Me subí al ascensor del edificio de mi psicólogo y respiré aliviada y agradecida de tener 50 minutos en que no miraría mi celular. E inmediatamente pensé en la posibilidad de que esté pagando la terapia solo para eso, para tener una hora libre de smartphone, y decidí que no, no es solo por eso, pero aunque fuera así, estaría dispuesta a pagar un precio bastante elevado por un espacio en el que no sea posible ver la endemoniada pantalla. Y si yo estoy dispuesta a pagar por algo así, de seguro hay más gente que siente parecido.
No es una idea nueva; todos lo vimos en la última temporada de The White Lotus, cuando una asorochada empleada del hotel les pedía a los pasajeros que dejaran sus celulares en una bolsa y se desconectaran completamente durante su estadía. Y precisamente viajar offline es una de las tendencias del año 2025, y me imagino que crecerá el 2026: según el Hilton Trends Report 2025, el 27% de los adultos que planean viajar dice que tiene la intención de reducir el uso de redes sociales durante sus vacaciones, y en México los lujosos Grand Velas Resorts han lanzado un Programa de Desintoxicación Digital.
Entonces, ¿es necesario ser millonario para estar desconectado? No precisamente, pero vamos caminando a algo parecido: como se trata de una adicción propiamente tal, es natural que quienes tengan más recursos puedan acceder a mejores programas de rehabilitación, y el resto, pues, allá ellos. Pero este post no se trata de grandes y lujosos detox, sino de los pequeños pasos que está dando gente común y corriente para proteger su cerebro, su identidad y su espíritu del hoyo negro que son las redes sociales y, más recientemente, la inteligencia artificial.
La principal herramienta que la gente está usando para alejarse de un consumo problemático de pantallas y AI Slop es el viejo y confiable hobbie. Esa actividad que hacemos por placer puro, sin intereses lucrativos (son un gastadero de plata) y frecuentemente de manera análoga, el hobbie, es lo que la generación Z ha designado como su caballo de batalla para combatir la hipnosis total de la humanidad. Bordado, pintura, tejido, cerámica, tufting de alfombras, orfebrería, trabajos en cuero, figuras de arcilla polimérica, son algunos de los principales ejemplos de actividades u oficios que están adquiriendo popularidad. Nótese que estoy dejando fuera todos los deportes y los juegos de mesa; y es porque lo que está en boga no es cualquier hobbie, sino actividades que caben dentro de lo artístico y artesanal. Esto es porque es una reacción contra la intangibilidad de la inteligencia artificial y todos sus productos, las redes sociales y todo el mundo etéreo de lo digital. Los oficios devuelven la materialidad, lo sensual (de los sentidos), la estrecha relación que siempre hemos tenido, como especie humana, con los objetos y la transformación de estos mediante diferentes disciplinas. No es necesario ser artista: el resurgimiento de estas actividades puede limitarse a recortar revistas y hacer un collage con las imágenes más aleatorias que encontremos, hacer un fanzine destartalado con papel reciclado, o garabatear en una de las (miles) de libretas que nos hemos comprado para “organizarnos”.
