Antes era fácil detectar el telefilm. Una película barata, melodramática, sin prestigio ni presupuesto que entretiene a poca gente pero más que nada consume espacio. Ahora, con el streaming, la tele, el cine, las series y las películas se mezclan, los actores saltan de un medio a otro y es más complicado entender lo que tenemos enfrente.
Aún así, lo que era el telefilm persiste en su esencia e incluso puede llegar a la pantalla grande. Como con Romper el círculo, nuestro hate-watching del mes, algo que nos hace decir: aquí hay mal gusto y poder.
La historia básica de Romper el círculo
Blake Lively protagoniza y es el desafortunado rostro de esta adaptación del best seller It ends with us. Ya ampliaremos sobre la polémica de Lively y sobre el fenómeno del libro (que ha sido llamado antifeminista) y su autora (que ha sido acusada de romantizar el abuso), pero primero, la historia:
Lily Bloom es una florista que... Alto. Lily Bloom. Lily. Bloom. “Lily” significa lirio y “bloom”, florecer. ¿Ya? ¿Entendemos el nivel en el que nos encontramos? Perfecto. Seguimos.
Lily Bloom es una florista que vive en el tipo de universo que podría tener una comedia romántica: ropa exuberante, iluminación perfecta, casas enormes, gente bella.
Todo es una fantasía, desde su apariencia y vida desprovista de conflictos hasta el hombre que conoce, un guapo neurocirujano (sí) llamado Ryle (sí) que la busca y corteja. Ella al principio no quiere nada con él, porque la peli es conservadora y para empatizar con nuestra heroina ella debe querer una relación seria, mientras Ryle parece buscar sexo.
Lo único que parece ir mal durante la primera hora de la película es el pasado de Lily Bloom: su padre era abusivo con su madre. En estos flashbacks a su adolescencia, también la vemos conectar con un joven bello y sensible que se llama Atlas ( 🙂).
Y bueno, pasa lo que esperábamos que sucediera: Ryle se vuelve violento con Lily Bloom. Le pega, ella lo defiende, dice que es un accidente, él se vuelve posesivo y ella lo encubre. Entran en esa dinámica.
En paralelo, Lily Bloom se reencuentra con Atlas, que pasó de estar en el ejército a ser un galán dueño de un restaurante lujoso. Ya dijimos que la película era conservadora y que nos movemos en el terreno de la fantasía. Ryle se pone celoso y el resto ya lo podemos adivinar.
Es más, todo se puede adivinar desde la premisa de esta película noventera que inexplicablemente dura dos horas. Todo, excepto el odio que generaría en la gente que vería esta película.
El complicado arte del hate-watching frente a material sensible
Antes hablamos del fenómeno del hate-watching usando de ejemplo Emily in Paris (que curiosamente está empezando su cuarta temporada). Emily, burda y superficial, es entretenida de odiar por la superioridad que nos permitía sentir.
El New York Times hace poco publicó un artículo al respecto que nos preguntaba, en una época que ofrece tanto por leer, escuchar, hacer y ver, ¿por qué usar tiempo preciado en un mal producto?
Porque esto no es como con los placeres culpables, que son entretenimiento que sabemos que es malo pero que nos satisface de alguna manera. Pueden ser bienintencionados y no nos provocan rabia ni nos indignan. Odiarlos sería innecesario.
El hate-watching, según el NYT, es algo más traicionero. Se presenta como algo hecho para ti, que debería gustarte, pero está podrido, algo en él está mal. No reconoce sus falencias. Aún así, lo vas a ver de todas maneras y sus creadores lo saben. Ellos se convierten en antagonistas y todo el producto termina produciéndote algo desagradable.
Ahora, un telefilm protagonizado por Blake Lively y basado en un libro cuestionable difícilmente iba a convertirse en la mejor película del año, pero la decepción viene de otro lado. Su temática.
La novela del 2016 se convirtió en un best seller vendiendo más copias que la biblia en el 2021 y siendo traducida a más de veinte idiomas. Fue aplaudida por abordar un tema complejo como la perpetuación del ciclo de abuso, pero también fue criticada por hacerlo de forma superficial.
