Titanic marcó a una generación en una época que pareciera no existir hoy. Era el mundo antes de internet, donde el boca a boca era lo que nos llevaba al cine y la cartelera era más limitada. Convertirse en un éxito de taquilla era un logro digno de análisis, un evento cultural, más que mera inercia.
Hace 25 años se estrenaba la película más cara de la historia y todo el mundo fue a verla. Hoy no hay nadie que no sepa lo que es Titanic. Esta semana se reestrena para celebrar su aniversario y era lo que no sabíamos que necesitábamos.
Porque el mundo es mucho más cínico en el 2023 de lo que era antes, y Titanic es precisamente una película sin un pelo de cinismo. La historia de amor de Jack y Rose y el hundimiento del transatlántico más grande jamás creado tiene melodrama, acción y espectáculo, algo que nos sigue convocando. Pero, ¿qué ha cambiado? ¿Cómo es ver la película a veinticinco años de su estreno?
Cómo llegó a existir Titanic (y por qué no existiría hoy)
James Cameron había dirigido Terminator, Aliens y otros blockbusters taquilleros que le dieron pista libre para hacer lo que quisiera. E hizo lo que quiso. Estaba obsesionado con la historia del barco que se hundió en 1912 e incluso había planeado financiar una expedición para investigar sus restos. Ya existía un par de películas y producciones sobre la tragedia del Titanic, el mayor barco de pasajeros del mundo que se estrelló contra el iceberg más infame de la historia. Pero él quiso hacer la definitiva y la más grande.
Así que obtuvo el mayor presupuesto en la historia y reconstruyó el navío, con sus velas y salas de máquinas, candelabros y alfombras. La productora Fox, naturalmente, compró parte de una costa mexicana (Rosarito, en baja California) para instalar un estudio para la filmación, y los elevados costos de producción ya empezaban a hacer noticia sobre una película que tenía todas las de fracasar.
Y así, con unos jóvenes Kate Winslet y Leonardo DiCaprio, se aventuró a filmar un romance de más de tres horas, un Romeo y Julieta moderno inspirado en una catástrofe real, que asustaba a los estudios y confundía a la gente antes de su proyección. Pero cuando se estrenó a fines de 1997 la gente no pudo hablar de otra cosa. La fueron a ver dos, tres, cuatro veces, se discutía en las noticias, rompió todos los récords de taquilla y estuvo 10 meses en cartelera. Leo y Kate se volvieron más famosos que nunca, Titanic ganó 11 premios Oscar –un récord– y James Cameron confirmó que nunca es sabio apostar en su contra (lo que reconfirmaría 12 años después cuando destronara a su propia Titanic como la película más taquillera de la historia con Avatar).
Hoy todo este escenario es difícil de imaginar. Difícil sería encontrar un estudio que invierta tanto en un proyecto tan arriesgado. Menos aún un melodrama y menos aún con esa duración. Los efectos prácticos del Titanic serían reemplazados por pantallas verdes y, nada en contra de Saoirse Ronan y Timothée Chalamet, pero las estrellas de cine de hoy no tienen el peso y el valor cultural del que gozaban las de antaño.
Internet nos habría saturado con información, trailers y comentarios de la película antes de su estreno. Habría controversias. Se reirían de su sinceridad melosa, se perdería la novedad apenas la viéramos y la gente pasaría al siguiente producto comercial en un par de semanas. En su momento, Titanic capturó la conversación de una forma que simplemente no se podría replicar, al punto de que quedó instalada en la cultura popular de forma permanente.
Lo que nos lleva hasta hoy.
Titanic de nuevo en los cines, a 25 años de su estreno
¿Cómo es ver Titanic hoy? La película ha sido víctima de ridículo y burlas desde que el internet se puso al día con el fenómeno. Todos hemos visto los memes: dibújame como una de tus chicas francesas, it’s been 84 years, king of the world y la maldita y polémica puerta donde probablemente cabían dos personas.
