Park Chan-Wook vuelve con La decisión de partir, una película que creemos conocer pero que tiene uno, o mil, trucos bajo la manga. No solo desde su uso de recursos formales, donde demuestra ser infinitamente creativo, sino en lo fundamental: esconder dentro de un thriller policial un melodrama romántico.
Si después de ver Oldboy o Sympathy for Mr. Vengeance esperan violencia desmedida del autor surcoreano, se sorprenderán al encontrarse con una película más reflexiva. Pero, asimismo, se siente como algo que solo podría haber hecho él.
La premisa, antes de que empiece a tomar giros inesperados, es estándar: el policía Hae-jun (Park Hae-il) debe solucionar un caso. Un hombre cayó desde una montaña. ¿Fue un suicidio o un asesinato? La principal sospechosa parece ser la poco afectada viuda de la víctima. Sao-rae (Tang Wei, olvidada en los premios de esta temporada por su interpretación aquí) es una inmigrante china que parece tener razones suficientes para querer deshacerse de su esposo.
Y comienza un juego de gato y ratón. Hae-jun está monótonamente casado y sufre de insomnio, por lo que empieza a pasar las noches vigilando a Sao-rae en su casa. Ella lo descubre. Ella luego interviene en la investigación del caso. Él la descubre. Pero ambos, en vez de reaccionar a esto de manera dramática y explosiva, lo hacen desde la compresión y la empatía que señalan que su vínculo empieza a estrecharse. Podría ser amor, si es que esta película fuese menos complicada, pero es más complejo que eso y le agradecemos a Park Chan-Wook que así sea.
Así empiezan una serie de giros que dejan atrás el comienzo de la historia. El caso se resuelve, o algo así, y lo que nos importa ahora es cómo los protagonistas siguen adelante. Sao-rae es una femme fatale marcada por la tragedia, pero lo que la hace interesante es la agencia que tiene y cómo siempre está diez pasos adelantada al detective que se obsesiona con ella. Y él tampoco es tan tonto: entende el efecto tóxico que tiene el vínculo que están formando y decide seguirlo porque es justo lo que necesitaba.
Es una fascinación que comparten por la manera de ser y pensar del otro y que, como buen drama romántico, nunca llega a consumarse. Los dos solo funcionan cuando se están persiguiendo, en un juego mental que se arrastra por años y que parece ser la única forma que tienen de vincularse. Chan-Wook ocupa la violencia nuevamente para hablar de la condición humana y en su repertorio tiene un arsenal de técnicas y trucos audiovisuales impresionantes, de eso que cualquier director se enorgullecería de imaginar.
La decisión de partir: el estilo Park Chan-Wook
Así, la decisión de partir está cargada de recursos visuales que complejizan una trama que de por sí es intrincada. No solo resuelve la ardua tarea de incluir celulares y pantallas de manera creativa, no solo coreografea persecuciones de manera dinámica y comprensible, no solo incluye imágenes oníricas o simbólicas de manera fluida; sino que todo lo hace con un fin que eleva su película a algo más trascendente e imperdible, usando el mar y la montaña como motivos visuales que acentúan la desconexión entre sus condenados personajes. Confirma que el premio a la Mejor Dirección en Cannes no lo regalan y que el cine surcoreano está en un momento importante.
Él la persigue –o ella lo atrae–, él la necesita y ella también. Ella es una superviviente caótica que altera la estabilidad que él piensa que necesita. Y mientras él busca respuestas, ella solo abre preguntas. Mares y montañas, idiomas diferentes, personas que no pueden y quizás no quieren estar juntas, que entienden que el amor es eso que se cuela en pequeñas acciones y gestos, y especialmente en saber cuándo dejar ir, como el título de la película presagió desde un principio.
Nota de riesgo: convencional a primera vista, pero exige la atención de un público dispuesto a seguir de cerca lo que pasa tanto externa como internamente. Por eso, ojalá la puedan ver en salas de cine aprovechando que está en cartelera, aunque pronto llegará a Mubi.