¿Cómo ser popular en el colegio? Cómprate un vaso Stanley

La tendencia de la que todos los diarios hablan últimamente; el objeto que todos quieren tener, son unos vasos. Sí, unos vasos, pero no cualquier vaso: llamadas las nuevas Birkin de la industria, te presento los vasos Stanley

Suena aburridísimo, o al menos eso hubiese pensado yo a los 12 años. Pero es que justo mi versión de 12 años sería la más equivocada de todas. 

En el mundo de niños y adolescentes de Estados Unidos, los vasos Stanley son un símbolo de status social:

“Todos los días, cuando llego al colegio como a las 7:45 de la mañana, todo el mundo se me acerca y me dice ‘¡Oh my God, me encanta tu Stanley!” o “es demasiado cool”, eso cuenta Dahlia, una niña de 13 años que dice que su colección de Stanley la hace sentir famosa, como si estuviera llena de paparazzis. (Cita de The Cut).

Porque no basta con tener uno, hay que tener de distintos colores para cada estado de ánimo y día diferente. Y ojo que cada uno cuesta cerca de 50 dólares. 

En un TikTok viral una mamá dijo que se burlaron de su hija por tener una imitación de Walmart. La matonearon hasta que se diera cuenta de las consecuencias de no tener un Stanley de verdad.

@dayna_motycka I in fact did not keep it short and sweet 🤦🏼‍♀️ apparently needed to get this off my chest! 🤷‍♀️ #stanleycups #valentinestanley #targetstanley #parentsteachingkids #parentingtips101 ♬ original sound - Dayna Motycka

El origen de la marca Stanley

Hace 111 años, William Stanley Jr. patentó los componentes de la primera versión de sus vasos de acero inoxidable. Su principal gracia es que su material permite que los líquidos se mantengan con cierta temperatura, fríos o calientes. Su mercado objetivo inicial eran los campistas y trabajadores, y la idea era que fueran de tan buena calidad, que fuesen el único vaso de este estilo que tuvieran que comprar.

A medida que pasó el tiempo, fue lanzando distintos productos complementarios a los termos de agua: botellas, termos para comida, sets de camping y hasta cafeteras para llevar a la montaña.

En 2016 lanzó el Quencher, un vaso de acero inoxidable con aislamiento al vacío de doble pared, un asa y una pajita reutilizable.

¿Y por qué tanto revuelo?

Un blog de dos hermanas llamado The Buy Guide hizo una reseña sobre un Stanley en 2017 (acá contaron la historia). Les gustó tanto que le regalaron vasos a todo su círculo, incluso a una influencer un par de años después, y empezaron a agarrar vuelo. Tanto vuelo agarraron que las contactaron desde la empresa y les pidieron que vendieran directamente en su sitio web. 

Desde ese momento, la empresa tuvo varios insights útiles para posicionarse mejor en el mercado. Primero, las chicas los ayudaron a ver estos productos como un accesorio, no un producto funcional. Y les dieron la idea de  rebrandear el producto para mujeres, ya que la mayor parte de esos trabajadores y campistas del mercado objetivo eran hombres. Además, se les unió como presidente Terrence Reilly, ex director de marketing de Crocs. A él se asocia una nueva movida de Stanley: crear escasez en el producto para aumentar las ventas. 

Imagen de un supermercado en donde se limita la compra de hasta 20 unidades de los famosos vasitos, por cliente. 

Imagen de un supermercado en donde se limita la compra de hasta 20 unidades de los famosos vasitos, por cliente. 

Desde el 2020, empezó a ser una moda entre los adolescentes comprar Quenchers de distintos colores para combinarlos con sus outfits y estética. Tanto así, que son la cara de #Watertok: una tendencia para tomar más agua y compartir recetas (sí, recetas de aguas saborizadas). Me recuerda a la potomanía, el trastorno alimenticio de adicción al agua que se hizo más o menos famoso en los 2000 entre modelos. 

Los Quenchers incluso fueron el producto que más salió en los videos navideños de la generación Z en TikTok. Y en relación a Navidad: lanzaron unos vasos especiales en conjunto con Starbucks; la gente se despertaba al alba y hacía filas eternas para comprarlos, se agotaron y se revendieron a 6 veces su valor. 

Lo problemático es que se tornó en un símbolo de status entre adolescentes: reflejan el nivel de ingreso de la familia. Considerando que cada uno cuesta 50 dólares y los coleccionan, no es menor la cantidad de dinero que se puede gastar en estos vasos. Como bien contaba The Cut: básicamente, mientras más Stanleys tienes, más popular eres; no tener te deja en lo más bajo de la escala social; tener una falsa (que no sea marca Stanley) te asegura bullying de parte de los demás. 

Puede parecernos una idiotez leyéndolo desde lejos, pero quien esté libre de haber seguido modas medio taradas que tire la primera piedra. No seguir alguna de esas modas en alguna medida te aseguraba cierto rechazo social. Pero la gran ventaja que teníamos en esa época, los millenials, era que no existían redes sociales para compararte con el resto de tus compañeros, ciudad o el mundo. 

El futuro de los vasos Stanley

Según los expertos en ventas, esta tendencia ya alcanzó su peak. Básicamente porque llegó a los chavales más pequeños, y nadie en la prepa quiere tener algo que es popular entre sus hermanos pequeños. Los Gen Z se alejan de los Alpha.

Entonces, ¿qué le depara el futuro a Stanley? 

La prensa que ha recibido la empresa ha sido mixta. Por un lado, se han coronado como un producto que hace lo que dice: un auto se incendió con un Stanley dentro, y aunque el auto se quemó completo, el vaso mantuvo hasta los hielos dentro. El CEO Terrence no dejó pasar la oportunidad y hasta le regaló un auto a la mujer.

Pero la prensa no les trajo sólo buenas noticias. Además de quienes critican, evidentemente, que se están volviendo un símbolo del consumismo, hay otros que han hecho doble click en cómo se elaboran estos vasos. Específicamente, varios usuarios de redes sociales han hecho pruebas de plomo sobre los vasos y varias han salido positivas; la empresa se defiende diciendo que el plomo está sellado. Una compañía que se dedica a evitar la exposición de bebés a sustancias tóxicas hizo una prueba de toxicidad sobre estas tasas, y encontró que si la base del vaso se daña, puede salir el tóxico. 

Mi versión de 12 años ni siquiera hubiese logrado estar cerca de la moda, como esa niña que compró algo parecido en Walmart. Cómo olvidar esos días que uno llevaba objetos especiales al colegio para ver si se te acercaban compañeras con envidia. Y quién sabe en qué universo yo pensé que una ratonera de cartón (una caja con hoyos de distintos portes para ver si le apuntabas con canicas) sería lo que me llevaría a trascender. 

El resto de la historia, imagínensela.