Me da risa ese chiste de que las abuelas te pasan el dinero en un gesto rápido y discreto, como si te pasaran droga.
Mi mamá murió hace unos años y me dejó unos ahorros pequeños que me hicieron sentir así de culposo, más que otra cosa. Ella, dentro de sus capacidades y su esfuerzo como profesora, siempre tuvo porque siempre guardó. Pero no alcanzó a disfrutar tanto.
Incómoda, empujada por mí y después por el cáncer, al menos se dio el gusto de hacer dos viajes grandes y visitar a personas que habían sido importantes en su vida.
A quienes sí disfrutó fue a sus dos nietos (hijos de mi hermano).
Chile jugó el mundial de rugby por primera vez el año pasado, en Francia. Así que un día le dije a mi sobrino adolescente (que jugó rugby varios años) y a su hermana:
-Los invito a Francia… la abuela invita.
Sentí que era la forma de gastar el dinero que me había dejado y que yo no necesitaba.
Y el rostro de mi sobrino en el estadio, me recordó lo mucho que me gusta tener la posibilidad de usar el dinero con las personas que quiero.
El partido contra Samoa fue en Bordeaux.
Y mi abuela, de 93 años (que apenas su séptimo hijo salió de la universidad, se separó de mi abuelo, agarró sus cosas y se fue a España a vivir), estaba a seis horas manejando, en un asilo en medio de los Pirineos.
No la había visto hace años. Siempre fue muy chida conmigo (era una abuela bien chida), pero en realidad yo soy un güey más arisco y poco asiduo a gestos forzados por la costumbre.
Busqué cuánto costaba arrendar un auto en Francia y dejarlo en España. No podía creer lo caro que era, pero dado el itinerario que teníamos era la única opción que había. En tren no alcanzaba y en avión quedaba a trasmano. Tampoco podía volver a Bordeaux a dejar el coche.
Me habría gustado poder decir que no me costó tanto tomar la decisión, pero es que, de verdad, era caro.
Sorprendí a mi abuela con la noticia.
Y le dije el día que llegaríamos, pero sin especificar la hora. Pobrecita, se pasó todo el día esperando con ansiedad (qué tontos que somos los nietos).
Algo que a esas alturas parecía tragicómico (¿el universo quería que no lo hiciera o que lo valorara todavía más?), recibí una invitación para cenar en Nueva York con Sam Altman, de OpenAI, que me vi obligado a perderme por estar haciendo esto.
Ahora que lo escribo, sigo pensando que es chistoso y que fue una buena decisión.
Y la cara de mi abuela cuando nos vio, me volvió a recordar lo mucho que me gusta tener la posibilidad de usar el dinero con las personas que quiero.
En un momento, mientras yo grababa la escena, ella sacó su monedero, ofreciendo unas monedas de 1 euro para comprar dulces en la máquina. Mi primera reacción fue, “guárdela, yo pago”, pero rápido me di cuenta lo tonto que era hacer eso (qué brutos que somos los nietos) y tomé unas monedas.
La sensación con la que me quedé los días posteriores a esto que hicimos, no me la esperé. Y creo que se va a quedar conmigo por siempre.
Hoy desperté con la noticia de que mi abuela murió.
Y quise escribir este post.