La primera vez que vi un cuadro de Ramón Casas recuerdo haber pensado algo como "y a este, ¿por qué lo conoce tan poca gente?" Tenía todo lo que tienen sus contemporáneos modernistas más exitosos: un estilo particular y reconocible, un talento especial para representar ciertas tendencias sociales de su época, una familia acomodada que respaldó su carrera, un amigo millonario que le hizo encargos por buena plata y una aceptación casi unánime de la critica del fin de siglo europeo.
Sin duda es conocido en los círculos donde se habla y se sabe de arte. Pero entre los que nos enteramos de la existencia de pintores simplemente caminando por museos o dando vueltas en internet, Ramón Casas no suele aparecer en la listas de los más reconocidos.
Después averiguando me enteré de que incluso algunas de sus obras se habían convertido en sucesos culturales de la época, como El garrote vil, en que dejó retratada una ejecución en la vía pública de su Barcelona natal y la que, dicen, congregó una multitud que quería ver la pintura.
Si tuviera que aventurar una teoría –que seguramente gente que sabe más de esto que yo me rebatiría rápidamente– diría que le salió todo demasiado fácil. Al parecer, su éxito tempranero y no tener que vérselas difíciles para vivir hicieron que su arte se mantuviera estático por mucho tiempo. Casas se dedicó a pintar más que nada a la élite catalana de fin de siglo, y lo hacía bastante bien, reflejando lo que se suele llamar decadentismo: personas con buen pasar que muestran un afectado esteticismo y que parecen estar en constante estado de nostalgia o melancolía.
Como en su pintura más famosa, tal vez: Joven decadente.
Una mujer vuelve de una noche de fiesta y en vez de irse a dormir prefiere pasar los últimos minutos de la velada echada en su sofá con lo que puede ser un libro de poesía tipo Las flores del mal de Charles Baudelaire en su mano.
Y de ahí viene un poco mi hipótesis: de tanto pintar lo mismo, tal vez su arte se terminó pareciendo demasiado a sí mismo durante los años. No innovó y poco a poco pasó a un segundo plano. Igual que una joven decadente que se deja llevar.
Personalmente siempre me gustó el estilo y las pinturas de Ramón Casas: mujeres sintiéndose mucho más liberadas que sus madres yéndose de fiesta con cierto desparpajo, tomando cócteles extravagantes.
La IA, obviamente, lo conocía mejor que yo. Así que pintar mujeres al estilo Casas pensando en contratar un seguro de vida o andando en bicicleta fue relativamente sencillo.
Tal vez le faltó un poco de ese toque melancólico decadente. Pero por eso los pintores son pintores y las IA... bueno, mejor no aventurar nada a estas alturas.