Fortuna, la gran novela sobre el dinero: un encuentro con el escritor ganador del Pullitzer

En la entrada del Hotel Sheraton hay una especie de look indistinto: zapatos, vestones y jeans. Los hombres parecen todos ocupados, se mueven rápido en el ingreso mientras le hablan a sus celulares: siempre están en algo. Me detuve apenas atravesé la puerta giratoria, como si fuera Charles Chaplin contra la máquina. Los guardias se miran y una de ellas se acerca y me pregunta qué hago acá: espero a un escritor, le digo, pero no es suficiente; se queda a mi lado hasta que aparece Hernán Díaz, en el minuto exacto de nuestra cita. La guardia desaparece al ver a un pasajero.

Hernán Díaz es el autor de dos novelas: A lo lejos (2017) y Fortuna (2022).  La primera estuvo entre los candidatos al Pulitzer; la segunda, lo ganó.

Fortuna, de Hernán Díaz: un fenómeno literario sobre el dinero

Volvamos al Sheraton. Díaz busca el silencio; el zumbido de una máquina de aseo le molesta y lo seguirá haciendo mientras conversamos, al punto de preguntarme si me molesta también. Parece querer que nos movamos. Es inevitable imaginarlo en un absoluto silencio escribiendo sus libros. La televisión también lo distrae, pero de otra forma; queda absorto en las imágenes que informan de un juicio que termina en un arreglo millonario a pagar por el ex presidente Trump.  A través de su celular, le comenta a su esposa la noticia.

Hace unas semanas Diaz ganó el Premio Pulitzer en ficción. Un hito que ha pegado fuerte, en tanto llamamos a Díaz escritor argentino por su partida de nacimiento, pese a ser criado en Suecia y llevar la mitad de su vida en Estados Unidos. Con su acento de porteño de Buenos Aires hace difícil de imaginar que su novela sea una traducción, por la poética del dinero que logra traspasar la barrera idiomática:

“Le fascinaban las contorsiones del dinero: que se lo pudiera obligar a doblegarse sobre sí mismo para forzarlo a comerse su propio cuerpo. La naturaleza aislada y autosuficiente de la especulación apelaba a su carácter y constituía motivo de asombro y fin en sí mismo (…) consideraba el capital un ser vivo de existencia aséptica. Se mueve, come, crece, se reproduce, enferma y puede morir (…) eso le proporcionaba a él un placer adicional, el hecho de que la criatura intentara ejercer su libre albedrío. La admiraba y la entendía, incluso cuando lo decepcionaba”.

Este es un fragmento de Obligaciones, el primero de los cuatro libros que componen Fortuna. Está narrado por Harold Vanner, un novelista que ficciona sobre la vida de una pareja de millonarios de verdad, de esos que no necesitan tocar los billetes, a partir del conocimiento que tiene al haber participado en algunos de sus eventos sociales. Cuánto de verdad hay en esta novela, es uno de los motores que nos hace recorrer estas páginas.

El segundo libro es Mi vida, de Andrew Bevel, el millonario que se siente tocado por los rumores ocasionados por esa novela y decide construir el género de los grandes hombres blancos occidentales: la autobiografía. Este es un work in progress, en tanto queda incompleto, lo que se manifiesta en líneas como estas entre los párrafos del relato:

“Más ejemplos de su visión para los negocios”.
“Mostrar su espíritu pionero”.

El tercero es Recuerdos de unas memorias, escrito por la “negra literaria” de la mencionada autobiografía, Ida Partenzo, que es quien va contándonos el detrás de escena. Su vida, quizá la primera normal del libro, es la que nos genera empatía al estar, hasta el encuentro con Bevel, lejos de los millones y los salones de las mansiones.

El cuarto es Futuros, el diario de Mildred Bevel, mujer del millonario Andrew Bevel, donde nuevamente el punto de vista sobre la ficción y la autobiografía se ponen  en cuestión, al colocar a una personaje clave a contar su vida. “No pudo ser la mujer desesperada de los capítulos de Vanner. Y siempre supe que no era la sombra insustancial de las memorias inacabadas de Bevel”, escribe quien encuentra ese diario, expurgado, como todos los  que conocemos.

Para lo que sí es importante Mildred es para la fortuna de Bevel, según escribe en su diario:

“Entre 1922 y 1926 tejí la tela de araña. Gracias al descubrimiento de las «adherencias» en mats., los nodos de la tela se pudieron propagar en todas las direcciones. Los resultados eran repetibles. Era un modelo aplicable que atraía todo hacia sí”.
“A. seguía mis instrucciones.”
“Nuestras ganancias durante aquellos años hicieron palidecer la fortuna Bevel original”.

El ensamble y diálogo que arman estos libros es realmente sublime.

Si bien la novela recorre varias décadas, es sin duda clave el Crack del 29. Aquel momento crítico de la economía moderna. Es cuando el gran capital que representa Bevel apuesta contra las medidas estabilizadoras de su gobierno para enriquecerse, generando el rechazo de la sociedad.

En los artículos sobre el protagonismo del dinero en las novelas, un hito es El Gran Gatsby (1925) de Francis Scott Fitzgerald, pero Díaz se distancia de ella. Para él, como ha indicado en otras entrevistas, esa novela es sobre los ricos, no de cómo se hace el dinero. Señala lo mismo de Henry James -uno de sus gurú­­s- o Bret Easton Ellis.

Por fin en el sillón, frente a cada pregunta, Díaz ofrece una reflexión doble. Un ejemplo, con la pregunta inevitable:

-¿Cómo decidiste la estructura de la novela? Hay una novela, el registro autobiográfico, el diario… ¿Cómo fuiste articulando estas partes?

