Licorice Pizza y su atmósfera nostálgica

Si la nostalgia fuera una película, sería muy parecida a Licorice Pizza. Alana y Gary, los protagonistas de la última de Paul Thomas Anderson, corren, corren y corren por un Los Ángeles de los 70 que bien podría ser de fantasía. Hay luces y atardeceres y aventuras aleatorias que conforman el verano más largo del mundo. Pero así eran los veranos cuando éramos chicos, ¿o no?, y cualquiera con sed de aventura y una disposición inquieta podrá identificarse con las emociones que aquí se evocan. Como cuando éramos niños.

Alana (Alana Haim) es una chica encantadora, pero impulsiva y quejumbrosa, de esas que dan ganas de espabilar para decirle que todo estará bien, si no confiáramos en que en un par de años lo va a entender por sí sola. Se siente atraída por Gary (Cooper Hoffman), aunque ella jamás lo admitiría. Porque Gary es un chanta, un niño soñador de quince años que tendría el don de la palabra, si tal cosa existiera, y Gary por momentos te hace creer que existe. A lo largo de esta comedia juvenil emprende negocios con la energía de quien piensa que todo es posible, y así él y Alana pasan de vender colchones de agua a mesas de pimpón  a coquetear con la política y, en el camino, pasan los mejores días de su vida.

Es una historia de amor que quizás no se mete mucho en el amor, manteniendo el vínculo entre ambos jóvenes lo más platónico posible como para evitar posibles acusaciones de estupro. En lugar de eso, Licorice Pizza presenta su amistad con un guion que avanza impulsado más por la fuerza magnética que junta y separa a los protagonistas que por algún evento específico. “No se trata de nada”, dirán los cínicos y, precisamente, es una película que te pide que dejes el cinismo de lado y te sumerjas en un desorden del que también pueden salir un par de verdades. Pasajes inconexos se unen como sketches, con cameos de actores famosos que van y vienen, significando poco, nada y mucho, dependiendo de quien esté mirando.

Licorice Pizza rebosa de un sentimiento, que es el de posibilidad. De que todo puede pasar, tengas la convicción de un chico que sabe a qué se quiere dedicar y con quién se quiere casar o estés tan perdido como una chica que ya empezó a preocuparse por no encontrar su lugar en el mundo. Es un sentimiento vertiginoso incentivado por una cámara en constante movimiento y los coloridos entornos por los que los personajes transitan apurados. Y es quizás la película más liviana e intrascendente de Paul Thomas Anderson, que nos tiene acostumbrados a dramas profundos que conforman una de las carreras más ejemplares de cualquier director trabajando actualmente.

Todo esto funcionará para algunos y molestará a otros, no hay duda. Críticas sobre el machismo de Licorice Pizza son válidas y bienvenidas. Ya que el debut de la cantante Alana Haim es maravilloso, pero se ensucia por una película que está llena de gente que quiere depredar a su personaje (incluyendo, pareciera, la cámara que la observa) y uno esperaría que las conclusiones que saca esta mujer inteligente fueran más fidedignas a sus propias convicciones que a las fantasías de un hombre cincuentón. Se siente como una traición de parte de una película que necesita que empaticemos y le creamos a sus personajes.

Y así, mientras unos aplauden y vitorean, otros se aburrirán y se preguntarán por la finalidad de este ejercicio. Y PTA estará sonriendo, juguetón y desafiante, con la satisfacción de quien hace una obra muy personal y que a estas alturas no tiene mucho que demostrarle a nadie. Licorice Pizza no es para todo el mundo, pero si es para ti, te va a tocar profundamente. Y si no, hay peores formas de pasar el tiempo. Lo que sí termina logrando es algo distinto, quizás más lindo y más triste, que es sentirse como el recuerdo de un momento en particular que ya se fue y que jamás podría volver a existir.

¿Qué significa el título Licorice Pizza?

Licorice Pizza, o pizza de regaliz, es un apodo que se da a los discos de vinilo, dada la similitud con su forma. Además, fue el nombre de una cadena de tiendas de música en el sur de California, dónde creció Paul Thomas Anderson, y le hizo recordar su infancia.

Nota de riesgo:
Es una comedia romántica, sí, pero se podría decir que no es ni tan comedia ni tan romántica, con protagonistas desconocidos y sin mucha trama para su larga duración. Es una apuesta moderada.