Un género que se rehúsa a morir es el musical, aunque es normal escuchar que la gente no los soporte. Los alegatos dicen que ponerse a cantar en plena película es ridículo, que es inverosímil, que es molesto que se interrumpa la trama para someternos a una canción que no conocemos.
Pero al mismo tiempo hay gente que los adora, y que lamenta que en la vida real no esté más aceptado el performear coreografías espontáneas con rimas y melodías. Lo interesante es que puede que ambos bandos estén lidiando con lo mismo, que es enfrentarnos a nuestras emociones en su forma más pura y exagerada.
Antes no nos daban tanto cringe
Las novelas nos permiten acceder a la interioridad de los personajes, pero el cine está limitado a filmar lo que se ve y se escucha. Así que adiós pensamientos y sentimientos. Eso no significa que no haya recursos para extrapolarlos, ya que existe el diálogo y las expresiones de los actores. Pero, si se quiere ser más literal, están la voz en off y, claro, la canción. Así, la música se utiliza para dar espacio a la expresividad del alma, un monólogo interno que no puede evitar salir al mundo real y hacerse escuchar, apoderándose de todo.
Todo se intensifica: los personajes, sus emociones, los escenarios y la iluminación, y una orquesta entra de la nada para acentuar que el plano de la realidad ha cambiado. Eso en los inicios era suficiente, y en la era dorada de los musicales de Hollywood la industria podía llegar a producir más de 60 por año.
Era un género popular y lucrativo y constituía alrededor del 30% de las producciones en la época que iba entre los años 30 y 50. Por un lado estaba la novedad (recordemos que antes las películas no tenían sonido), también que el star system estaba en su apogeo y, bueno, que quizás la gente necesitaba un poco de escapismo en tiempos de guerra.
En otros lados del mundo pasaba lo mismo. Bollywood lo llevó todo aún más lejos y casi el 90% de sus películas incluían canciones o eran derechamente musicales. También ganaban mucho dinero vendiendo los discos de las películas, así que parecía un género invencible.
Incluso la Unión Soviética, reconociendo el poder que tenían los musicales en otros rincones del mundo, llegó a tener los suyos propios y aprovechar su popularidad. Eso sí, Lenin insistió en dejar de lado el glamour y lo celebratorio de estas producciones para realzar los valores comunistas de la URSS.
Para gustos, los colores
Cómo vemos ahora los musicales
En esa época el cine tenía un registro más artificial, desde la iluminación expresiva hasta interpretaciones que hoy en día consideraríamos sobreactuadas. Y, a medida que se fue tendiendo al naturalismo, el musical como se conocía fue decayendo.
Aún así han habido excepciones (La Novicia Rebelde y West Side Story en los 60 fueron grandes éxitos) y de alguna manera u otra el musical siempre ha seguido allí, pero ya no suponía la novedad que supo ser ni se adecuaba a los estilos modernos.
Y por ahí empezó este prejuicio que aún persiste. Esa asociación con los musicales clásicos, dramáticos, brillantes e ingenuos. Esta inocencia que quizás ya no tiene cabida en nuestro imaginario.
Las películas animadas para niños son la excepción de aquellas que pudieron seguir saliéndose con la suya. Todas las de Disney podrían ser consideradas musicales, solo que en el mundo de Moana o Pocahontas, el operar en otro nivel de realidad les da más licencia para romperla y añadir canciones sin agotar a los espectadores.
¿A la gente le molestan momentos como estos?
Y, aunque no se trate de un revival en sí mismo, los últimos años hemos tenido musicales taquilleros (Mamma Mia, Les Miserables), otros muy aclamados (Sweeney Todd, Once, La La Land) y un montón de biopics de músicos que técnicamente pueden considerarse musicales: Bohemian Rhapsody (Queen), Rocketman (Elton John), Ray (Ray Charles), Respect (Aretha Franklin), One Love (Bob Marley), Judy (Judy Garland), Elvis (Elvis Presley), La Vie en Rose (Edith Piaf), Walk the Line (Johnny Cash) y este mismo año incluso se estrenó Deliver me from nowhere, centrado en la vida de Bruce Springsteen.
