Imagínate que hace 20 años cerraste tu cuenta en el banco. Te dijeron "todo en orden, gracias por venir" y saliste de la sucursal pensando que habías cortado todo lazo, que ya no tendrías que pagar las comisiones mensuales de tu cuenta. Te mudas, viajas, vives tu vida. Pero algo te sigue, acechándote en la sombra.
Veinte años y un día después, te llega un correo. Piensas que debe ser un error o una broma de mal gusto. Pero no. Tu viejo banco, como un fantasma del pasado, viene a recordarte que nunca cerraron tu cuenta. Y ahora debes una fortuna. Gracias a la magia de las comisiones ocultas, los intereses, las letras chiquitas, y el ejecutivo que nunca te cerró realmente la cuenta, tu deuda es ahora una bestia monstruosa.
Decides enfrentar al monstruo y vuelves a tu país natal. Buscas la dirección del banco y te encuentras con un edificio que parece más un set de la mansión embrujada que un banco. O quizás siempre fue así. Te armas de valor y entras. Lo que encuentras dentro es aún peor: una fila gigantesca de almas perdidas y al mismo ejecutivo que te atendió hace años, ahora con un aspecto fantasmagórico, como si el tiempo se hubiese detenido para él.
Tratas de correr pero no puedes huir. Esperas horas en la fila. No hay escapatoria. Finalmente te ofrecen un trato para liquidar la deuda: tu alma, o volver a ser cliente del banco.
Aceptas entregar tu alma, porque sientes que no tienes más opción: el spam de las ofertas de créditos a tasas sobrenaturales es una tortura que no estás dispuesto a revivir. En ese momento te conviertes en parte del problema: un esclavo eterno del banco maldito, atado a perpetuar el ciclo de deudas, comisiones ocultas y trampas bancarias.
Así que amigos, la moraleja aquí es clara. Siempre lee las letras pequeñas y nunca subestimes el poder de un banco para complicarte la vida, incluso años después de que creías haber cortado todo vínculo con ellos.
*Historia ficticia basada en la experiencia real de miles de personas.