"Hay dos respuestas. La primera es que cuando me propuse escribir sobre el dinero, que ocupa un lugar tan central en Estados Unidos, y, sin embargo, no ha sido objeto de demasiadas novelas en el canon literario norteamericano, me di cuenta de que, –¿no es un hecho sorprendente, no?– no hay mujeres en estas épicas del capital, entonces decidí muy rápidamente que un eje central de la novela iba a ser el de la voz, quién tiene una voz, a quién se le ha negado tener una voz y es por eso que justamente tiene esta estructura polifónica o coral, de estas voces en contrapunto. Esa es la primera razón."

"La segunda razón es porque el título del libro en inglés es Trust, que significa confianza, y obviamente tiene el sentido financiero también, esa palabra que remite a la noción de monopolio, pero parte del motivo que la novela está narrada en diferentes géneros, por diferentes autores, diferentes voces y registros es porque es una invitación a los lectores a cuestionarse, a cuestionar la confianza que tal vez acríticamente tenemos con ciertos discursos"

Esta respuesta a la primera pregunta es algo que cualquier escritor que lleva nueve meses de gira tiene preparado, como muchas otras respuestas sobre temas similares o lo que aparece en la contraportada; por ejemplo, que Barack Obama lo eligió entre las mejores diez lecturas del año pasado. Fortuna sale del nicho literario y se arroja hacia el gran público; estuvo en los rankings de más vendidos del The New York Times. Pero, más allá del contenido de la respuesta, muestra una forma de pensar: Díaz agota los temas, los cubre a cabalidad. Así pasa con su novela, en la que cada uno de sus nudos está extendido en sus más de cuatrocientas páginas.

Hay preguntas que prefiere no responder, porque no podría agotarlas en la entrevista. Frente a otras amplias, pero posibles de intentar cubrir en sus aristas, suspira y se estira hacia atrás o dice necesitar un café. A veces la estrategia es distinta; sobre su propia relación con el dinero me devuelve otra pregunta: “¿cuál es tu sueldo?”, y ahora soy yo el que me estiro para atrás y él me hace ver mi reacción física; siento su inteligencia en carne propia.

En este mismo lugar había entrevistado a autores como Carlos Ruiz Zafón o Leonardo Padura. El primero mostraba atención, pero respondía lo mismo que en cualquier entrevista que googleara; el segundo estaba entregado al cansancio de vivir de viaje con su esposa. Hernán Díaz parece otra cosa, es ver el despliegue de un gran escritor en el momento exacto en que explota y se prestigia para siempre. Con ninguno de ellos había dejado el libro encima de la mesa, como lo hice esta vez. Muchas de las esquinas de las páginas de Fortuna están dobladas, para volver a disfrutarlas en el futuro, acá un fragmento de otra de ellas:

“¿Para qué trabajar en un sitio que fabrica una sola cosa cuando puedo trabajar para una compañía que fabrica todas las cosas? Porque el dinero es eso: todas las cosas. O por lo menos se puede convertir en todas las cosas. Es el bien universal con el que medimos todos los demás bienes de consumo. Y si el dinero es el dios de los bienes de consumo, esto –con la palma de la mano vuelta hacia arriba, tracé un arco que abarcaba la oficina y sugería el edificio que la rodeaba– es su gran templo”.

Esto lo afirma Ida Partenza. Ella reconstruye los años en que vive de forma precaria. Incluso en ese capítulo, está totalmente delineada la figura del padre, que podría resultar incidental. “Me pareció interesante que este patriarca fuera una persona de izquierdas, pero, sin embargo, reproduce estos roles de género absolutamente conservadores. Lo que quería mostrar en la novela es que recorre todo el espectro de clase y todos los espectros ideológicos”.

Partenza, en la mano de Díaz, escribe también lo que debe callar de esa relación. Si la voz de las novelas y autobiografía de los hombres de los dos primeros capítulos van hacia lo público, la narración del capítulo citado y del diario final son los registros privados de la experiencia de las mujeres.

A Díaz le han preguntado bastante sobre la serie que adaptará su novela en HBO, donde una de sus productoras es la famosa actriz Kate Winslet. Lejos del prototipo de escritor que toma el dinero y después se queja de lo que hicieron con su libro, Díaz trabaja en ella como productor. De hecho, cenó con el director dos noches antes de esta entrevista, realizada el mismo día de su llegada a Santiago, previa a su participación en el ciclo “La ciudad y las palabras” de la Universidad Católica.

En las entrevistas hechas en Chile y Argentina, han tratado de homologarlo o hacerlo reconocer influencias de los grandes novelistas de esta época (Roberto Bolaño o César Aira), a lo que Díaz responde con referencias a la tradición norteamericana (“es la mía y es la única que conozco con cierto nivel de detalle”, colará antes de que aparezca cualquier alusión a ello). Pero su primer libro (por supuesto en inglés) es Borges, Between History and Eternity. Tentados a insistir en qué le dejaron sus años argentinos, tras pasar por Jorge Luis, llegamos a otro autor importante para él:

“[Ricardo] Piglia, la articulación entre literatura y política es algo que aprendí de él y esta, a veces, intersección entre historia personal y genealogía e historia pública y política. Podría hablar más, pero son dos ejemplos”.

El viaje retrospectivo hacia esos años, le recuerda, ya fuera de la grabación, su otra visita a Chile, donde conoció Chiloé con su novia mochileando. Seguro aún no pensaba en convertirse en el escritor del dinero.

Finalmente toma el libro desde la mesa. “¿Este fue impreso acá, no?”, dice. Y lo abre en el colofón para comprobarlo. Lejos del romanticismo, esta pregunta, de la que ya tiene la respuesta, le permite examinar el objeto, ya lejos del aura de la importación española asociada a Anagrama. “Quedó bien”, concluye, al abrirlo sin prestar atención a las páginas con las puntas dobladas.