La reconstrucción de un pueblo a trece años del terremoto

Las casas antiguas se convertían en polvo, no quedaba loza sin quebrarse, y la dueña de un negocio recordó que tenía unos fajos de billetes en un restaurant de la caleta.

Se aventuró a ir a buscarlos, cuando tan solo catorce minutos después una gran ola arrasó con las tres calles principales. La mujer perdió la plata y casi perdió la vida siendo golpeada contra árboles, techumbres y piedras. Alguna gente del camping perdió la vida, familias completas que vivían en la primera línea de la playa. Hoy los recuerdan un par de animitas y una escultura que rememora la enorme altura que alcanzó la salida del mar.

Años después, en el café del pueblo, escuché innumerables historias sobre el cataclismo. Un hombre mayor, trabajador público de Santiago, me contó que, al ver las imágenes por televisión, decidió tomarse vacaciones para venir en ayuda de la gente. Que, en medio de las réplicas de los días posteriores, ayudó a los militares en la limpieza del terreno y le tocó ver varios muertos entre los escombros.

Dicen que el pueblo hedía a muerte. La dueña del café perdió el olfato por diez años debido al trauma, y gran parte de la población terminó tomando Zopiclona hasta el día de hoy para dormir bien por la noche.

Antes de llegar a Curanipe, el balneario perteneciente a la comuna de Pelluhue y uno de los más maltratados por el evento sísmico, no sabía lo que eran esas pastillas, hasta que una mujer me dijo que eran el mejor remedio para hacer el viaje en bus desde el Terminal del pueblo hasta Santiago.

Tenía razón. Me tomé el medicamento a la partida de la máquina y desperté ocho horas después, ya en la capital, con la boca seca y el cerebro aturdido.

Dicen que los grupos de ayuda limpiaron todo en cosa de dos semanas. Aparecieron terrenos baldíos donde antes había casas. Que llegaron grupos de sanadores vestidos de blanco con turbantes a hacerle reiki a los sobrevivientes, que los vecinos increparon a Felipe Kast, quien tiene terrenos cerca, por no ayudar a una dirigente social que perdió los dientes postizos en medio del mar.

La reconstrucción se dio de manera parcelada. Luego de la limpieza vino la reubicación de quiénes lo perdieron todo. Se armó una población en un cerro, en la calle Paul Walker, nombre puesto en honor al fallecido actor de la película “Rápido y Furioso”, que estuvo ayudando como paramédico en esos años y que murió trágica y paradojalmente en un accidente de autos.

Vi fotografías tomadas por los habitantes. Jaibas en las camas, peces en los techos y camiones en el río. Toda coherencia de elementos y animales a los que estamos acostumbrados se subvirtió en un orden absurdo, irreal.

El miedo duró unos tres o cuatro años, hasta que comenzó a lotearse la primera línea, instalándose cabañas de veraneo, hoteles y casas, haciendo caso omiso al límite instalado por la propia naturaleza.

El bombardeo de imágenes que generó la televisión sobre estas localidades desconocidas generó una extraña visibilidad sobre su belleza natural. Y así, cientos de personas, movidas por la especulación turística se instalaron en el Maule Sur. Curanipe no tuvo su Zafrada, el niño ícono del desastre que acabó por su popularidad en un reality de cocina. El desastre fue de pescadores, locatarios y familias, sin una cara visible que conmoviera a la ciudadanía.

Declarada zona de catástrofe y extendido ese plazo por más tiempo debido al lento desarrollo de la localidad, los recursos regionales y nacionales aún están disponibles.

La municipalidad sigue creciendo, se instaló un Banco Estado con el que la gente enloqueció de alegría al tener dónde hacer los trámites. Me tocó ver de cerca su inauguración. Ver cómo sacaron a los niños del colegio para que estuvieran presentes en el evento, la cueca que tuvo que bailar la ejecutiva del banco, las empanadas, los vasos de vino que se repartieron a las nueve de la mañana, y las hordas de campesinos que arrasaron con las cajas para ser los primeros en depositar o girar dinero en ese momento histórico.

El auge de la venta de frutillas hace ver enormes camionetas que los conductores no saben muy bien cómo estacionarlas, motos de cuatro ruedas con tres señoras colgando, llevando bolsas de pan en la carretera.

Los fajos de billetes que se llevan en bolsas de harina, las rejas negras que se van copiando por cuadras enteras al contratar al mismo maestro, las ventanas de aluminio que han instalado en los nichos del cementerio, los cientos de cabañas pintadas de Carbolineo imitando las construcciones de los foráneos.

La imitación estética del que viene de afuera quebranta la cultura local. El mayor referente de la población es la televisión nacional. Así, las trabajadoras municipales lucen sus cabelleras con Babylights y caminan con la cartera colgando de la muñeca como si actuaran en Sex and the City.

El día del padre se contrató a Che Copete por una suma exorbitante, y para el de la madre al hijo de Fernando Kliche para actuar en el polideportivo.

Recuerdo que, saliendo de una jornada de máquinas, una de las funcionarias me invitó al show mostrándome unas teteras chinas que regalarían a las asistentes. Cuando le dije que no tenía hijos, me dijo que no importaba, que fuera igual para que también me ganara una tetera.

Este verano, se presentó Natalino, hay un show de zumba, una corrida 7K y trajeron a Lucho Jara para el día de los enamorados. En Cauquenes, una peluquera me preguntaba expectante cómo había estado el espectáculo, al que no había podido asistir por trabajo. El taco se dejaba ver por varios pueblos para ver en vivo a algún famoso.

Luis Jara y la alcaldesa María Luz Reyes

Una enorme tragedia como la de trece años atrás, puede cambiar el rumbo de un pueblo completo. Cuando llegué no existía ni el aceite de oliva, ni el café de grano, tabaco o leches vegetales. Hoy en las botillerías venden Saint Germain y vinos de cien lucas.

La ropa usada es algo que no cambia. Las jubiladas santiaguinas arrasan con las prendas de lino, algodón y seda. Los nacidos y criados con la ropa de marca. Se festina con que existe un nuevo modelo de hombre maulino: el huasorrón. Se le identifica por usar camisa a cuadros, jeans Levis, chaqueta North Face, chupalla, botines comprados en Decathlon. Las rancheras se escuchan a todo volumen en sus camionetas enormes, dejando una estela de sincretismo social.