Para muchos, la película Avatar (2009) de James Cameron no es la gran cosa. Gente que no se impresiona mucho y que se queda con la “falta de originalidad” de una épica que se apuran en desechar por ser no más que “Pocahontas en el espacio”. Y lo es. Si Pocahontas transcurriera en un planeta absolutamente alucinante, lleno de color y creatividad, y el clímax fuese una batalla trepidante que dicta cátedra en el cine de acción y aventuras, con dragones y robots matándose sin piedad.
Juicios de valor aparte, la gente acudió en masas a ver Pocahontas en el espacio, transformándola en la película más taquillera de la historia, y coronando a su director como el más rentable de todo Hollywood, siempre capaz de transformar presupuestos titánicos en ganancias ídem. Con ese nivel de ventas, se anunciaron cuatro secuelas a estrenarse en los años sucesivos, Disney cerró un trato millonario para construir “El mundo de Pandora” en sus parques temáticos, y el mundo se preparó para seguir viviendo la fiebre azul por Pandora y sus habitantes.
Pero pasó el tiempo y James Cameron seguía posponiendo el estreno de sus secuelas. Disney gastó 400 millones de dólares construyendo juegos de última tecnología para “El mundo de Pandora” y se demoró 8 años en completar la tarea, pero cuando llegó la fecha de inauguración del publicitado espacio, todavía no había película con que acompañar el evento. Y fue así como, poco a poco, las voces opinantes empezaron a augurar el primer fracaso en la carrera de James Cameron. ¿Quién querría ir a ver la secuela de una película que ya iba a cumplir una década? ¿Alguien se acordaría de los pitufos alargados y sus conflictos ecologistas? ¿A alguien le importa este mundo, trece años después? Pues a una semana de estrenada Avatar: El camino del agua, todo indica que sí. Con medio millón de dólares en entradas vendidas en todo el mundo, las cosas pintan bien para James Cameron.
¿Y valió la pena la espera?, se preguntarán ustedes. Con los ojos bien puestos en la pantalla, absolutamente.
Trailer Avatar 2: El camino del agua
“El evento cinematográfico del año”, dicen los afiches. Y por esta vez tienen razón. Lo que se ve en pantalla es el resultado de lo que hace un obsesivo pionero de la tecnología con miles de millones de dólares a su disposición. Con mucha confianza les digo que nunca han visto algo como Avatar 2 en una pantalla de cine. Ojalá la más grande que encuentren y en tres dimensiones. El avance en la tecnología es tal, que por fin llegamos a ese punto donde es prácticamente imposible descifrar qué de lo que estamos viendo en pantalla fue filmado en la realidad y qué es parte del mágico mundo digital. O dónde empieza uno y termina el otro. O si es que hay algo real. Porque sí, sabemos que las caras de los actores humanos debieron ser registradas por alguna cámara de algún tipo, pero todo lo que los rodea, y todo aquello con que interactúan, no existe en este planeta. O son criaturas que solo existían en la imaginación de artistas e ilustradores, o es un paisaje imposible donde todo es extraterrestre. Y la calidad de la imagen tampoco se puede creer. Nunca antes se había visto tanta claridad, tantos brillos, tantos detalles y tanto que mirar en cualquier dirección imaginable. Todo esto hace que Avatar 2 sea por definición “el evento cinematográfico del año”, por el simple hecho de que nada de esto podrá ser apreciado en una pantalla que no sea la de un cine.
¿Ya pero y qué pasa con la historia, los personajes, y la película propiamente tal? Muchas ganas dan de contestar esa pregunta con un “¿Qué importa?”. Ese es el nivel del logro visual que James Cameron consiguió en estos trece años de exprimir a su equipo artístico y técnico, porque esta es una película que se puede aplaudir por el mero hecho de existir. Sin embargo, la respuesta es… “no está nada de mal, tampoco”.
Como siempre, Cameron se va a la segura e ilustra una historia con pinceladas gruesas, fácilmente descifrables desde todas las filas en la sala de cine. Los protagonistas son seres bondadosos y queribles que se enfrentan a villanos deleznables muy fáciles de odiar, y los conflictos crecen de tal manera que el clímax se siente bienvenido y satisfactorio, todo con la maestría de quien está habituado a moverse en lo más puro del cine comercial.
Como el gran director de películas de acción que es, sus secuencias más explosivas tienen un ritmo ejemplar que no desaprovecha ni uno solo de todos los elementos que se ha dedicado a presentar en la historia; como la geografía, el ambiente, las criaturas, la tecnología y sus personajes, todo ello sin perder jamás la capacidad de asombrarnos a cada momento. Hay lugares comunes, por supuesto, hay cosas que parecen plantadas solo con el fin de preparar las secuelas sucesivas, también. Pero son tres horas y diez minutos que jamás se sienten redundantes ni desperdiciadas, y donde cualquier fan de la fantasía y las aventuras encontrará absolutamente todo lo que busca en este tipo de historias.
Ahora solo queda esperar que James Cameron no se tarde tanto con las entregas que vienen.