Cuando se lanzó hace unas semanas El caso Asunta en Netflix, acumuló casi 30 millones de horas vistas en sus primeros días. Se volvió la serie de habla no inglesa más vista en la plataforma, y la segunda después de Bebé reno. Pero, a pesar de basarse en un caso mediático y controversial español, no todos los espectadores podían venir de allí. El caso de la muerte de una niña de 12 años y de sus padres como los principales sospechosos estaba siendo visto en todo el mundo.
A pesar de que ya existía un documental en la plataforma al respecto y que hasta el juicio que dio por cerrado el asunto fue mediático, la historia seguía siendo exprimida y la gente queriendo comérsela, dándole vueltas a un caso que incluía la primera adopción de una niña china en Galicia, un matrimonio quebrado, problemas de salud mental, pedofilia, infidelidad, una prensa voraz y más.
Cómo nos gustan las historias de crímenes
No es algo nuevo el hacer series de ficción basadas en casos reales escabrosos, pero sí es una tendencia que se está popularizando. Netflix consolidó su nombre a través de series documentales donde, capítulo a capítulo, el espectador iba recopilando pistas, descartando sospechosos, teorizando posibilidades y fascinándose con los límites a los que podemos llegar los humanos.
Eran productos relativamente baratos y que apelaban directamente al morbo. Fácilmente se convertían en éxitos.
Así se nos hicieron conocidos nombres como Amanda Knox, Robert Durst, Madeleine McCann, Gypsy Rose, Steven Avery y decenas, decenas de otros. La gente no ha podido parar de tragarse estos productos adictivamente y la moda siguió, evolucionando en una siguiente vuelta: series de ficción basadas en casos reales.
Los streamings y productoras hoy parecen seguir unas pocas máximas: el formato es la miniserie, el género es el thriller y no quieren contenido original. Basarse en sucesos reales ya atrae a una audiencia familiarizada con los casos y, si no, despierta el interés de aquellos que quieren enterarse de lo que pasó como si le hubiese sucedido a alguien que conocen.
El resultado ha sido, entre otros, el éxito de Dahmer, nuestra propia serie chilena en Netflix 42 días de oscuridad y uno de los últimos hits españoles El cuerpo en llamas, pavimentando el camino en ese país para que triunfe ahora El caso Asunta.
Un caso que nunca se resolvió realmente
“El caso Asunta” fue el nombre que la prensa le dio rápidamente al asesinato de la primera niña china adoptada en Galicia. La menor, superdotada y bien adaptada, había sido noticia desde su adopción por parte de una pareja acomodada y peculiar.
Cuando fue encontrada sin vida cerca de la casa de campo de sus padres, una serie de pistas confusas y declaraciones incoherentes terminaron por enfocarlos a ellos como los principales sospechosos.
La pareja era conocida en Santiago de Compostela. Eran bien respetados en sus círculos. Recientemente se habían separado por una infidelidad de ella. Ella tenía episodios depresivos ocasionales. Él tenía un fetiche por el porno de mujeres asiáticas. Ella había intentado suicidarse. Sus coartadas se contradecían. Al final no eran tan normales como parecía.
La prensa festinó desde el principio con lo sucedido en la ciudad, entorpeciendo la investigación de una policía que no tenían más pistas y que rápidamente encerraron a la pareja para evitar la manipulación de evidencia. La sociedad se lanzó contra ellos. El mundo ya parecía haber decidido que eran culpables.
Y nosotros no podemos dejar de verlo.
No faltaron las críticas
La serie está bien. Es atrapante y cumple con los códigos del género. Va entregando la información de a poco, nos tiene haciéndonos preguntas constantemente, los capítulos terminan en ganchos y todo el tiempo sentimos ese retorcijón pensando cómo esto de verdad pasó.
La crítica estuvo más o menos de acuerdo, sumándose en resaltar las actuaciones de la pareja principal, especialmente la de Candela Peña actuando de ese tipo de personajes que no nos creeríamos si no estuviese basado en una persona real (obviamente parte del morbo es ver videos comparándola con la mujer que interpreta).
Pero lo que también mencionaba era que la serie no iba más allá de unos hechos que ya fueron suficientemente explotados en televisión. La serie recuenta sucesos, los acumula, presenta y nos deja igual que como estábamos antes de saberlo.
Y este sentimiento gratuito es lo que despierta la incomodidad frente a la existencia de la serie.
Gabriel Cruz tenía ocho años cuando fue asesinado en otro caso que remeció España recientemente. Ad portas de dos producciones audiovisuales al respecto, su madre ha recogido firmas, lanzado comunicados en medios y lamentado públicamente “el sensacionalismo en el que ha estado envuelto su caso y otros casos violentos mediáticos en España”. Patricia Ramírez está en contra de que se lucre con su dolor y pide apoyo a la sociedad para evitar que se consumen este tipo de proyectos.
Algo muy similar a lo que manifestaron las hijas de la víctima en 42 días de oscuridad.
Ramón Campos, el creador del documental Lo que la verdad esconde: El caso Asunta (que disfruta de una resurrección tras su estreno el 2017 debido a la popularidad de la nueva miniserie), aprovechó su manejo sobre la historia para llevarla a la ficción. Y dice que “no le interesa el crimen por el crimen, sino poder hablar y reflexionar sobre la sociedad”.
Pero el problema es que no se adentra en nada particular ni tiene una perspectiva ni toma partido respecto a lo que muestra, por lo que la decisión de hacer un nuevo producto de este caso se siente injustificada, por más entretenido que sea el resultado.
Pero quizás el punto justamente es ese. Entretenernos bajo la premisa de lo necesario e importante para que no sintamos culpa por engolosinarnos con lo abyecto. Lucrar con la tragedia ajena con la excusa de ahondar en la compleja psiquis del ser humano. Apropiarse de tragedias ajenas en el nombre del interés público.
O tal vez es simplemente darle al monstruo lo que quiere, convencidos de que si no lo hacen ellos, lo hará alguien más. Total, no faltará mucho para que el próximo true crime aparezca y nos enganche.
Nota de riesgo: de lo que habla El caso Asunta es escabroso, pero ni la forma es innovadora ni el trasfondo novedoso, por lo que es moderada.