Desde 1952 el British Film Institute viene remeciendo el ambiente cinematográfico con su lista decadal de las mejores películas. Para ello Sight & Sound, su revista insignia, encuesta a críticos y otros profesionales del rubro. Roger Ebert, posiblemente el crítico más influyente de la historia, señaló respecto al sondeo:
Con mucho, la más respetada de las innumerables encuestas de grandes películas, la única que la gente del cine más reputada se toma en serio.
Si has oído a nivel de sobremesa la sobresimplificación de que “Ciudadano Kane es considerada la mejor” es porque lideró este ranking durante medio siglo, desde la segunda edición de 1962 hasta la sexta de 2002. Solo en penúltima, la de 2012, bajó al segundo lugar tras Vértigo, una pieza de Hitchcock de tal peso que explica que hoy enunciemos esa palabra para referirnos al miedo a las alturas —en rigor, acrofobia— en circunstancias que define un trastorno del sentido del equilibrio.
Pero hay un fenómeno extraño en ese ranking: la edad de las líderes.
El siguiente gráfico muestra el promedio ponderado de años de antigüedad del top ten de las películas al momento del sondeo. Ponderado porque asigné un peso proporcional al número de menciones. Por ejemplo, en el ranking de 2012 Vértigo logró 191 menciones y 2001: Odisea en el espacio 90, por lo que los 54 años de la primera pesan 2,1 veces más en el promedio que los 44 años de la segunda.
Los 55 años de promedio en 2022 suman casi exactamente el triple de los 18,4 alcanzados en 1952. En todo el universo de top ten de todas las encuestas encontramos solo dos de la década de 1970, ninguna de la de 1980, una de la de 1990, dos de la de 2000 y ninguna de la década siguiente ni de los dos años de la subsiguiente.
A continuación el desglose. El eje vertical muestra los años de antigüedad al momento de la encuesta, y el tamaño de la burbuja representa el número de menciones. En 1952 y 1962 algunas obras recientes lograron penetrar, pero con cada nueva década la edad mínima de clasificación aumenta, salvo dos excepciones de la última edición.
Parte del incremento de años es esperable, porque a medida que el cine mismo envejece así lo hace también la edad de la biblioteca fílmica. Pero ese promedio universal aumenta a una tasa decreciente, porque el número de películas lanzadas por año es cada vez mayor:
Como resultado, la antigüedad promedio de las películas al cierre de 1952 era de 20,4 años, y al cierre de 2022 de 31,3. Solo 1,5 veces, la mitad de la diferencia de edad del top ten del primer y último ranking.
La diferencia de antigüedad de películas vistas, aunque imposible de cuantificar, es aún menor, porque de las obras de las primeras décadas del cine sobrevive apenas una fracción. Una porción grandota se esfumó para siempre, ya sea para reutilizar los films (el celuloide es caro), porque se quemó (el celuloide es muy inflamable) o por simple descuido (el celuloide ocupa espacio). Considere el caso de Georges Méliès, el más grandioso cineasta de la primera década del siglo XX. Los negativos con piezas suyas que habían logrado escamotear la economía circular, el fuego y la condición humana fueron fundidos por un acreedor para recuperar su contenido de plata. Para peor, durante la Primera Guerra Mundial su oficina fue allanada por el ejército francés, confiscaron cerca de 400 rollos originales y los fundieron para recuperar sus componentes. El celuloide de este tesoro artístico fue utilizado para fabricar tacos de botas militares.
¿Por qué la antigüedad del top ten crece mucho más rápido que la del stock total? Hay dos opciones:
1.La calidad del cine empeora.
2.Las mejores ideas se queman más temprano
3.Existe algún sesgo entre los encuestados.
De ser cierta la primera hipótesis, estaríamos en presencia de un fenómeno realmente extraordinario, por al menos tres razones.
La primera es que el conocimiento es acumulativo, y los cineastas, como cualquier creativo, se paran a hombros de gigantes y construyen sobre ellos. Gastan horas y horas en estudiar los trabajos de quienes los precedieron con el objetivo de perfeccionarlo. ¿Qué anomalía cósmica explicaría que con cada vez más experiencia acumulada los resultados se deterioren?
Segundo, el cine es industria además de arte, y las cintas pueden (potencialmente) beneficiarse de los cada vez mayores presupuestos y la sofisticación que ello trae aparejada. Cada pequeño recoveco de la producción se ha profesionalizado en extremo. Si antes suplementaban la iluminación con las luces del almacén, hoy contratan a expertos que llevan un cuarto de siglo refinando el oficio ultraespecífico de la iluminación cinematográfica. Las secuencias iniciales de Babylon retratan jocosamente lo amateur que era todo en el pasado. Por supuesto que mayor presupuesto no implica necesariamente mayor calidad. Lejos de eso, todos hemos padecido basuras de cine palomitero con presupuestos estratosféricos. Pero en lógica ceteris paribus (todo lo demás constante) mayores recursos propenden a mayor calidad.
