Berghain cumplió recientemente (este 13 de diciembre) 20 años de funcionamiento como club de música electrónica.
Para quienes aún no han escuchado hablar de este club berlinés, Berghain es conocido por cuatro cosas: su estética industrial; su política estricta en la puerta (entrar o no depende del juicio del bouncer); su sonido profesional; y por sus jornadas maratónicas de fin de semana: desde el sábado en la mañana hasta el lunes en la tarde puedes quedarte ahí si tu cuerpo y mente te lo permiten. También está la opción de salir y volver a entrar durante el fin de semana si te apetece.
Estas cosas han hecho que Berghain se convierta en una especie de Meca de los fanáticos del tecno y el hedonismo; turistas de todo el mundo están dispuestos a ponerse en la fila de hasta seis horas para tantear la posibilidad de entrar al lugar. Creo que al día de hoy incluso hay una aplicación o algo similar que te va diciendo el tiempo de espera de la fila en tiempo real, además de mucho material en TikTok e Instagram dando datos de cómo entrar y simuladores de la experiencia de enfrentarse al tipo de la puerta del club.
A mis casi 40 años me parece absurdo hacer un esfuerzo tan grande por entrar a un club, pero si trato de recordar mi primera vez en ese lugar (casi no había fila cuando fuimos), la verdad es que sí es una experiencia que quedó grabada en mi memoria corporal y mental.
Recuerdo que esa noche caminamos cruzando el Spree (el principal río de la ciudad) con un frío de lluvia/nieve, después de haber estado en una fiesta de departamento, pasando por Ostbahnhof (la estación de trenes del este de Berlín), para llegar a unas calles con un supermercado mayorista, y una especie de Homecenter gigante, directo a ver la entrada del edificio.
Lo primero que uno ve es un edificio cuadrado de hormigón, enorme. Luego se ven las ventanas largas, dignas de ciudad gótica o algo así. Mientras uno empieza a caminar en dirección a la puerta ya sientes el sub bajo y un cosquilleo en el estómago por un cierto nerviosismo compartido de quienes están haciendo la fila. Puede ser que después de caminar por la nieve y esperar en la fila disimulando el frío, te toque volver a casa, o peor, cualquier bar de mala muerte en el camino de vuelta. La estética industrial del club en la penumbra del amanecer de un invierno berlinés impresiona.
Construida en la década de 1950, esta central de generación térmica y eléctrica combinada (Heizkraftwerk) se pensó como parte de un proyecto arquitectónico para crear un barrio residencial “ejemplar” en el Berlín oriental de posguerra. La idea era crear infraestructura que siguiera la ética y estética stalinista, incluyendo los edificios de la Karl-Marx-Allee (antes Stalinallee), la torre de Weberwiese, la escuela de la Rüdersdorfer Straße, etc. Este tipo de arquitectura se autodenominó como Clasicismo Socialista, y en su forma dentro de la RDA (el gobierno publica de hecho “16 principios del desarrollo urbano” para guiar la reconstrucción) el objetivo arquitectónico del desarrollo urbano debiese ser lograr un equilibrio entre la demanda humana de trabajo, vivienda, cultura y ocio.
Una vez dentro de Berghain, uno se encuentra en un espacio de techos altísimos, con escaleras de metal, cemento y más cemento. En la pista central, Berghain (donde tocan ese tecno que te llega a los riñones) había antes turbinas y generadores. En el Panorama Bar, arriba, (el lugar del house, deep house, y disco) había una sala de controles, y en Säule (la última pista que se abrió el 2017, lugar de música más experimental y ambient) había calderas. En el subterráneo en tanto está el Lab.Oratory, club fetichista gay de sólo hombres al que las mujeres tienen acceso pocas (¿dos?) veces por año, para unas fiestas que se llaman Revolting. Por fuera del edificio principal se encuentra la Berghain Kantine, lugar que se arrienda para conciertos pequeños. Allí ví alguna vez a Los Pirañas.
Hoy en día el edificio que aloja a Berghain le pertenece a la empresa de Berghain Ostgut, puesto que se pudieron comprar el edificio en el 2011. Paralelamente, el edificio cuenta con protección por ser un monumento arquitectónico, lo que ha ayudado a la continuidad del proyecto a pesar de los problemas económicos que produjo la pandemia para la escena de clubes de Berlín.
Berghain tiene un beneficio respecto a los impuestos que paga al estado alemán (7% en vez de 19%) desde el año 2016, al ser considerado un lugar cultural y no sólo un lugar de ocio. Este debate se extendió durante la pandemia al resto de los clubes de Berlín, que entre confinamiento y el problema inmobiliario dentro de la ciudad (demoliciones, carreteras, gentrificación y quejas de vecinos que se mudan a nuevos edificios en los alrededores) han tenido que cerrar o cambiar de locación a lugares más periféricos. En el 2021 el Bundestag alemán (como el Congreso de allá) decidió que se debía modificar la “Ordenanza de Uso de Edificios” del Gobierno Federal para que los clubes y locales de espectáculos en vivo –con una conexión cultural demostrable– ya no se definan como locales de ocio sino como instalaciones con fines culturales.
Personalmente, creo que hablar de cultura de club, slogan que se usó para lograr este cambio jurídico de parte de la Club Commission, es un poco redundante (en estricto rigor, todo es cultura, no sólo los museos y el teatro), pero si de algo ayuda a mantener la escena musical que existe en Berlín entregando lugares de trabajos a músicos y djs apoyo el slogan que sea.
