Bronca: la rabia y el placer de liberarla

Series vienen y van, pero la última de Netflix parece haber capturado la atención de la gente, al menos desde que se estrenó la semana pasada. Se trata de Bronca, comedia negra protagonizada por Steven Yeung (Minari, Burning) y la comediante Ali Wong, y que habla sobre algo universal pero no tan explorado en la ficción: la rabia.

Y todo empieza a partir de algo que podría ser absurdo, un incidente automovilístico entre dos personas que están teniendo un mal día. Danny (Yeung) es un inmigrante surcoreano con problemas económicos, que vive con su hermano vago y le cuesta llegar a fin de mes. Lejos de esa realidad, Amy (Wong) es una madre y esposa suburbana que está a punto de vender su empresa por millones de dólares. Muy diferentes, pero lo que los une es el estrés y el cansancio que explota ese fatídico día.

Danny da marcha atrás en su camioneta, casi chocando con el SUV de Amy. Ella le toca la bocina impulsivamente y le levanta el dedo del medio, antes de irse. Danny podría dejarlo pasar, pero decide seguirla. Y empiezan una cacería en la calle, acelerando y persiguiéndose, bloqueándose el camino y asustándose, causando una conmoción innecesaria en el tranquilo barrio californiano en el que terminan destruyendo un jardín.

Amy escapa y Danny queda con, bueno, bronca. Podría haber superado el incidente ahí mismo, pero lo morboso de Bronca es que los protagonistas son justo las dos personas que no lo dejarían ir. Desde ese día, ambos empiezan una especie de juego enfermo en el cual se buscan para molestarse, de formas progresivamente más violentas. Al principio pueden dejarse comentarios negativos en sus páginas de trabajo o boicotear una charla pública, pero pronto terminan suplantando identidades, allanando moradas y mucho más.

La vida de Danny e Amy en Bronca

Es una pelea por venganza que obviamente esconde algo detrás. Dos personas cuerdas o estables no llevarían esto tan lejos, pero Bronca no se queda en la mera anécdota, y en diez capítulos se dedica a escarbar en sus personajes principales y hacernos entender por qué sucede lo que sucede. Danny es pobre, no se siente realizado, tiene depresión y lucha para consolidarse profesionalmente y poder traer a sus padres desde Corea. Dicen que se preocupa demasiado por los demás, postérgandose siempre. Amy ha trabajado toda su vida y solo quiere un descanso, lo que se supone que finalmente sucederá cuando concrete la venta de su negocio, que solo se dilata. Su esposo es insoportablemente zen y todo le indica que tendría que ser más feliz de lo que es. La forma de ambos de manifestar este descontento es la rabia.

Ese feo sentimiento del que no hablamos tanto. La rabia acumulada y contenida, aquella que no se debe mencionar, que es mal vista y poco aceptada, que es peligrosa de liberar y que el mundo exterior, con su positividad como imperativo, quiere contener porque soltarla desestabiliza demasiado las cosas. Hay algo anárquico en dejar ir la rabia, y lo que Bronca propone es que también puede ser placentero. La sonrisa de Ali Wong al final del primer capítulo, cuando parece encontrar a un igual, así lo indica.

Porque Amy y Danny, con todo lo que se odian y se quieren destruir, parecieran ser las personas que más se entienden. Hacerse daño mutuamente es un alivio para ambos, una especie de zona (in)segura donde pueden mostrarse tal cual son. Bronca reivindica el enojo, una zona compleja desde la cual contar una historia. Pero eso es lo que la hace sentirse fresca y novedosa, una serie impredecible y bien actuada, que habla de algo humano pero que no nos atrevemos a ver siempre. Eso es lo que hizo que captara la atención de la gente entre tanto contenido.

Nota de riesgo: arriesgada