Aún se puede ver en el cine Die, My Love, la nueva película de Lynne Ramsay, con Jennifer Lawrence y Robert Pattinson, y vale la pena alcanzar a hacerlo. Ya la habíamos mencionado hace meses en su debut en Cannes, donde supusimos que sería la película más accesible de la directora de We Need To Talk About Kevin y You Were Never Really Here, pero afortunadamente podemos decir que no, que se mantiene en esa línea obtusa y psicológicamente inalcanzable que la directora ha construido hasta ahora en su filmografía.
Jennifer Lawrence está de vuelta y Robert Pattinson sigue buscando ser actor de culto
Puede que mucha gente ya haya visto a dos de los actores más famosos de su generación haciendo publicidad para esto, pero quizás el producto en cuestión que promocionaban se le escapó a la mayoría. Es una película relativamente pequeña, distribuida por Mubi, y la primera de la directora en estrenarse en Chile. Aún así, propone un viaje psicológico oscuro, interesante y sorprendentemente gracioso.
Sentirse viejo puede venir de ver a Lawrence y Pattinson haciendo de pareja casada, con un hijo, mudándose al campo; pero la verdad es que ambos se han esforzado por dejar atrás las franquicias que los hicieron famosos cuando empezaron, y se han convertido en dos de los actores más respetados de su edad.

El que hayan querido darle cara a este proyecto solo confirma lo que han ido construyendo últimamente: Robert Pattinson mezcla el cine Hollywoodense más mainstream que existe (Tenet con Nolan, el último Batman) con autores como David Croenenberg (Maps to the Stars), Bong Joon Ho (Mickey 17), Robert Eggers (El Faro) y los hermanos Safdie (Good Time), logrando mantenerse relevante y ayudando a dar ventana a producciones más independientes.
Y Lawrence estuvo muy sobreexpuesta en sus 20s, apareciendo en franquicias gigantes como X-Men y Los Juegos del Hambre, ganando un Oscar y volviéndose viral por su humor en entrevistas. Es normal que su equipo le haya aconsejado desaparecer un poco, bajar el perfil y volver lentamente, con películas independientes que nos vayan recordando que la extrañábamos.
Por eso tiene sentido que hayan llegado a confluir con Lynne Ramsay en un trabajo que genuinamente les interesa, más rebuscado, de nicho e incómodo, pero que les ayuda a visibilizar realizadores y productos más indie, a la vez que les permite profundizar en su oficio.
Y lo que Ramsay logra con ellos es una faceta que no le habíamos visto a ninguno, especialmente a Lawrence que es la protagonista indiscutible del film.

La maternidad y la soledad sacan la faceta más animal
La trama podría resumirse en “una mujer que acaba de parir se muda al campo con su pareja, donde empieza a enloquecer”, pero todos los involucrados se aseguran de complejizar el cliché de “la mujer loca”. Hay rasgos disociativos y autodestructivos en Grace: no le interesa caerle bien a nadie que la rodea, se automutila, tiene arrebatos de ira y no está por encima de robar, amenazar y herir a sus seres queridos.
Los demás intuyen que puede tener depresión posparto y podemos pensar que es la maternidad lo que la lleva al abismo, pero la verdad es que Grace lleva bien la relación con su hijo, que es sorprendentemente tranquilo, y sus problemas parecen venir de otras fuentes: aislamiento, aburrimiento, falta de motivación profesional, resentimiento hacia su pareja.

Eso es lo interesante de situarnos dentro de su perspectiva. Nos lleva a ponernos de su lado y entender qué es lo que la lleva a actuar de manera errática. No todo el tiempo, eso sí, ya que Grace es impredecible (y eso es quizás lo más emocionante de la actuación de Lawrence), pero es una crisis digna de ver, que también se complementa con suficiente comedia como para hacer llevadero un relato que podría haber sido mucho más denso.
Y Lynne Ramsay rodea esta crisis con suficientes elementos que hacen que la propuesta se sienta única. Las escenas nocturnas están grabadas en noche americana, generando oscuridad en postproducción para secuencias rodadas de día, lo que le da una atmósfera al relato que más que artificial lo torna surreal. La pareja protagónica entrega actuaciones muy físicas, casi animalísticas, en las que se usan sus cuerpos como instrumentos para mostrar cómo se buscan, se encuentran y comunicarnos el estado de su relación y su deseo.
Y, hacia el final, Ramsay se vuelve más atrevida en su juego con lo que es real, creando secuencias subjetivas y algunas derechamente metafóricas, en las que no busca que intentemos adivinar lo que es real, sino que nos perdamos y sintamos todo lo que está pasando como si fuésemos parte del desborde de la protagonista y su percepción alterada.

Un año de películas sobre madres al borde del colapso
Una de las constantes del 2025 ha sido que algunas producciones de alto perfil y que están siendo muy galardonadas –ahora que llegó la temporada de premios– tengan que ver con la maternidad. Y ninguna es muy agradable.
Lo bueno de que hayan más mujeres directoras que nunca antes es que podemos acceder a perspectivas que sentimos poco exploradas, y las dificultades de ser madre o la falta de apoyo o compañía por parte de los hombres es algo que se explora también en If I Had Legs I’d Kick You y Hamnet.
En ellas se refuerza el arquetipo del padre papanatas, pero también se pone al centro de un relato lo imposible que es lograrlo todo bien al maternar sin perder la cordura.

Nos permite explorar la maternidad como poco se ha podido antes, advirtiéndonos de que puede ser psicológicamente demandante o derechamente una pesadilla. Se genera una nueva familiaridad con el género, un entendimiento y una empatía que se logra a través de grandes interpretaciones desinhibidas, que nos enfrentan al preocupante hecho de no haber visto más de esto antes.
Nota de riego: arriesgada.