Debo admitir que para mí es una noticia sorprendente, en el sentido de que siempre he tenido tres o cuatro hobbies, y tiendo a pensar que todo el mundo los tiene; por eso me asombra que de pronto se hable de cómo la gente recién ahora tiene hobbies. ¿No han estado los hobbies siempre entre nosotros? Parece que hubo un gran hiato, lo suficientemente largo y profundo como para generar un renacimiento de los oficios como una alternativa viable de entretenimiento. Y hablando de hiatos: ¿qué hay de la pandemia? ¿No fue esa la época de resurgimiento de los hobbies, donde todos se pusieron a hacer masa madre y jardinería? Algo muy ominoso ocurre con esos años de encierro: nadie los quiere recordar, entraron en un vortex atemporal y oscuro donde los lolos imberbes que entraron con 16 años salieron peludos y con 18, listos para subirse a un auto sin saber manejar, listos para entrar a la universidad sin haber ido al colegio en IV medio. Quizás es esa generación la que más sucumbió en las garras de las redes sociales y no desarrolló actividades análogas saludables. Además, coincidió con el crecimiento acelerado de la IA. Me calza, porque me meto a TikTok y las influencers que hablan de los hobbies como si fueran la última novedad del momento dicen cosas como: “Shopping is not a hobbie” (comprar no es un hobbie), aleccionando a su público: “Un hobbie no tiene que ver con acumular más cosas… sino con hacer cosas que te ayudan a construirte a ti mismo.” Ven a los hobbies como si fueran un descubrimiento reciente, un nuevo “life hack” que vale la pena aplicar para seguir en la carrera de actualizarte a ti mismo. Agotador; pero sin duda mejor que pasar todo el día en la pantalla pensando en la posibilidad de levantarse y hacer algo, pero finalmente no hacerlo porque es mejor seguir haciendo scroll, en un perpetuo y cómodo estado de potencialidad no realizada.
En fin, no voy a ser tan insoportable como para juzgar a las influencers que descubrieron las acuarelas y están felices de gritarlo a los cuatro vientos (de hecho, yo misma publiqué en mi substack una entusiasta recomendación de scrapbooking, diciendo que “me estaba cambiando la vida”, y en realidad ahora me doy cuenta de que era porque estaba con una guagua recién nacida y era esclava de ella todo el día… así que recortar papeles era como descubrir un mundo nuevo).
Hasta septiembre de 2025, en Estados Unidos, cocinar y hornear ha sido el hobbie más popular, y cuidar mascotas es el segundo. Y el shopping aparece en 6º lugar; deprimente.
Según Harvard Health, tener un hobbie implica creatividad, estimulación sensorial, autoexpresión, relajación y estimulación cognitiva, factores asociados a una buena salud mental y al bienestar. Además, participar en clases o talleres grupales nos mantiene socialmente conectados, lo que ayuda a reducir la soledad y el aislamiento.
Antes de escribir esto me rondaba una idea muy insistente, que no sé si es un recuerdo o un invento: rozar las yemas de los dedos entre sí, al bordar, amasar, coser o pintar, genera una sensación de relajo parecida a la del grounding; de alguna manera afectan al sistema nervioso. No es raro ver que de pronto en un asado una invitada está tejiendo, o un papá se concentra más de lo normal coloreando un libro con su hija. Esos son ejemplos de oficios que, llevados a cabo en el más sencillo de los niveles, generan una sensación de calma y de seguridad difícil de explicar. Cuando estoy amasando la pasta de gres para hacer una escultura, o cuando estoy mezclando un óleo con otro para generar un color, pienso en lo natural que me resulta hacerlo, pero no porque soy experta, sino porque de alguna manera entiendo que mi naturaleza y la de todo ser humano está hecha para establecer ese tipo de contacto con los materiales de la tierra.
“Art is a guaranty for sanity”, decía Louise Bourgeois, la misma señora que tiene un video viral en el que cuenta cómo su papá le enseñó a hacer una figurita humana con la cáscara de una mandarina. Sus manos se mueven como las patas de una araña alrededor de la fruta y, con destreza, quedamos admirados de cómo los mismos 5 dedos que tenemos pueden, en otras personas, hacer cosas tan bien y tan rápido. Quizás va a llegar el día en que nadie nos va a admirar por tipear rápido, y vamos a tener que volver a saber hacer al menos dos tipos de puntos de bordado, zurcir calcetines y reparar un libro roto, ya no para “tener un hobbie”, sino para permanecer cuerdos y humanos.
Y como ustedes también son humanos (y cuerdos, porque usan Fintual y leen Fintualist) quisimos hacerles una breve y entretenida encuesta para saber si entre nuestros lectores también se refleja una vuelta a los oficios. Yo sé que la palabra “encuesta” suena muy latera, pero esta es de las otras encuestas, de las cool. Los resultados serán compartidos en una publicación futura con todos los insights y chismes, será divertido, y es anónima.