Cómo me autoinvité a la casa de Nicanor Parra

En el bar de un hotel de Valparaíso, mi madre y mi tío me interrogaban sobre qué quería hacer con mi vida. Había abandonado la carrera, y todo lo relativo a mí se les había vuelto una interrogante. Vino una escena que se debe haber visto patética. Yo, llorando con un vaso de vodka en la mano, diciendo que lo que más quería en la vida era ser escritora.

Vinieron las preguntas inquisitivas: ¿Crees que es fácil ser escritora en Chile? ¿Que puedas vivir de eso? La noche se terminó con la familia más ansiosa sobre mis expectativas de vida, y yo, con la necesidad de hacerme la fuerte e ir hacia eso que me estaba llamando.

Me puse a trabajar en serio. En cosa de dos años ya tenía varios cuentos. Unos editores de Valparaíso habían leído mi blog y me ofrecieron publicar. Llegó el instante en que tuve entre las manos la maqueta, esa versión preliminar de lo que será el libro.

Con mi pololo nos fuimos a celebrar a un bar metalero de nombre egipcio que tenía como atracción una momia hecha de papel higiénico. En algún momento de la noche, él me preguntó qué quería hacer, y yo respondí entre risas que ir a las Cruces a ver a Nicanor Parra. De la nada, nos vimos tomando el último bus, y al día siguiente, me vi convenciendo a Camilo que era buena idea lo que estaba haciendo.

Llegamos dando saltos en una de esas micros dadas de baja en Santiago en los años ochenta. Pasé a comprar un agua mineral para la resaca y le conté a la mujer del negocio cuáles eran mis planes. Me dijo que no me hiciera expectativas porque era un viejo mañoso que echaba a todo el mundo que lo iba a importunar.

Al llegar a su casa en calle Lincoln, grité desde afuera y nadie salió, entonces, envalentonada, tomé aire, abrí el portón de madera y le toqué la puerta de entrada. Salió su nana, una mujer que se veía era un filtro eficaz contra el mundo, porque era difícil dialogar con ella, me presentó como “Natalia de Valparaíso”.

Escuché el grito de Nicanor dentro de la casa: —¿Es cabra chica o cabra grande? — Ella optó por lo primero, yo ni sabía en cuál de las dos me ubicaba. Me puse a escribir una dedicatoria en la primera página, cuando lo vi sentado a mi lado en una silla de playa con un gorro de lana pese al calor.

Me preguntó qué tenía para contarle. Entonces me vino un flashback bloqueado. Me vi de unos diez años, haciendo una tarea de vacaciones. La biografía de sesenta escritores nacionales. Como todos los inviernos, habíamos aterrizado en la cabaña que tenía mi familia en Las Cruces. Uno de esos días, con mi prima y una amiga, estábamos paseando entre los árboles de un pequeño bosque. Allí un hombre mayor nos dio la mano y dijo que era poeta. Nicanor Parra. Me emocionó el encuentro porque ya estaba su historia en mi cuaderno. Habían pasado dieciséis años de eso. Me dijo que mi anécdota era muy buena y se tiró un chiste desconcertante: no sabemos cómo cae una piedra al piso y vamos a saber por qué existe la pedofilia, dijo.

Ese extraño y mordaz comentario inició una larga y original conversación en su casa. Me contó que habían ido de la Universidad Diego Portales a ofrecerle el Doctorado Honoris Causa. Que no había querido recibirlos, y que le hicieron llegar una tarjeta preguntándole si aceptaba. Según él, les dijo que el día en que le cambien el nombre a la universidad por Pedro, Juan y Diego Portales iría a recibirlo. Pero lo terminó aceptando igual, porque uno de los ejercicios humanos por excelencia es la contradicción.

Fuimos alternando anécdotas. Algunas sobre Hamlet, que parecía ser su obsesión y de quien opinaba que había jodido por creerse mucho. Por mi parte, algunas historias del antiguo testamento, como la de Eliseo; el calvo sucesor de Elías, que sufrió por las burlas de unos jóvenes sobre su pelada. Los terminó maldiciendo a todos y respaldado por Dios con dos osas que salieron del bosque y descuartizaron a cuarenta y dos de los burlescos.

Le fascinó esa historia y rio a carcajada limpia. Me preguntó en un momento qué era lo que tenía en las manos. Con los dedos temblorosos le mostré la maqueta del libro y me dijo: — Valporno, qué buen título. ¿Se te ocurrió a ti? — Le dije que sí, pero que aún no estaba tan convencida del nombre. Me dijo que no lo cambiara, que me iba a ir bien con eso.

Llevábamos unas tres horas conversando, a esas alturas me miraba como una posible novia, pese a que tenía noventa y siete años. Me preguntó si sabía manejar, que su auto estaba afuera, que fuéramos a dar un paseo donde estaba mi antigua casa. Ahí me acordé de que tenía pololo y que llevaba unas tres horas esperando afuera, escapando del sol y las abejas, porque era alérgico a las dos cosas y que tenía que trabajar por la tarde. Le dije que tal vez me iba a arrepentir después, pero tenía que irme.

Nicanor me cantó un tango que habla sobre una gitana de camino a la puerta y me dio el teléfono de su casa para que nos volviéramos a ver. Le dio la mano a Camilo y le dijo que no se la diera así de débil sino: “a lo romano”, casi quebrándole los dedos de un apretón.

Pasaron varias semanas. Parra ganó el premio Cervantes. La escritora y periodista argentina Leila Guerriero le hizo una entrevista sobre visitas inesperadas a su casa:

Sus capacidades amatorias tienen una leyenda luminosa, pero aquella tarde solo hizo mención a uno de los muchos episodios invasivos que suele padecer y que disparan su paranoia legendaria. Pocos días antes había tocado a su puerta una muchacha joven, bonita, para regalarle un libro de poemas llamado Valporno. La hizo pasar y se sentaron al aire libre. El novio de la muchacha irrumpió poco después, inesperadamente, según Parra con ansias de sorprenderlos en una maniobra extraña, tomar alguna foto y divulgarla. Los echó a ambos, furioso, y, cuando se fueron, empezó a leer los poemas. Descubrió que eran tan pornográficos como buenos, y entonces pensó: "¡Que vuelva, que vuelva!". Contó Leila en el suplemento Babelia del diario El País en España.

Si bien no volví a visitarlo, esa suma de acontecimientos significó que mi primer libro tuviera prensa antes de salir. La gente del mundo literario comenzó a preguntarse ¿Qué es Valporno? ¿Quién es ella? Su relato fue autoficción pura, poniéndose en el lugar de uno de mis personajes masculinos, celoso y caliente. Valporno fue un éxito, pese a que ni mi familia ni yo misma creí en él. El 23 de enero del 2018 Parra se fue al otro mundo. Solo lo vi esa vez. Me quedé con su relato de un hombre despechado, que, sin embargo, fue gentil, y me dio un empujón en el mundo literario chileno al ser uno de nuestros tótems. Alguna vez he soñado con ese paseo que nunca dimos, diciéndome que le hable del lado del oído donde no escucha.