes de retirarse de la actuación para siempre. Eso porque fue el único momento en que se sintió vista por él, que siempre priorizó su trabajo. Por eso el escepticismo cuando Gustav le ofrece ahora a Nora el protagónico de su nueva película, algo claramente biográfico y “lo mejor que ha escrito” en mucho tiempo. Ella lo rechaza –incluso con cierto gusto– explicándole como si fuera tonto que es imposible que trabajen juntos.
Y eso es lo que lleva a Gustav a conectar con el último personaje del cuarteto que estará en juego toda la película: Rachel (Elle Fanning) es una actriz gringa, quizás un poco hueca pero muy popular, que toma el papel que Nora rechazó y de repente se encuentra en Noruega intentando entender cómo canalizar a la madre de Gustav y si es que acaso debería poner acento.

Desde ahí en adelante ya tenemos el setting y no hay mucho más que eso. Lo que queda es solo ver cómo se relacionan los personajes en una película de diálogos y silencios, miradas y subtextos, de dinámicas que van cambiando a medida que se acercan o se alejan.
Lo interesante es que aquí Trier se aleja de esos juegos formales de La peor persona del mundo o Reprise, pero también de la solemnidad de Oslo, 31 de Agosto o Louder Than Bombs y hace algo intermedio. Es extremadamente compasiva con sus personajes porque a todos los trata como personas que simplemente quieren hacer las cosas bien. Y, en eso, nos sorprenden porque, en vez de querer sorprendernos, actúan de maneras humanas y complejas: entendemos la forma en que Agnes se ha resguardado, las maneras de Nora de sabotearse, que Gustav no es tan fuerte como demuestra y que Rachel no tiene nada de tonta.
Es el gusto de ver gente siendo gente, alcanzando un nivel de realismo no porque la cámara sea imperfecta y los actores titubeen. Al contrario, las imágenes son prolijas y los personajes, elocuentes, pero hay una lucidez y sinceridad que son perfectas para hablar de temáticas que nos resuenan a todos.

Valor Sentimental pone el foco en todas esas grietas familiares y luego no teme profundizarlas aún más. En algún momento de la juventud nos damos cuenta de que nuestros padres son personas y los podemos entender un poco más. Pero aquí es como que nos dijeran que luego llega la adultez y no nos interesa entenderlos.
Es como si los noruegos, al tener tantas necesidades cubiertas, se pudieran dedicar a hacer cine sobre aquellos problemas que el resto del mundo pasa por alto porque “los podemos solucionar después”. Pero a todos nos afecta.
La ambición de Trier y su equipo es tomar todos estos temas deambulantes, así como sus impulsos de divagar en torno a conversaciones, y ordenarlos en un marco amplio, que le permite obtener actuaciones excelentes y representar momentos que nos van a conmover a todos quienes tengamos hermanos, padres, madres o cumplamos ese rol para alguien más.
Es una película que te perdona por cometer errores porque te muestra cómo todos lo estamos intentando, lo difícil que es a medida que pasa el tiempo, pero lo posible de enmendar. Aunque no sea perfecto ni definitivo.
Nota de riesgo: moderada
