Ana (Antonia Zegers) y Mateo (Néstor Cantillana) van en un auto, discutiendo. Son la pareja protagonista de la nueva película de Matías Bize (En la cama, La vida de los peces) y están hablando de su hijo, que no va con ellos. Ana avanza por la carretera que atraviesa el bosque mientras su esposo le ruega, le insiste, que dé la vuelta. Cuando ella lo hace, vuelven al lugar donde dejaron a su hijo Lucas un par de minutos antes, pero el niño ya no está. Qué pasó con el niño, dónde se encuentra y quién es esta pareja es lo que El castigo, estrenada en cines, se dedica a explorar ininterrumpidamente.
El castigo, lo último de Matías Bize
Matías Bize había grabado una película entera en una sola toma antes. Fue su primer largometraje: Sábado, cuya bajada era justamente «una película en tiempo real». Pero con un tono más cómico y grabada muy caseramente, aunque el ejercicio fuera el mismo, el resultado está lejos de serlo. Sábado dista mucho de El castigo.
Los planos secuencia en general son difíciles de justificar, muchas veces parecen una opción caprichosa y lúdica más que una necesidad para narrar la historia. En los últimos años el recurso se ha popularizado más, probablemente por los avances tecnológicos, y en el caso de El Castigo se justifica la decisión. Al poner al espectador frente a un plano sin cortes, es como que nos sumergieran en el mismo estado de los padres preocupados. No se puede adelantar el tiempo, no se puede saltar a la conclusión. Hay que permanecer ante el problema, en este caso la desaparición de un niño.
Esto, obviamente, desata una serie de reacciones viscerales en los dos actores. Zegers y Cantillana, junto a una policía que se involucra–interpretada por Catalina Saavedra–son los únicos personajes con líneas de la película, lo que hace que El Castigo avance como una obra de teatro. Este estilo permite explorar distintos temas a través de conversaciones, mentiras y confesiones, además de compartir puntos de vista sobre lo que está pasando y sobre sus roles como padres.
Ana piensa que Lucas se está escondiendo para castigarla por algo. Cree que va a aparecer, que retomarán el viaje y que pronto estarán comiendo hamburguesas con los abuelos. Mateo cree que tendrán que testificar frente a la policía, que los acusarán de negligencia y que la comunidad se enterará de su fracaso. Ana piensa que todos la tildarán de mala madre, pero ella sabe que no lo es. A Lucas le pasa algo que los padres no admiten del todo: no es un niño como los demás. Mateo es un padre responsable cuando es fácil. Y así.
Somos arrojados in situ con los personajes y nos vamos enterando de a poco qué es lo que de verdad está pasando. La película se pone cada vez mejor, logrando mantener una tensión cinematográfica con coreografías y movimientos de cámara que disipan rápidamente el miedo de que se pueda sentir estática o teatral. Es una experiencia sofocante, excelentemente actuada (¿ya reconocemos a Antonia Zegers como una de nuestras grandes actrices?), que abre discusiones necesarias sobre cómo debiésemos hablar de la paternidad y las formas honestas en que las parejas pueden relacionarse.
Nota de riesgo: La verdad a mí Bize nunca me ha convencido del todo y siempre lo he sentido como un hombre sensible que hacía películas muy medidas para una generación mayor. Pero aquí se unen bien sus ideas con su forma de hacer cine y El Castigo termina siendo interesante (con un discurso que recuerda al de La Hija Oscura), muy ayudada por las actuaciones de sus tres actores. Arriesgada.