¿La minoría de mucho o la mayoría de nada?

Vives en una isla azotada por una severa sequía. El precio del agua se va a las nubes y los isleños crujen por fuentes adicionales. Don Carmelo luce nada menos que 59 acuíferos dentro de su propiedad. Bombea solo uno, el mejor de la isla, pero sospechamos que en al menos otros ocho la explotación sería rentable.

Decenas de interesados llevan años esperando a que don Carmelo se decida a concederles permiso para excavar de una buena vez. Cada nuevo día que pasa ambas partes dejan escapar una fortuna: él deja de cobrar arriendo, y los interesados siguen sin vender. Es tanta la pasividad que otros predios han comenzado a excavar sus propios pozos. Son más profundos y difíciles que los de don Carmelo, y por lo tanto la plata requerida y el impacto ambiental es mucho mayor (porque las bombas consumen más energía) pero es tanto lo que ha subido el precio del agua que el negocio igual flota.

Tras muchos años de este absurdo, don Carmelo anuncia que por fin ha decidido mover el esqueleto. Quienquiera podrá traer sus máquinas y verificar qué hay de bueno en todo esto. Si les va mal, pues, como en la guerra. Plata perdida. Y harta. Si  les va bien, gozarán de condiciones preferentes para que él se digne a concederles permiso de explotación. Eso sí, asociados en proporción minoritaria con alguno de sus dos hijos, Rodolfo o Gustavo.

Tanto Rodolfo como Gustavo se dedican a negocios relacionados, pero al agua en específico nunca le han hincado el diente. No tienen idea de cómo se extrae, ni de cómo se comercializa. Ambos están hasta las masas en sus giros. Rodolfo gana plata, sí, pero la tiene cada vez más cuesta arriba y debe meterle horas extra para que los números sigan siendo azules en el mediano plazo. Gustavo está derechamente en rojo. Varios de quienes habían estado mirando los acuíferos de don Carmelo con ojos de deseo tiran el poto pa’ las moras ante la idea de que el destino de sus lucas dependa del juicio de estos señores, y no del propio.  

Además, don Carmelo demanda una tecnología específica para la extracción de agua. En lugar de solo exigir resultados (“la excavación no se puede derrumbar”) pone como requerimiento una manera para llegar a esos resultados (“la excavación no se puede derrumbar y para eso deben usar anclajes ACME V3000”). Otros varios interesados se la piensan y repiensan: “chuta, he desarrollado mi propio método para que la excavación no se derrumbe, pero ACME V3000 en particular no es mi especialidad”).

Al final, de las decenas de interesados que había al comienzo, solo unos pocos se atrevieron a que un señor con historial irregular y prioridades ajenas al negocio del agua decida qué hacer con su inversión, y con un método que no domina. De los al menos ocho acuíferos con potencial don Carmelo logró arrendar apenas una fracción, y en todos los otros el resultado fue el peor imaginable, para ambas partes: nulo, nada, huevito, nil. Él recaudó cero, y los interesados ganaron cero. Para qué decir de esfuerzos por averiguar el potencial real de los otros 51: el interés se fue a pique. Los únicos felices con esa inactividad son los vecinos de don Carmelo, porque el agua sigue tan escasa como siempre, los precios se mantienen más altos y ellos, con condiciones naturales mucho peores, se llenan aún más los bolsillos mientras sus bombas supercontaminantes rugen para alimentar pozos que solo este escenario vuelve rentable.

Cualquier semejanza con los 59 salares litíferos, el Estado de Chile, Codelco y Enami, es cualquier cosa menos coincidencia.