Un accidente cuando niño rompió su fémur, por eso no pudo superar nunca el metro y medio de estatura. Esto lo convirtió en una especie de rara avis entre sus pares aristócratas parisinos.
Así que se fue a vivir a los burdeles de Montmartre. Y su vida bohemia de fin de siglo XIX fue lo que pintó: prostitutas, cabarets, circos, pintores en la ruina. Todo lo que pasaba por sus ojos, lo pintaba.
Miraba por encima del hombro a sus colegas que pintaban paisajes, especialmente a los impresionistas de la generación anterior. Él prefería lo que le ofrecía la ciudad de fin de siglo: fiestas, bohemia y más fiesta.
Para subsistir, se dedicó a pintar carteles para los bares, cabarets y prostíbulos en los que pasaba la mayor parte de su tiempo. Por ejemplo, sus clásicos dibujos del Moulin Rouge:
Pero la vida bohemia te pasa la cuenta: la sífilis y el exceso de ajenjo lo dejaron un poco tocado de la cabeza, y falleció a los 36 años de edad.