Ya casi es Navidad, y si tienes vacaciones y quieres quedarte en la casa, si quieres evadir la contingencia, o si buscas formas de sobrellevar las visitas familiares, sumergirte en una miniserie adictiva puede ser la solución a tus problemas.
Ahí entra el confiable Netflix, que si algo ha sabido hacer es darnos un buen binge, una serie adictiva que consumir, tragar, disfrutar y olvidar, igual que una cena navideña. ¿Y cómo hace una serie hit, Netflix? Conocemos los ingredientes: asesinos en serie, investigaciones policiales, una heroína con un pasado complejo y suficientes giros como para crear un thriller psicológico que nos haga ver ocho capítulos sin darnos cuenta del paso del tiempo.
En The Beast In Me, contamos con todo eso: Agatha Wiggs tiene hasta nombre de protagonista de serie de misterio. Es una escritora aclamada que vive sola en los suburbios y está teniendo problemas con su nuevo libro. Al lado se muda un vecino peculiar, Nile Jarvis, un millonario asociado a las inmobiliarias que se fue de la ciudad para escapar de rumores que lo persiguen sobre la muerte de su esposa.
Agatha, y la mayoría de la gente, creen que Jarvis la mató y se deshizo de su cuerpo, aunque la versión oficial es que ella murió por suicidio. Pero algo en este personaje le interesa, y aunque en un principio hay fricción, surge una conexión entre ambos que resulta en una idea que puede beneficiar a cada parte: el nuevo libro de Agatha debería ser el primer perfil oficial de Jarvis, adentrándose en lo que pasó con su esposa y el perfil psicológico del posible asesino.
Tenemos todos los elementos, solo faltan dos grandes actores que puedan vender esta premisa y hacer que una historia como esta no solo sea verosímil, sino cautivante. Y ahí, los miles que vieron Homeland y las docenas que vieron The Americans estarán felices de saber que esta tarea importante cayó en buenas manos: Claire Danes y Matthew Rhys son los protagonistas, y quienes levantan con su vínculo e interacciones la serie y crean los mejores momentos de The Beast In Me.

Todo lo que queremos: una relación atípica y peligrosa
Aunque todo se sienta un poco visto, la serie ya sabe quién es su público y le da todo lo que ofrece este tipo de producciones: los capítulos terminan en cliffhangers, el backstory dramático de Agatha se nos revela (la muerte de su hijo y su implicancia en ella), se involucra la policía y el vecindario apacible se muestra en contraste con las protestas de una sociedad descontenta por la impunidad de Jarvis, lo que aumenta lo que está en juego para los protagonistas.
Y lo más interesante de todo es ver cómo, dentro de este huracán, dos personas moralmente cuestionables se vinculan porque algo ven en el otro que les resuena, les hace sentido y les atrae.
Escritora y entrevistado empiezan a tener reuniones, conversaciones y a conocerse, todo el rato midiéndose y testeándose, y nosotros como espectadores hacemos lo mismo. Sus motivaciones, en una primera capa, son claras. Él quiere limpiar su imagen con el libro de ella; ella quiere un bestseller que deje tranquila a su editora.
Pero para eso Jarvis podría buscarse a un novelista que pudiera manipular completamente, alguien que redacte lo que él necesita para seguir su vida y negocios en paz. En vez de eso, acude a una ganadora del Pulitzer que necesita control editorial total, que lo desafía y le sincera que no confía en él.
Y Agatha podría haberle pedido a ChatGPT que terminara la biografía política que tanto le costaba abordar antes de dejar botada y que seguramente la gente leería igual, pero se mete en la pata de los caballos con un caso que literalmente pone en riesgo su vida.
Y la razón de por qué lo hacen es lo que mantiene la tensión en la serie: quizás él quiere conocerse a sí mismo, tal vez ella necesita entender por qué él le llama la atención.
Se buscan y se necesitan, sin confiar en el otro, manipulándose y haciendo que cada escena donde toman algo o bailan se tiña de un peligro inminente y que nos habla de una curiosidad y morbo que seguro va a terminar mal para al menos uno de ellos.
La historia remite un poco a El Silencio de los Inocentes (Jodie Foster es productora aquí), donde la protagonista debe reconocer cierta oscuridad dentro de ella para lidiar con un asesino carismático que propone que todos tenemos algo oscuro que ocultar.
El problema es cuando ese suspenso se diluye en pos de algo más seguro y convencional.

Eliminar las complejidades la hace peor serie, pero es lo que necesitamos
Lo que hacían bien Homeland y The Americans era algo que dominaron las series de hace diez años, que es ensuciar a sus protagonistas y permitirles mostrarnos sus sombras para complejizarlos y que nos reconozcamos en aspectos poco halagadores.
Y los problemas de The Beast In Me surgen precisamente cuando esa dualidad se escapa y todo se vuelve más simple. A medida que avanza, la serie no se enfoca en esta mutua necesidad de comprension y se convierte en un policial más clásico: él es el asesino malo, ella coopera con la policía para atraparlo.
La misma serie echa para atrás las preguntas que planteaba y vuelve todo más blanco y negro, sacándolo del terreno complejo que está ahí todo el tiempo pero que decide tapar.
¿Por qué un asesino se arriesgaría a que una persona inteligente husmee en su vida? Bueno, Robert Durst de The Jinx era otro millonario acusado de asesinato, y por permitir que un documentalista lo siguiera, terminó confesándo en cámara su involucramiento en las muertes. Esta historia remite a esa, aunque su motivación aquella vez se explicó por “estar bajo los efectos de la metanfetamina todo el tiempo”.
Aquí no hay tal cosa, y cuando las máscaras se caen nos preguntamos realmente por qué está pasando todo lo que vemos, cuánto nos importa y la credibilidad se empieza a poner en duda. Aunque, como al parecer hay más buenos actores que buenos guiones, no nos damos tanta cuenta, ya que Danes y Rhys usan todas sus habilidades para vendernos lo que estamos viendo hasta el final.
Pero hacia el último trecho ya poco nos importa. Nos empieza a irritar la exposición constante que explica la trama para que Netflix se asegure de que quienes están viéndola mientras scrollean entiendan todo. Se dedica un capítulo entero a mostrarnos qué fue lo que pasó, evitando que pensemos y negándonos la posibilidad de especular.

Se agrega una trama política que a nadie le importa y al final se espolvorea con un poco de feminismo forzado para pasar el test de Bechdel.
Y es ahí, después de todas esas malas decisiones narrativas, que perdonamos a The Beast In Me por no ser lo que nos vendió al principio. No se trata de una serie elevada y prestigiosa que nos hará reflexionar sobre nuestro oscuro interior. Es un producto entretenido que está hecho para que lo consumamos en un día producto de la glotonería festiva, revolcándonos en sus aspectos más familiares e inverosímiles.
Cuando decidimos ver The Beast In Me desprovista de otras pretensiones es cuando realmente la podemos disfrutar. Como un policial jugoso, una película estirada en ocho horas que nos va a entretener, sorprender moderadamente y que hará que el tiempo pase más rápido, sin culpa por entregarnos a ella y sus fórmulas conocidas.
Nos hace agradecer que tenemos el tiempo libre para disfrutar de algo que nos distraiga un rato ¿y de qué se trata esta época sino de eso?
Nota de riesgo: conservadora. +