Y lo mismo se puede decir de la película. Tocar un tema sensible no es suficiente para hacer que tu producto sea válido. Especialmente cuando lo que se representa es simplista y reduce la compleja problemática a elementos que ya hemos visto. En Romper el ciclo, Molly Bloom está asustada por su pareja, pero no entendemos nada más de lo que siente ni nos adentramos en el estado emocional en el que se encuentra. O en cómo llegó ahí. O, más importante aún, cómo logra salir.
El final es poco satisfactorio –por no decir ofensivo– precisamente por lo fácil del asunto. La situación no llega tan lejos como una película más valiente hubiese permitido (Big Little Lies, hace ya 7 años, profundizó mucho más), no explica los círculos de violencia y sugiere que los abusadores pueden llegar a comprender su impacto con tan solo una conversación.
Es básica. Y pretende no serlo.
La novela fue criticada por lo mismo, por intentar hacer algo romántico de algo terrible. Por ser peligrosa para lectores jóvenes que entran en esta fantasía. Por ser una mala historia.
Y nos hace preguntarnos si el resentimiento snob que nos produce es correcto, si sirve de algo en el mundo que hizo que este libro fuera un éxito de ventas y a esta película le esté yendo bien en la taquilla.
Y da rabia además por todo lo que la rodea en el mundo real. Citando nuevamente al New York Times, un hate-watcher odia, pero no obstante está irrevocablemente enganchado.
El fiasco de la gira de prensa
Para agregarle más leña al fuego, la película hizo noticia por razones desafortunadas. Dicen que no hay mala publicidad, pero la gira de prensa precisamente consistió en una serie de pasos en falso.
De partida, el director Justin Baldoni (que también, en una decisión extraña, interpreta al abusador de la película) dijo que adquirió los derechos del libro porque “era sexy. Era romántico y misterioso. Al final me tenía llorando”. En la campaña publicitaria se vio separado del resto del elenco, en fotos y entrevistas. Esto después de que se revelara que su corte no fue el final que llegó a las pantallas, sino uno hecho por Blake Lively.
Fue reportado que la actriz, que también es productora, contrató a su propio montajista para tener su propio corte de la película. En la promoción de Romper el círculo contó que su esposo, Ryan Reynolds, escribió una de las escenas más importantes de la película. Baldoni contrató a un “public relations crisis manager” (lo cual, además de ser el cargo con el mejor título del mundo, solo señala malas cosas para la película).
El problema radica principalmente en que el marketing no es coherente con el fondo de la película. El póster la vende como un romance, Baldoni insiste en que fueron cuidadosos de no explotar la temática y Lively ni siquiera se refiere a la violencia doméstica. En las entrevistas, ha preferido hacer un llamado para que la gente use patrones florales para ir al cine (“busca a tus amigos, usa tus florales y sal a verla”).
No solo eso, sino que ha aprovechado el circuito para promocionar sus marcas, desde sus productos para el pelo como bebidas alcohólicas con una línea especial titulada “it ends with buzz” (“termina con un mareo”, un juego de palabras insensible considerando la relación entre la violencia y el consumo de alcohol).
Por su parte, la escritora Colleen Hoover, parece también vivir en su propio planeta. Y fue criticada por vender esmalte de uñas en medio de la promoción de la película y por querer lanzar un libro de colorear sobre Romper el ciclo. Su iniciativa fue tildada de desubicada, una forma inapropiada de vender merchandising.
Finalmente todo esto, tanto la película como el contexto que la rodea, nos recuerda que ciertos medios aún no saben abordar temas como la violencia doméstica.
Y lo que molesta es que parece ser un producto que aborda temáticas que ni a sus creadores les preocupan. Es usar temas que finalmente logran ser contingentes sin propósito. Peor aún, para beneficiarse económicamente. Es hacer algo desde la ignorancia y pretender ser aplaudidos por ello. Por eso el hate-watching. Aunque en casos como este deberíamos simplemente dejar de ver estas cosas.
Nota de riesgo: sin intentarlo, termina siendo “muy arriesgada” debido a la recepción que está teniendo.