Drive my car: parsimonia entre conversaciones

La creación de la película japonesa Drive my car, del director Ryūsuke Hamaguchi, se inicia cuando su productor le sugiere adaptar al destacado escritor Haruki Murakami.

Habiendo leído su libro Hombres sin mujeres, Hamaguchi toma el primer cuento que lo compone y decide expandirlo e inventar un nuevo final. Así, las 30 páginas del cuento dan inicio a lo que sería una película de 3 horas de conversaciones y rumiaciones sobre la muerte, la culpa y el perdón, y que sería ampliamente considerada una obra maestra del cine contemporáneo.

La historia sigue a Yūsuke Kafuku, un director de teatro establecido que colabora con su esposa guionista en la creación de historias. El prólogo nos muestra su relación y cotidianidad, hasta que ella muere horas antes de que tuviesen una conversación decisiva sobre su matrimonio.

Después de eso, Kafuku se traslada a Hiroshima, donde le dan una residencia en un festival para montar una adaptación de Tío Vania, la obra de Chejov. Allí, le asignan una conductora, la joven Misaki, para que lo traslade, y la película se desenvuelve con parsimonia entre conversaciones al volante, los ensayos de la obra y la forma en que los personajes se relacionan entre ellos y con su propio pasado.

No hay que temerle a una duración que puede ser intimidante. Drive my car envuelve al espectador en sus propios tiempos, siendo absorbente e interesante. Son ritmos atrapantes e hipnóticos que recuerdan a la última adaptación cinematográfica de una obra de Murakami, la surcoreana Burning, también nominada al Óscar (y disponible en Netflix).

Y, aunque pareciese vagar sin rumbo a veces, al final todo se amarra de una forma orgánica y necesaria, mezclando los temas de la película con los de la obra rusa. En Tío Vania los personajes añoran un pasado que parece habérseles escapado y que los deja sumidos en el sufrimiento de la vida desperdiciada.

El protagonista de Drive my car escucha los textos constantemente, en repetición en la radio de su auto e interpretados por actores en su trabajo. Pareciese estar sumido en la misma desolación. La puesta en escena enfatiza esta estática, con planos rígidos, pocos cortes y actores casi demasiado tiesos y contenidos. Hay un exceso de diálogo, pero una falta de movimiento, como si los mismos personajes estuviesen luchando con sus pensamientos antes de poder accionar.

Hamaguchi contesta a ese sentimiento de parálisis con algo sencillo y cálido, que es la capacidad de perdonarse y dejar ir. En las interacciones entre Yusuke y Misaki hay lamentos y arrepentimientos, pero es la conexión que se forma entre ambos lo que surge como respuesta a la tristeza y les permite entender sus demonios y empezar el camino de la sanación.

Es una idea sencilla y que quizás conocíamos, pero el logro de Drive my car es transmitirla de forma poética y poco explícita, que se absorbe lentamente y se siente más de lo que se pueda intelectualizar. Llegar a la hermosa escena final es catártico. Subirse a este viaje puede requerir paciencia, pero hay que tener confianza en que Hamaguchi sabe a dónde nos está haciendo llegar.

A los Óscar: éxito internacional

Drive my car se estrenó en la última edición del Festival de Cannes, donde ganó la Palma al Mejor Guion. Desde entonces, ha acumulado premios y nominaciones de numerosos festivales y críticos, culminando en la esperada nominación al Óscar a Mejor Película Internacional, categoría en la cual es la favorita.

Además, fue sorpresivamente incluida en tres otras categorías: Mejor guion adaptado, Mejor director y Mejor Película. Este último logro solo lo han conseguido 10 películas de habla no inglesa en toda la historia de la premiación (famosamente la única en ganar ha sido Parasite) y es una tendencia bienvenida que parece haber llegado para quedarse.

Hasta ahora recaudado más de 4 millones de dólares a nivel mundial, cifra  que está actualmente en aumento y que no es nada despreciable para una película “extranjera”. De seguro ese número seguirá subiendo estas semanas y después de la premiación.

Nota de riesgo

Es difícil pensar que un drama meditativo de tres horas, con referencias a Chejov y que consiste más que nada en personajes hablando pueda convertirse en un éxito internacional, pero aquí estamos. Una película arriesgada que ojalá todo el mundo pueda ver.

La película se puede ver en MUBI, plataforma de streaming con un gran catálogo, donde pueden tener acceso por $3000 al mes y que cuenta con un mes de prueba gratis.