Sin hablar de otras industrias como Bollywood, que producen aún más películas que Hollywood y tantas de ellas tienen aspectos musicales (aunque correspondan a otro género) que ni siquiera es fácil hacer una distinción entre las que lo son o no.
Pero la realidad es que hoy, los musicales (especialmente los que no están basados en una propiedad intelectual existente) son un riesgo demasiado grande. Es cosa de ver la última adaptación de Mean Girls, que se basaba en el musical de Broadway, la película Cyrano de Peter Dinklage o Wonka de Timothée Chalamet. La gente no tenía cómo saber que son musicales porque hasta los trailers lo escondían.
Wicked y la gente que sí los ama
Aún así, el fanatismo persiste. Hay gente que quiere ver sus sentimientos tomados en serio y elevados por un coro de theater kids que sienten tan fuerte que la mera palabra o acción no son suficientes.
Ahí es donde entran Ariana Grande y Cynthia Erivo, las actrices que han hecho de sus aventuras promocionado Wicked por el mundo un espectáculo que ha visto reflejados a miles de fans. Ellas lloran y se abrazan y se protegen y son extrañas y desde afuera nos da vergüenza pero ellas defienden el sentimiento que deben defender.
Porque Wicked es el musical máximo por excelencia. Y esto lo digo como alguien a quien le gustó la primera parte que salió el año pasado y que cree que su efecto en la gente es digno de estudio. Wicked no intenta apelar a los públicos más cínicos, sino que se regodean en externalizar la ridiculez que existe en la mente de quienes sienten demasiado. Wicked es Disney, es pop, es camp, es mágico, colorido, ruidoso y no va a pedir disculpas por ello.

El año pasado, la gente acudió en masa a verla, viviendo las emociones presentadas por el musical en su máxima expresión. Hubo funciones sing along (con las letras de las canciones para que el público, disfrazado, las cantara), la película recaudó más de 750 millones de dólares y fue nominada a 10 Oscars.
La semana pasada se estrenó la segunda parte, que concluye la historia: Wicked For Good, y en términos de público le fue aún mejor. Se convirtió en la adaptación de un musical de Broadway más taquillera y ya está cerca de alcanzar a su predecesora con solo 10 días de estreno. Aunque las críticas no han sido tan buenas (con justa razón), según prácticamente toda métrica Wicked 2 es un éxito.
Entonces, ¿odiamos los musicales?
Creo que finalmente la razón por los que la gente los ama es la misma por la que la gente los odia.
Muchas películas glorifican la violencia, la miseria o la decadencia, las drogas o los cuerpos. Pero no parecen generarnos tantos anticuerpos como el melodrama o los espectáculos musicales, géneros que son considerados femeninos o menos prestigiosos. Y es quizás porque estos tratan con sentimientos, y de forma exagerada.
Hay gente con muchas emociones, que ven en estas exacerbaciones un espejo suficiente para contener toda su sensibilidad. Pero hay otros que simplemente no sienten con tanta intensidad, o que ante la opción de hacerlo decide cerrarse y desdeñar, sentir cringe o vergüenza ajena. El musical requiere una apertura mayor a cualquier otro género porque invita a tragarse todo el escepticismo y cantar.
Yo, al menos, creo que ni siquiera vale la pena hablar de los musicales como una entidad uniforme, o incluso como un género en sí mismo. Creo que, como la música o las películas, meterlas a todas en el mismo saco es reductivo e insuficiente. Es como decir que no te gusta la comedia o que no te gustan las canciones sin letra, cuando hay universos enteros de humor diferentes entre sí, al igual que melodías, y al igual que musicales.
“Odiar los musicales” sigue refiriéndose a esa visión cursi que sí, puede alejarnos, pero que no engloba todo lo que este recurso puede generar.
Bonus: Musicales para gente que odia los musicales
All that Jazz, aclamado y visualmente impresionante
Rocky Horror Picture Show, de culto
The Wall, el musical de Pink Floyd
Hedwig and the Angry Inch, musical rock, enojado y queer
Dancer in the Dark, Lars von Trier y Bjork haciéndote sufrir
South Park: Bigger, Longer & Uncut, la absurda, irreverente y graciosa