Hacen falta películas como Glass Onion. El whodunnit (literalmente “¿quién lo hizo?”) es un subgénero que ha estado con nosotros desde las novelas de Agatha Christie, pasando por telenovelas y hasta juegos de mesa tipo Clue. Es muy sencillo: un asesinato, varios sospechosos, un misterio por resolver.
El director Rian Johnson (Star Wars, Looper) ya lo hizo una vez con Knives Out hace un par de años. Juntó a un elenco grande y carismático –que incluía a Chris Evans, pasando por Ana de Armas hasta llegar a Toni Colette– en torno a la muerte de un anciano y ponía al mejor detective del mundo, Benoit Blanc (Daniel Craig) a resolver el intrincado puzzle. Tan bien le fue a aquella comedia/misterio que Netflix le dio 450 millones de dólares para convertirla en una franquicia. Glass Onion es la secuela, más ambiciosa, más enredada y más entretenida que su predecesora.
El nuevo misterio de Glass Onion
Esta vez Benoit Blanc es el único personaje que se mantiene y se resetea todo lo demás. Ahora el misterio ocurre en una isla privada en Grecia, donde el millonario Elon Musk Miles Bron (Edward Norton) invita a un peculiar grupo de personas a jugar un juego. Entre ellos están una influencer funada (Kate Hudson), un científico (Leslie Odom Jr), una política (Kathryn Hahn) y un youtuber (Dave Bautista), gente que se ha beneficiado del dinero y las influencias del excéntrico Bron.
Y así tenemos la promesa de un asesinato que resolver, pero durante la primera parte de la película nada de eso pasa. Glass Onion tiene demasiados trucos bajo la manga y uno de ellos es armar este rompecabezas de manera que sea imposible para los espectadores adelantarse. Y por eso ni entraremos en spoilers. Primero, porque lógicamente es una película a la que hay que entrar sin saber nada. Y segundo, porque Glass Onion se arma y desarma tantas veces, con tantos giros y sorpresas que, aunque algo se spoilee, habría mil cosas más que no podrían anticiparse.
Es enredado, pero fácil de seguir. Truculento pero obvio. Como una cebolla de vidrio (ja): lo que se esconde tras capas y capas aparentemente complejas termina siendo muy simple. En un momento el detective se debate si el misterio es tan tonto que es brillante o si es simplemente tonto. Y lo mismo podría decirse de la película. Es entretenimiento fácil y efectivo escondido dentro de una trama complicada que disfrutamos y luego olvidaremos.
Y también es una excusa para criticar cierto estado de las cosas. La primera mostraba que la meritocracia no existe y cómo los ricos, sin importar su política, siempre intentan proteger sus intereses. Era un mensaje social que no le pediríamos a una película como esa, pero se agradecía porque elevaba y distinguía todo el juego alrededor. Esta vez la enfermera latina de Ana de Armas pasaría a ser el enigmático personaje de Janelle Monae (que se roba la película), una mujer traicionada por el egoísmo de los millonarios. Y Johnson se ríe del estilo de vida de los ricos y famosos, la torre de cristal en la que viven, la cultura de los influencers y da un par de pistas sobre cómo podemos dejar de someternos a sus caprichos.
Todo eso en una película entretenida, perfecta para ver en estas fiestas con toda la familia. Es lo mejor que le podemos pedir a un Netflix que escupe contenido amparado bajo el lema “cantidad > calidad”, una secuela ágil que sigue la fórmula de Knives Out, repitiendo elementos pero distinguiéndose lo suficiente para armar algo nuevo y creando un misterio interesante que muta y cambia rápidamente frente a nosotros, demasiado lentos como para predecir a dónde se dirige. Rian Johnson y Daniel Craig dicen que quieren seguir haciendo esta serie de películas por siempre y creo que pocas personas se opondrían a ello. ¿Cuándo la tercera?
Nota de riesgo: completamente conservadora, liviana y perfecta para ver uno de estos feriados junto al pariente de turno, agradeciendo que pueden pasar el rato divirtiéndose sin tener que hablar y comiendo un par de sobras navideñas. La mejor época del año.