Tercero, la calidad del cine, a diferencia de otras artes, sí se nutre de los avances tecnológicos. El guion no, claro, pero el guion es solo una de las muchas dimensiones del cine. Si consideras que todas las componentes audiovisuales son frivolidades irrelevantes para tu espeso intelecto abandona el cine y repliégate a esa noble expresión artística que llamamos literatura. Tan importante es la factura que la Academia lo reconoce con premios Óscar a un montón de categorías que solo se abocan a ello: sonido, efectos visuales, maquillaje, diseño de producción, etcétera. O sea, sorry, pero Jurassic Park no sería ni remotamente igual de memorable si el despliegue audiovisual hubiera sido el de las hormigas gigantes de Them! (1954). De nuevo, esto en lógica ceteris paribus: con todo lo demás constante la tecnología ayuda, pero en ningún caso basta. Los estudios vomitan bodrios de alta tecnología en régimen permanente.
Veamos la segunda hipótesis.
Joseph-Louis Lagrange dijo que Newton fue “el mayor genio que ha existido y también el más afortunado, dado que solo se puede descubrir una vez un sistema que rige el mundo”. ¿Podría ocurrir algo similar en las artes? ¿Que como humanidad ya quemamos las mejores ideas y que ello vuelve cada vez más difícil dar nuevos batacazos, porque historias como las de Vito Corleone o Charles Foster Kane ya fueron contadas? Difícil defender algo así. No ocurre con la música popular, ni en la literatura. Además, muchas tramas renacen una y otra vez en la pantalla grande bajo la forma de remakes. Mujercitas alardea de versiones de 1917, 1918, 1933, 1949, 1994, 2018 y 2019, y no existen reglas —ni escritas ni consuetudinarias— que instruyan que los remakes no califican para los rankings o premiaciones. Ben-Hur batió en su momento el récord de Oscars ganados (11) y era la tercera adaptación fílmica de la novela de 1880.
Me la juego por la tercera hipótesis. Mi conjetura es la suma de dos efectos: la receptividad emocional de la juventud y la inercia del prestigio.
Respecto a lo primero, somos inmensamente más sensibles durante nuestra infancia y adolescencia que durante nuestra adultez y vejez. Por eso en nuestros rankings personales suelen predominar experiencias de las primeras décadas de vida. Nos volvemos cada vez menos impresionables y las sacudidas de la ficción van cediendo espacio a las canas. La edad de los críticos al momento del primer contacto, especulo, introduce un sesgo que perjudica a lo reciente.
Ciudadano Kane (1941) fue votada la mejor durante medio siglo. Puesto así, pareciera ser esa la película que habría que seleccionar ante un embajador extraterrestre. Pero si su calidad superior fuera así de nítida ¿Por qué la generación de críticos de 1952, compuesta por personas que la vieron cuando ya tenían años, ni siquiera le concedió un espacio en el top ten? ¿Por qué ni los críticos de 1962 ni los de 1972 elevaron a Vértigo (1958) y las camadas siguientes la catapultaron en forma progresiva a las posiciones 9°, 4°, 2° y 1°?
Una votación popular como la de IMDb se ve menos afectada por el sesgo de antigüedad porque no se necesita acumular currículum fílmico para votar y cualquier adolescente puede hacerlo ¿Y qué encontramos en el top ten?
El contraste es brutal. Ahora encontramos tres piezas de la década de 2000, tres de la de 1990 y dos de la de 1970. Más aún, el promedio de antigüedad efectivo al momento de cada evaluación es mucho menor porque los votos de IMDb pueden tener hasta 30 años, a diferencia de los de Sight and Sound que se emiten el año en que se levanta la encuesta.
Respecto a la inercia del prestigio: que el establishment consagre a una obra fortalece de modo prospectivo su posición. Los críticos que votaron en 2002 se educaron en un mundo que ya había divinizado a Ciudadano Kane. En esas condiciones, no solo es más probable darse el tiempo de verla, sino que además se la trata con la reverencia propia de una pieza coronada por eruditos que saben más que nosotros. La soberana será la predilecta de los cursos de apreciación cinematográfica del joven cinéfilo que luego se vuelve crítico.¿Tiene todo esto alguna relevancia? No mucha, pero al menos ayuda a dimensionar sesgos en reputados rankings que a veces damos por verdades reveladas. Y, si me permite un consejo personalísimo, a la hora de escoger una película preste más atención a los 2,7 millones de votos de Sueños de libertad que a los 1.639 críticos que una revista británica encuestó en 2022. Esa métrica también está lejos de ser perfecta (me cuesta asumir que a Avengers: Infinity War le haya alcanzado para el top 100), pero hay buenas razones para suponer que al menos se nos acercará algo más a lo que sea que entendamos por goce.