Conocemos la historia de las series policiales. Se sitúan en pueblos remotos, carcomidos por vicios naturalizados, hasta que su aparente tranquilidad de repente se resquebraja por un hecho violento. El crimen escapa de lo normal. Está teñido de algo inexplicable y, más preocupante aún, perverso.
Los detectives a cargo del caso avanzan obsesivamente en su investigación mientras sus traumas pasados entorpecen la información que obtienen. ¿Son las personas más aptas para estar a cargo de esta misión? ¿O son acaso los únicos que podrían resolverlo? Nosotros, como espectadores, seguimos de cerca el descubrimiento de cada nueva pista, elucubrando con la esperanza –y la convicción– de que al final de sus capítulos la serie dé con el responsable del mal, el misterio se resuelva y nuestros protagonistas restablezcan la paz en el territorio afectado por la tragedia.
El género nunca nos abandonó por completo, pero ha tenido bocanadas de aire que lo han revitalizado. La más notable del último tiempo fue seguramente True Detective, en la que todo lo recién descrito ocurría, sí, pero se sentía fresco.
No sé si habrán sido los calurosos paisajes campestres en los que monólogos internos se fundían con la putrefacción de un pueblo donde el sueño americano fue a morir. O las lánguidas conversaciones en auto donde la pareja dispareja de Matthew McCounaughey y Woody Harrelson conversaba sobre si el ser humano tenía derecho siquiera a existir. Podría ser la destreza con la que alternaba una emocionante redada en plano secuencia con un monólogo a cámara en primer plano (que resultaba aún más emocionante), pero algo en True Detective se sentía distinto.
Era una serie que parecía más interesada en reflexionar mirando a las estrellas que en la sorpresa de revelarnos al culpable de un crimen.
¿Podría llamársele de culto a algo que explotó como lo hizo esta miniserie hace diez años? True Detective fue catalogada de obra maestra de inmediato, comparada con algo más parecido a la literatura. Se convirtió en la serie debut más vista de la historia de HBO y unificó a la trifecta público-crítica-premios a la que pareciera aspirar cualquier producto norteamericano.
Pero, más importante aún, le dio una vuelta a un género desgastado (es difícil pensar que series como Mare of Easttown o Sharp Objects hubiesen ocurrido sin el éxito de True Detective) y nos recordó que cualquier historia tiene combustible si se cruza con nuevos elementos.
Una segunda temporada fue encargada rápidamente, había que actuar de inmediato. Y, así como Lost o Héroes antes que ella, tanto los fans como el público general estuvieron de acuerdo en que la velocidad no es lo primordial a la hora de alargar un producto exitoso.
Nic Pizzollato tuvo menos tiempo pero más presión de sacar una temporada que no retenía muchos elementos de la magia que hizo de la primera algo distinto. Un nuevo elenco y un nuevo caso no fueron suficientes para evitar recaer en la fórmula, esa que conocemos y no nos interesa. La segunda temporada fue muy criticada, parodiada y el futuro de la serie puesto en duda.
Cuando en el 2019 salió una tercera temporada, el público la recibió con sorpresa, y su recepción positiva fue más una curiosidad y un alivio de que la marca volvía a limpiarse un poco. Aunque no causó mayor impacto, en el mejor de los casos fue visto como un augurio de buenas cosas por venir.
Y así, con las expectativas finalmente restablecidas, la gente se emocionó con la confirmación de True Detective: North Country, la cuarta temporada estrenada justo diez años después del estreno de la que nos sorprendió a todos.
True Detective: North Country
Esta vez estamos en la congelada e inhóspita Alaska, donde la luz de día pareciese ser un privilegio al que los habitantes no han ganado acceso. Las detectives son interpretadas por Jodie Foster y Kali Reis y, con el primer capítulo estrenado, ya parecen tener el tipo de química que evoca la dinámica Harrelson-McConaughey. No se soportan pero se respetan y, más importante aún, parecieran necesitarse para resolver un caso que es a todas luces inexplicable.
En una base científica, desaparecen de súbito ocho investigadores. Lo único que queda es la lengua cortada que pareciese pertenecer a una mujer indígena asesinada por activismo seis años atrás. No solo nada parece tener sentido o conexión, además las tensiones entre los habitantes no prometen simplificar el caso.
Se podría culpar a la luz. Aunque el pueblo de Ennis, Alaska no exista realmente, está basado en tres localidades de aquel estado, pueblos mineros ubicados cerca del círculo polar ártico donde la luz desaparece por semanas. Es más bien un contraste con la sofocante primera temporada, a la que pretende asemejarse sin que podamos culparla por ello.
La directora Issa López pareciera querer reflejar temas de la temporada que consagró a la franquicia, pero no ha llegado allí todavía. La perspectiva femenina tiene potencial, pero por ahora la serie se ha enfocado más en establecer los elementos necesarios para desarrollar el misterio que en la dinámica entre las dos protagonistas. Al tomar la decisión de dejar tan en claro cuál es el misterio, cuáles son las pistas que tenemos y cuáles serán los obstáculos que complicarán la investigación, la serie pierde la oportunidad de indagar en sus personajes y en la poesía que diferenció del resto de miles de historias como esta a la primera temporada.
Parece haberse ceñido más a la fórmula.
Y, aunque eso suene decepcionante, tenemos que recordar que pocas series definen el curso completo de su trayectoria con el puntapié inicial. True Detective: North Country debe haber aprendido lecciones después de temporadas tan disímiles como las que la precedieron y, como siempre, solo el tiempo nos podrá decir cómo navegó las altas expectativas y los obstáculos a los que se enfrentaba.
Habrá que ver si resulta siendo una temporada más en la larga lista de policiales anónimos que pronto olvidaremos, o un retorno a aquella cualidad más inefable que nos recordó que las cosas pueden ser diferentes.
Nota de riesgo: la simple idea de seguir con la serie después del éxito de la primera temporada y la imposibilidad de las siguientes de replicarlo, habla de una apuesta arriesgada. Pero la ejecución hasta el momento nos habla más de algo moderado.