En Argentina son fanáticos de ser fanáticos, y este mes, el mundial se ha vivido en su máxima expresión. El país paralizado, con una ministra del trabajo que dijo “después seguimos trabajando con la inflación, primero que gane Argentina (...) un mes no va hacer una gran diferencia”, donde se le hace culto e incluso iglesias a sus mayores ídolos, que no es el Papa Francisco, sino figuras como Maradona o Messi.
Quienes somos apasionados por el fútbol decimos sin lugar a dudas que es el deporte más lindo del mundo. Y tenemos un mes, apenas 1 en cada 48, en que le hacemos un homenaje, donde la vida gira en torno a la esférica, un mes que anhelamos durante los otros 47.
El fútbol nos hace vibrar, reír, saltar, y también llorar, en general de la mano de aquellos que mejor mueven la redonda. Se ve clarito en la canción argentina del mundial: “En Argentina nací, tierra de Diego y Lionel (...) Y al Diego, en el cielo, lo podemos ver. Con don Diego y con la Tota [sus padres], alentándolo a Lionel”.
La figura de Maradona, si bien ha estado muy opacada por sus escándalos, principalmente fuera de las canchas, sigue siendo una especie de “santo del fútbol”. A él se encomiendan en este primer mundial desde que falleció, y probablemente el último de su sucesor natural, Lionel.
Y la comparación nace de manera casi natural. Similar a la que nació por ahí por el 2009 entre Messi y Cristiano, que se enfrentaron por años en cada Clásico, y que compitieron rompiendo todos los récords. Una comparación que para muchos quedaría zanjada si este domingo Lionel levanta la copa.
Entre Messi y Maradona, son tantas las cosas que se pueden decir. Los más viejos dirán “pero tú no viste nunca jugar al Diego, eran otros tiempos.”, otros muchos dirán “Messi es un ejemplo dentro y fuera de la cancha”.
Veamos qué dicen los datos.
Messi parece ser inmensamente superior. Más goles, más asistencias, un récord descomunal jugando por Argentina y una tremenda diferencia en cuanto a títulos. Pero es que Maradona tiene una Copa del Mundo. En ese mundial del 86’ el Diego se erigió como un héroe nacional, no solo futbolístico, en un momento en que el país necesitaba de esta victoria moral, a solo 3 años de haber dejado atrás la dictadura, con una deuda altísima, una inflación descontrolada, y la imagen de la Guerra de Las Malvinas todavía muy latente.
En México Maradona dejó pintados a los propios ingleses, con “La Mano de Dios” y con “el mejor gol del siglo XX”, resolviendo los conflictos como los resolvía en el barrio, con goles, bailando a sus rivales, para más tarde levantar la copa más importante de todas, con la albiceleste, con el 10 en la espalda, y con la jineta en el brazo izquierdo.
Y algo que es difícil poner en datos pero también parece relevante, es lo que ambos ídolos han generado en sus aficiones. Fui a Barcelona poco después de que Messi se fue al PSG. Una ciudad cargada de ese fanatismo al estilo argentino, de fútbol, política y cultura, que se unen y entrelazan de forma casi inseparable. Porque si eres independentista eres del Barça y hablas catalán. Si eres nacionalista eres del Espanyol y hablas castellano. En cada derby catalán no se juegan 3 puntos, no se juega una posición en la liga ni un puesto en la copa, se juega la vida.
Y Barcelona, sin Messi, quedó huérfano de un ídolo, del que con sus goles les hizo tantas veces olvidar cualquier problema, que con verlo acariciar la pelota les sacó cuántas sonrisas. En las tiendas del club promocionan ahora las camisetas probando distintos rostros del equipo, buscando, a ciegas, cómo llenar ese vacío.
En Nápoles, en cambio, no hay ningún afán por reemplazar al Diego. Es la ciudad más grande del sur de Italia, sin llegar al millón de habitantes, en un país que a medida que se acerca al sur, se pone más cálido y también más pobre, lejos del glamour de Milán y de los centros de esquí en Los Alpes, pareciéndose más, probablemente, a las calles de Villa Fiorito donde el Diego hizo rodar por primera vez el balón.
De ahí que con un club que difícilmente pueda considerarse entre los grandes de Europa, sentenciado a ser sombra de los poderosos del norte como la Juventus, el Inter o el Milan, entienden que haber tenido 8 años de la magia de uno de los mejores de la historia fue un regalo y una suerte que no volverán a tener.
Una ciudad de la que es, hasta el día de hoy, lo más grande. Cuesta encontrar en Nápoles una calle que no tenga un mural del Diego, o una tienda donde no vendan su merchandising.
Una ciudad, donde el mismo día de su muerte, rebautizaron el mítico Stadio San Paolo, para que ahora, merecidamente, lleve su nombre.
Lionel tiene aún mucha historia por escribir, más fuera que dentro de la cancha, y la discusión de quién es más grande difícilmente quedará para siempre zanjada, pero si este domingo en su última oportunidad levanta la copa, quedarán pocos argumentos en favor del Diego. Y es que la actualidad argentina parece una copia de la última vez que conquistaron el mundo, con una inflación de 92.4% en el último año, con huelgas y paros a lo largo del país y con una vicepresidenta (y expresidenta), recién condenada a 6 años de cárcel por corrupción.
Si no celebran el domingo, la disputa quedará abierta quizás para siempre, o quizás a la espera de que Lio vuelva a la selección a probar suerte como DT, como lo hiciera sin éxito Maradona.
Lo que es claro, es que ambos hicieron ya suficiente para quedar en la historia, de Argentina y del fútbol, y que pase lo que pase, ambos tendrán espacio para seguir brillando con luz propia.