Dentro de la política de Berghain está también el elemento de no poder sacar fotos o videos dentro del club. Apenas uno entra, luego de la revisión de rigor entre tu ropa, mochila, riñonera o banano, te piden tu teléfono y le ponen un sticker a ambos lados de la cámara. Si alguien del club te sorprende sacando imágenes, tienen el derecho de sacarte del lugar. Sin embargo esto no es algo exclusivo de la cultura de Berghain sino de la “cultura de club” de Berlín. Al menos hasta que viví en Berlín era de mal gusto sacar fotos o videos dentro de los clubs, y realmente no hacía falta poner stickers en los teléfonos para que en general se respetase esta regla implícita. No tiene que ver sólo con el hecho de ser feo y poco cool en paz, tiene que ver también con respetar el derecho de la imagen ajena y el derecho a moverse libremente sin ser registrado (el derecho a privacidad: razón por la que tampoco se pasa lista en la universidad).
Pero quizás el detalle más lindo simbólicamente en Berghain sea la falta de espejos.
Pensando desde Lacan (el psicoanalista francés) en que la imagen que vemos en un espejo de niños es el primer momento en que se nos quita nuestra corporalidad y simple existencia, previo incluso al ingreso al lenguaje. Y de eso se trata finalmente ingresar a este hoyo sensorial sin día ni noche que es Berghain, olvidarse por un momento de la construcción egótica que somos (y de la mirada ajena) y existir un tiempo, escuchando la música, moviéndose sin pensar.
Evidentemente esto está acompañado del uso de drogas, las que quieras. Es mejor llevar las propias y testeadas, ha muerto gente por comprarse cosas por ahí. Pero incluso sin consumir nada en este ambiente puedes olvidarte del tiempo y tu apariencia, porque en realidad, nadie va a mirar al resto sino a sentir la música desde el cuerpo, a compartir esa experiencia y dejarse llevar en la pista de baile.
No sé si fue en mi primer Berghain o alguno después, pero recuerdo la alegría de estar bailando “Lay all your love on me” de ABBA con David Vunk disjockeando mientras se abren las persianas metálicas de las ventanas gigantes y dejan pasar el sol unos segundos. La alegría era también porque jamás me imaginé que tocarían ese tema en Berghain, aunque fuese Panorama Bar, pero la verdad es que posteriormente me di cuenta que existe bastante libertad creativa para las y los djs que tocan ahí.
La dinámica dentro del club en general es bastante buena, las personas intentan no empujarse, si uno pide un cigarrillo te dan cuatro, te piropean por tus pasos de baile o tu sonrisa, etc. Las filas de los baños quizás sea la parte más compleja. Obviamente los baños no se utilizan sólo para las necesidades biológicas comunes, sino también el consumo en grupo de drogas y sexo. Por eso apenas tengas un poco de ganas de ir, hay que ir inmediatamente, ya que siempre hay fila. Entre las pistas hay zonas de descanso, barras y darkrooms (piezas oscuras que asemejan los lugares donde se revelan fotos). Una zona que recuerdo tenía unos columpios enormes sostenidos de cadenas donde pareciera que uno es un náufrago en una isla o algo similar.
Lamentablemente no todo es bueno. Cada vez hay más casos en clubs de personas que son drogadas sin su consentimiento, con “G” (GhB: un depresor del sistema nervioso que suele venir en forma de líquido incoloro) u otras cosas, por lo que Berghain sacó hace unos años un “Awareness Protokoll” para dar consejos sobre drogas y abusos. La primera recomendación es no recibir líquidos de otras personas, y tomar siempre desde el vaso o botella propia sin perder tus cosas de vista. Segunda recomendación: conoce y testea tus drogas: (https://knowdrugs.app/ o https://drugchecking.berlin/aktuelle-warnungen) Tercera recomendación: si crees que has sido víctima de abuso reúne pruebas inmediatamente.
Otra cosa es el club subterráneo Lab.Oratory, considerando que normalmente es un club fetichista gay de sólo hombres. Cuando tocamos la puerta nos recibe Rummelsnuff y nos pregunta: ¿uds saben dónde vienen? En realidad no sabíamos tanto, íbamos porque queríamos ver a nuestro amigo tocando, Emil Doesn’t Drive. Una vez adentro hay una especie de camarines, donde todos, literalmente todos estaban sacándose casi toda su ropa y poniéndola en una bolsa de basura para entregarla en guardarropía, para quedar lo más ligero posible. En ese momento pensé ingenuamente que quizás sería porque hacía mucho calor en el club, pero pronto me di cuenta que en realidad el vestuario era el más adecuado para facilitar los encuentros sexuales en cualquier momento y lo más rápido posible.
La cabina de DJ estaba construida con unas rejas donde sólo se ve el cuerpo del dj pero no su cara. En la pista, se mezclan el baile con una especie de orgía. No hace falta ir al baño o al darkroom. Entre dj y dj veo un live act con lo más parecido a ver a Divine en vivo, supongo, escuchando al talentoso Hard Ton que mezclaba la performance con toques de canto lírico. Nunca antes ni nunca después recibí tantos codazos en mi vida en una pista de baile, pero claro, era la noche donde permitían mujeres y no todos estaban felices con eso. Las personas con las que fuimos se retiraron rápidamente del lugar, y nosotros nos quedamos hasta que pudimos, sin sentarnos ni apoyarnos en ninguna superficie. Después de eso entendí por qué la muda de ropa era realmente esencial.
Con el tiempo dejé de ir a Berghain excepto para fechas específicas donde musicalmente valiera la pena dejar mi barrio. Además, más difícil que entrar es salir de ahí, y más difícil aún volver a casa. Al comienzo tomábamos el S-bahn (el tren que conecta el centro con los suburbios) pero a veces me daba el lujo de tomar un taxi a casa, porque después de bailar horas y horas, encontrarse con las miradas de otras personas en el tren me parecía agotador, sobre todo porque uno sale del club completamente vacío.