El controvertido primer ministro británico Boris Johnson nació en 1964 en Nueva York. Asistió a una de las escuelas más elitistas del Reino Unido, la prestigiosa Eton, de donde han egresado 19 primeros ministros. Luego continuó sus estudios en Oxford, trabajó como periodista en el Times, y en su carrera política ocupó puestos como alcalde de Londres, ministro de relaciones exteriores y parlamentario. Hasta ahí, todo bastante convencional con Boris.
Pero quien lo haya visto en la televisión o en alguna fotografía, sabe que Johnson es cualquier cosa menos un político convencional. Con su aspecto y pelo desordenado (como si siempre estuviera arrancando de una ventolera), sus metidas de pata (como el día que se quedó colgado de un alambre mientras celebraba una medalla olímpica inglesa) y sus polémicas (como cuando lo pillaron de fiesta mientras había toque de queda en todo el país), Boris Johnson es un político que siempre llama la atención.
A pesar del Partygate (la famosa fiesta durante el toque de queda), y la resistencia de muchos parlamentarios de su partido (ganó apenas 211 votos contra 148 en contra), Boris logró quedarse con un voto de confianza que le asegura su cargo por un año más.
Tal vez, esto le permita llevar a cabo una de sus ideas más estrafalarias: volver al sistema de medidas imperial.
¿Importa realmente cómo medimos? La teoría de la dependencia de la trayectoria y el sistema de medidas imperial
Johnson está pensando en volver al sistema imperial (ese de las pulgadas, los pies, las yardas, las millas, las onzas, las pintas y los galones) para celebrar el aniversario setenta de la Reina Isabel en el trono. En principio, no parece algo demasiado importante. El sistema métrico (el que usamos casi todos) y el imperial pueden traducirse relativamente fácil.
Aquí es donde entra a jugar una teoría económica muy cool: path dependence, o en español, dependencia de la trayectoria. Como resume el columnista del New York Times Peter Coy: “La dependencia de la trayectoria explica cómo los eventos pequeños, incluso aleatorios, pueden tener consecuencias duraderas al darle a un sistema una ventaja en la que se bloquea al resto, sea o no superior.” Piensa, por ejemplo, en los voltios que tiene la corriente eléctrica en Chile o la forma de los enchufes de cada país. Alguien dijo en algún momento: vamos con este. Y con ese seguimos.
Se trata de saber si el sistema que elegimos en su momento es realmente el más eficiente. Por ejemplo, algunos creen que la distribución de las letras en tu teclado (el QWERTY), no es el sistema más eficiente. Y, por lo tanto, la dependencia de este sistema es una falla de mercado.
Otros creen que hay diferentes tipos de dependencia, y que lo que pesa para la decisión final es qué tanto mejor es la alternativa.
En el caso del sistema métrico versus el imperial, parece que la principal diferencia—cuántos países usan uno o el otro—es clave. Actualmente, se cree que solo Estados Unidos, Myanmar y Liberia utilizan el sistema imperial. El simple hecho de que alguien deba hacer la conversión de metros a pies implica un gasto de recursos y una posibilidad de errores gigantescos.
La batalla de las medidas. Una decisión política
Volvamos a Boris: ¿sería una mala decisión volver al sistema imperial?, ¿tendría efectos económicos negativos modificar toda una institucionalidad? Seguramente los británicos tardarían un par de años en acostumbrarse, aunque debemos recordar que el sistema imperial lo llevan metido en los huesos: nadie pide medio litro de cerveza en un bar, sino una buena pinta. Los partes por exceso de velocidad se pasan por millas por hora. Pero los supermercados miden con sistema métrico. Es una mezcla de ambos sistemas. Al final, parece que lo de Johnson no es una decisión económica, sino más bien política y cultural: volver a las raíces.
En su genial recuento de la “batalla de las medidas”, el periodista británico James Vincent nos recuerda que la elección de un sistema de medición es una decisión económica pero también política. En Francia—donde se encuentran guardados bajo siete llaves el metro y el kilo original—se hizo el cambio durante la revolución para eliminar medidas del tipo “pie de rey”. En el Reino Unido tomó más tiempo y muchísima resistencia cultural. Al final, las nuevas generaciones de ingleses han terminado de adoptar el sistema métrico en una amplia gama de situaciones mientras siguen pidiendo pintas en los bares.
¿Te imaginas que desde el próximo mes la velocidad se midiera en millas, la leche en galones y el pan en onzas? Tal vez quedarse con un mismo sistema no es tan trágico.