Detenga a un santiaguino cualquiera en la calle y pregúntele lo siguiente: el año en curso ha sido
a) Muy seco
b) Seco
c) Normal
d) Lluvioso
e) Muy lluvioso
Mi experiencia indica que la mayoría responderá d), y no pocos e).
¿Qué tan certero es el calce entre percepción y realidad?
Veamos. Para aplicar un adjetivo calificativo se requiere de un punto de comparación. Pues bien, la convención meteorológica es utilizar promedios móviles de 30 años. Durante mucho tiempo se utilizó el del periodo 1961-1990, y ello arrojaba una lluvia anual en Santiago (Parque de Quinta Normal, estándar desde 1866) de 312,5 milímetros, una cifra que le resultará familiar a todos los nerds que seguimos de cerca este asunto.
Conforme transcurren los años, ese lapso se ha ido actualizando. El monto creció a 341,8 para 1981-2010, y volvió a bajar a 286,3 en el momento en que nos mudamos al 1991-2020 que se emplea hoy. Así que apenas 286,3 milimetritos es lo que hoy se considera normal para la gran capital.
Fijado un estándar, podemos computar el total anual esperado para cada uno de los 365 días del año, comenzando en 0 milímetros acumulados el 1 de enero y cerrando el año en 286,3. Al momento de publicar esto, lunes 25 de septiembre, Quinta Normal registra 277,8, frente a los 262,6 esperados para la fecha. ¡Yujuuuuu! ¡Con superávit por primera vez en 15 años!
Es un superávit muy modesto, claro, y con la vara histórica 1961-1990 tendríamos un déficit de 9 milímetros. Así que, hasta ahora, este año solo podemos calificarlo de normal. Las percepciones muestran, una vez más, ser de muy poco fiar ante los datos duros. Ocurre que, tras 14 años seguidos de déficit, en lo que ha venido a ser denominado megasequía, nos hemos ido acostumbrando a la aridez que está aniquilando nuestros bosques nativos (fíjese en la Cuesta de Lo Prado cuando vaya a la costa) y derritiendo nuestros glaciares (mire el retroceso del glaciar del Morado si tiene estómago).
La siguiente imagen, que muestra la lluvia acumulada para cada año desde que comenzó la megasequía en 2009, permite aquilatar la evolución de manera más precisa. El eje horizontal muestra los días del año, desde el 1 hasta el 365, y el vertical los milímetros acumulados a esa fecha:
Al ‘23 en curso solo le quedan 0,4 milímetros para rematar de puntero absoluto de esos quince años y superar los 278,2 del ‘17. Visto a esa escala pareciera gran cosa, pero un poco de frialdad en el análisis permite concluir lo contrario. La lluvia en lugares de clima mediterráneo como Santiago presentan alta variabilidad interanual (mucho más que sitios como Valdivia o Puerto Aysén) y el “acuerdo tácito con San Isidro” es que años secos se alternan con años húmedos, y la raya para la suma que resulta de ese ballet estocástico es lo que arroja este tipo de vegetación y este tipo de glaciares. La secuencia “años secos alternados con años normales como 2023” es insuficiente para compensar los secos. Así que no, lo que ha precipitado hasta ahora es para respirar tranquilo, pero no para abrazarse.
Más claro queda cuando volvemos a observar la imagen anterior, pero ahora incluyendo algunos de esos años compensatorios: 1987, 1997 y 2002
Por supuesto, pluviometrías de ese tipo traen no solo recuperación para bosques y glaciares, sino también tragedias (al menos en ciudades tan mal preparadas, porque otras urbes reciben regularmente 100 o más milímetros en 24 horas; Bombay recibió 944 el 26 de julio de 2005).
Una amiga que se encontraba en Portillo esos días tuvo que abandonar el hotel por el segundo piso porque la nieve acumulada no permitía abrir la puerta del primero. Similar a lo que ocurrió en julio de 1987:
De vez en cuando, las consecuencias son también políticas. Como el frente del 18 al 22 de mayo de 2008, que, en el marco del repentino corte de gas argentino, apuntaló las hidroeléctricas estresadas por la sequía de 2007 y salvó en los descuentos al entonces ministro de energía Marcelo Tokman de un tremebundo racionamiento eléctrico. O la megatormenta que arreció a inicios de junio de 2002, mientras se jugaba el mundial de Japón Corea. Los santiaguinos vivimos en esa ocasión la siguiente secuencia:
viernes 31 de mayo: 11,9 mm
sábado 1 de junio: 28,3 mm
domingo: 56,2 mm
lunes: 111,1 mm
martes: 44,5 mm
miércoles: 4 mm
Muchos recordarán ese lunes torrencial. En mi caso, tras empaparme bien empapados los zapatos en el río que se formó sobre Providencia en Plaza Italia, llegué a la Universidad a las 8:30. Me encontré con que las clases estaban suspendidas por el trance meteorológico, y los pocos que llegamos a Introducción a la Economía nos dedicamos a ver Italia versus Ecuador en una sala casi vacía. Infinitamente más relevante que eso, una joven Ministra de Defensa abordó un tanque y recorrió las calles para dimensionar los daños y ofrecer ayuda. Michelle Bachelet, era su nombre. Su asertividad, sonrisa y amplia simpatía le granjearon el cariño de la teleaudiencia, y la catapultaron a un grado de popularidad que luego supo estrujar por méritos más sustanciales.
Así que ya lo sabe. No le crea a su frágil memoria y revise los datos. Y no celebre más de la cuenta aún, mire que nuestros peumos y quillayes no van a saciar en una sola temporada la sed que acumularon durante 14 años.