Pensemos lo sorprendente que es que una sola película haya generado tal cantidad de memes que sigan siendo reproducidos a veinticinco años de su estreno. Simplemente no hay nada como eso. Y Titanic puede ser un chiste, pero tocó una fibra y se debe probablemente a lo mismo que la hace ridícula. Su emotividad.
A todos nos gusta fingir que estamos por encima de una película con líneas como “el corazón de una mujer es un profundo océano de secretos” y en la que Celine Dion canta que su corazón seguirá adelante de manera seria, pero el hecho de que todo el mundo haya visto Titanic y la recuerde probablemente indica que no somos mejores que esto. Un hito como este dice algo de nosotros como sociedad. Y es que quizás nos gusta lo meloso. O que agradecemos cuando alguien se arriesga, en todo el sentido de la palabra.
Porque en un mundo en el que parecía que teníamos que elegir entre una película emotiva de personajes y otra de acción, James Cameron hizo ambas, cada una en su versión más exagerada. Rose es una chica de la alta sociedad que está infelizmente comprometida cuando conoce a Jack. Su novio es un imbécil, los ricos son malos y el pobre de DiCaprio le muestra un mundo nuevo donde tienen tienen el tipo de sexo que te hace apoyar tu mano en un vidrio empañado y abrazarte en la proa de un barco con los brazos extendidos. Imágenes icónicas y sin un ápice de cinismo.
Todo es demasiado, y Cameron se revuelca en estos excesos, dándonos en la primera parte de la película elementos claros y personajes que hacen que esta historia nos importe. Y en la segunda parte se encarga de destruirlos. Se vuelve una disaster movie donde Cameron nos recuerda que antes que todo es un director de acción. La orquesta tocando en el fin del mundo, Rose corriendo con un hacha y el barco en posición vertical son otras imágenes icónicas. Y es esa mezcla sencilla y brillante la que hace que esto funcione. Partimos con una historia de amor de distintas clases sociales, conocemos cada parte del barco y empatizamos con los personajes. Luego solo queremos que todos sobrevivan, aunque ya sabemos lo que va a pasar.
Así, Titanic le dio en su momento a todo el mundo una razón para verla. Si querías romance, lo tenías. Si querías espectáculo y pirotecnia, también. Hoy es un poco distinto. Hoy Titanic nos recuerda el fenómeno que fue y nos deja perdernos en su historia, pero también nos lleva a una época en la que cosas como Titanic podían existir. Donde una chulería melosa podía convocar multitudes y marcar el zeitgeist de una forma que sencillamente ya no puede pasar.
Hoy el mismo Cameron demostró que para hacer la película más taquillera tienes que inundarla de efectos especiales. Avatar es criticada precisamente por la simpleza de su historia y lo vacío de sus personajes. Pero nadie le critica el mundo que crea.
Es curioso cómo en estos momentos, Titanic y Avatar 2 están peleándose el tercer lugar en la taquilla histórica. Estas últimas semanas, tras el reestreno, se han destronado mutuamente en una pelea entre el Cameron del pasado y el del presente. Porque el director parece saber algo de lo que el resto nos vamos enterando de a poco, y tiene que ver con las sensibilidades de la masa y lo que nos hace levantarnos para ir al cine.
Si bien algo como Titanic no podría existir hoy, lo que sí existe es su recuerdo y su impacto cultural. Tener la opción de ir a verla en pantalla grande –y en 3D– añade a todo lo que ya hemos dicho un elemento clave e infalible: la nostalgia.
El volver a sostener un momento del pasado, pero visto desde el prisma de hoy, es de las cosas más poderosas. Pero en este caso la nostalgia no es solo por la película que ha inspirado mil memes y la historia que ya conocemos. Sino por la Titanic que indicó el fin de una generación, esa en la que nos permitíamos maravillarnos sin tanta reserva, donde un drama sensiblón y romántico nos hacía emocionarnos y nos impresionábamos ante el poder de las películas más allá de su apartado técnico. Eran épocas más simples, quizás, y siempre sorprende que algo nos indique que han pasado 25 años. Pero, aunque las cosas hayan cambiado, Titanic se mantiene ahí, imponente, un evento cultural que compartimos y que marca lo que alguna vez fuimos y sentimos.