¿Qué pensaría Juan Herrera si viera que, al igual que él, los gobiernos, las empresas, y las personas alrededor del mundo están muy “encalillados”? Quizás se aliviaría de saber que no está solo. O quizás se preocuparía más. No lo sé.
Independientemente de lo que piense Juan Herrera, el aumento en los niveles de endeudamiento en el mundo es una realidad. Hoy la deuda de los hogares, las empresas, y los gobiernos es equivalente a toda la producción del mundo durante dos años y medio. Antes de la crisis financiera global, en 2008, era equivalente a dos años de producción.
Hay casos más extremos que otros, como el de Japón, cuya deuda pública se ha multiplicado por más de 5 desde los 90s, lo que llevó a la deuda total del sector no financiero a sobrepasar el 400% del PIB.
No siempre tener deudas es malo
Que un país no tenga deudas a veces es mala señal, porque puede indicar que no hay alguien dispuesto a prestarle. De hecho, en general los países que tienen más deuda son los desarrollados, porque hay más disposición a prestarle plata a ellos que a los países menos desarrollados, que suelen ser más inestables e impredecibles.
Que una persona se endeude para comprar una casa puede ser buena idea. Lo mismo para una empresa que toma deuda para comprar maquinaria. Y si los gobiernos toman préstamos para invertir y que el país el día de mañana sea más productivo, la deuda se puede justificar. Al menos hasta cierto punto.
Qué tan buena o mala es mi deuda depende de muchas cosas: su tasa de interés y plazos para pagar, mis ingresos, la flexibilidad del préstamo, si tengo o no colchones para afrontar imprevistos, etc. Lo mismo aplica para las empresas y los gobiernos.
Pero lo cierto es que mientras mayor sea el nivel de endeudamiento más sube el riesgo de que algo pueda salir mal, y también se hace más probable que el costo del servicio de la deuda, es decir, los pagos periódicos, se vuelvan una carga muy grande. Es pura lógica: si pido prestado el equivalente a una semana de trabajo, es muy probable que no me cueste tanto pagar mi deuda. Pero si pido el equivalente a 4 años de trabajo seguramente me costará más. También esto aplica para las empresas y los gobiernos.
Si a esto además le sumamos el hecho de que las tasas de interés en el mundo han subido mucho porque los bancos centrales están luchando con inflaciones muy altas, y ahora es más caro pedir plata, no quedan dudas de que los niveles actuales de deuda se han vuelto más incómodos.
¿Cómo hacer que la deuda no se salga de control?
No hay un número mágico de deuda que la haga insostenible. Como dijimos, que la deuda esté bajo control depende de muchas cosas.
Algo que hace a la deuda más tolerable es aumentar el ingreso. Es decir, crecer más. Pero eso no es algo sencillo, sobre todo para los países cuya población en edad productiva ya no está creciendo como antes, o incluso se está contrayendo.
Si bajan las tasas de interés, baja el costo de financiarse y la deuda se hace menos problemática, pero eso no parece que vaya a pasar muy pronto en los países desarrollados porque la inflación sigue muy por encima de los objetivos de los Bancos Centrales, lo que implica que necesitan mantener las tasas de interés altas.
Otra opción es, como diría mi mamá, apretarse el cinturón. Es decir, derechamente gastar menos. Pero todos sabemos que apretarse el cinturón se dice más fácil de lo que se hace.
¿Y si hubiera un “perdonazo de deuda”?
Mucho de lo que creció la deuda en los últimos 15 años fue porque los gobiernos aumentaron el gasto para estimular a la economía, especialmente durante las crisis de 2008 y del COVID. Pero las presiones al gasto público no son algo circunstancial. A medida que la población envejece, los países tienden a gastar más en pensiones y salud.
Bajar los niveles de deuda pública implicaría reducir programas y ayudas sociales, y dejar a una parte de la población en una situación más vulnerable. Es en esta encrucijada donde surge la idea de un “perdonazo de la deuda”. No es una idea nueva. Cada tanto hay alguien que lo sugiere. Una de las últimas personas en proponerlo fue Riccardo Fraccaro, el Ministro de Relaciones con el Parlamento y Democracia Directa de Italia, quien hizo un llamado para que el Banco Central Europeo cancelara la deuda pública que adquirió durante la pandemia.
Y es que quienes prestaron gran parte de la plata que los gobiernos de países desarrollados tomaron prestada fueron los Bancos Centrales, a través de sus programas de expansión cuantitativa (o QE, por sus siglas en inglés). Los Bancos Centrales entregan plata (que es pasivo para ellos) a cambio de valores (que son activos para ellos). El tamaño de sus balances aumenta y así inyectan liquidez a la economía.
En términos simplificados, con el QE los Bancos Centrales imprimían dinero y con eso compraban bonos del gobierno, valores respaldados por hipotecas (conocidos en Estados Unidos como MBS), o bonos corporativos. Es decir, financiaban a los gobiernos, a las personas y/o a las empresas.
Un perdonazo, o condonación, implicaría “hacer de cuenta” que la deuda nunca pasó.
Pero esto también se dice más fácil de lo que se hace. El primer problema es que sería injusto. Por ejemplo, beneficiaría a las empresas que se financiaron emitiendo bonos y no a las que se financiaron con un préstamo bancario. O peor aún, pondría en una situación de desventaja a las empresas que no tienen deudas.
Perdonar hipotecas tiene el mismo problema: se beneficiarían los que pudieron acceder a un crédito para comprar una casa, pero no quienes tienen un ingreso más bajo que el necesario para acceder a un crédito.
Además, aunque no se sabe exactamente cómo funcionaría, me imagino que un perdonazo mal implementado agravaría el problema de alta inflación (si los Bancos Centrales no retiran de alguna forma el dinero que inyectaron mediante el QE). Los Bancos Centrales pueden imprimir dinero, así que no pueden quebrar. Seríamos todos, colectivamente, los que pagaríamos los platos rotos de la condonación.
Aunque suena tentador, un perdonazo de deuda generaría muchas distorsiones. Y los Bancos Centrales están muy conscientes de ello. Cuando le preguntaron a la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, acerca de la perspectiva de una condonación de deuda, lo descartó rotundamente: "Ni siquiera me hago la pregunta, es tan simple como eso".
Habrá que pensar en formas más ingeniosas de controlar los niveles de deuda.