Blonde se ha convertido en la película más divisiva del año. Nos hace ver que todavía quedan cintas de alta difusión que generan este tipo de reacciones, donde gente que ama algo lo defiende, mientras otras personas lo boicotean. Este año la elegida parece ser la arriesgada película sobre Marilyn Monroe, que presenta a la actriz de una manera que pide del público una respuesta visceral.
La historia de Marilyn Monroe se ha contado las veces suficientes para convertir a la figura de la estrella en un mito americano. La actriz se volvió un ícono de una forma irrepetible, y luego su muerte y la fascinación morbosa del público por su legado tomó su propia forma como mito. El libro de Joyce Carol Oates, Blonde, hablaba de eso. Y la película de Andew Dominik estrenada en Netflix esta semana también.
Se concentra en una dimensión particular de la actriz de los años cincuenta: su faceta trágica. Su relación adictiva con los hombres, la tortura física a la que la someten, sus tres abortos, su desesperada búsqueda de validación masculina, la espera de un padre que nunca va a llegar, la obsesión del mundo con su cuerpo. Es una película que busca provocar. Gratuita y osada. Quizás demasiado osada.
Por más de dos horas y media de película, Norma Jeane (su nombre real) pelea con Marilyn, ese ser dentro de ella que le causa sufrimiento. Y por más de dos horas y media es golpeada tanto por hombres como por la película, que en los peores momentos ve a la mujer como una persona ingenua y sin agencia, con algún desequilibrio que la película no logra profundizar. Y nada de esto es técnicamente cierto, ya que el libro de Oates siempre se asumió como ficción.
La polémica de Blonde
Los críticos que amaron Blonde la respetaron, agradeciendo la mirada diferente a un biopic hollywoodense (definitivamente lo es), y alabaron sus recursos visuales y estéticos. Porque la película sí es formalmente interesante, con una estructura discontinua y el uso prácticamente de todos los movimientos de cámara inventados, cambiando su relación de aspecto y de blanco y negro a color. Puede ser antojadizo, pero sí genera un efecto: el de recrear la pesadilla horrorosa que fue la tortura de nacer como Marilyn Monroe. Y hay quienes sí respondieron ante esa fascinante experiencia.
Y por lo mismo, quienes la odian, lo hacen con ganas. Algunas reacciones la han tildado de “asquerosa” e “inaceptable”. La crítica del New York Times, Manohla Dargis, acusó al director de explotar a la persona que retrata. La han comparado con la experiencia de ver un matadero desde los ojos del animal condenado. Y se ha criticado el maltrato que se hace de una víctima. El director se refirió a Marilyn como una prostituta y afirmó que la veía como alguien que no estaba en control de su destino. Lo que hace Dominik es enfrentarnos a una película antifeminista justo en este momento histórico particular.
Blonde, entonces, se convierte en el punto de discusión perfecto para lo que está retratando, pero por todas las razones equivocadas. Es voyerista y maltratadora y eso nos tiene repudiando tales formas. La gente está hablando de Blonde. Pero no solo de Marilyn y de su tragedia, sino que de la forma en que se objetifica a las mujeres en los medios y se explotan sus figuras.
Es con mucha confusión que se está recibiendo esta película. Hay quienes creen que hay una experiencia que hay que ver y quienes no creen en avalar este discurso. Otros creen que nos hace bien ofendernos de vez en cuando. O quizás no tenemos que desperdiciar ese tiempo.
Cuál es el límite de lo aceptable en lo que nos muestran es una pregunta que siempre ha dado tema de conversación. Al boca a boca se le agrega este océano interconectado de redes sociales, aplicaciones y críticas instantáneas y termina pasando con más intensidad que nunca. Y cuando a todo eso llega un objeto raro como Blonde, donde cada persona tendrá su interpretación, se vuelven a remecer las cosas.
Nota de riesgo: muy arriesgada.